Madrid en agosto suele ser una ciudad fantasma. Agosto compite con el general Franco en su vocación de enviar madrileños al exilio.Y con aquel milagro que inición el "600".
Curiosamente en ese éxodo masivo esta ciudad alcanza lo mejor de si misma. Es como esas artistas de masas a las que la ausencia de multitudes muestra lo más natural de su belleza y se torna cercana.
Madrid es más que nunca villa. Con fiestas como San Cayetano, San Lorenzo o la Paloma que le devuelven el olor a aldea que esta ciudad guarda bajo las alfombras de su condición de Corte.
La capitalidad de Madrid, en contra de lo que muchos presuponen, desnaturaliza a esta ciudad y atrae hacia sí a gente que hace números, que vende ideas y comercios, pero que no aporta convivencia.
Madrid, conocido es por todos, anda buscando una Olimpiada desde la fundación de Atenas, según los más radicales, o desde el bautismo de Pierre de Coubertain según los más moderados. Pero para mí tengo que la obsesión olímpica se ha convertido en enfermiza desde que Barcelona tuvo la suya. Madrid y Barcelona parecen condenadas, como los hermanos Matamoros, a considerar fracaso el éxito del otro y viceversa.
Para conseguir su obsesión olímpica está ciudad ha hecho más reformas, con los túneles como estrellas, con tales prodigios que no ver una zanja en esta ciudad era como no ver una palmera en Elche.
Pero ha habido una estrategia fallida. Hemos mirado hacia el subsuelo y los hemos horadado pero no hemos mirado al cielo, ignorando lo profético que se esconde en el dicho de “Madrid al cielo”.
Y es que es desde el cielo – en concreto, de sus oficinas en la tierra- esde donde nos vienen las mayores concesiones de eventos.
Así este agosto se nos concedió -y en ello nos hemos deleitado- la Semana Mundial de la Juventud. Se olvidaron añadir católica pero ya se sabe que para la curia romana lo que no es juventud católica son extras de la historia y daños colaterales de las desgracias de su poder.
Gracias a tal evento nos ha invadido un milicia bullanguera y alegre que, quizá inspirada en la estética de Pocholo (Martínez Bordiú) ha tomado la ciudad con sus mochilas,vituallas, su fe patrocinada por multinacionales y sus canciones que, en algunos casos, parecían compuestas por un músico de la escuela del autor de “Aserejé”. Creánme que escuché en el metro a un grupo de peregrinos que entusiasmados ensayaban una canción para recibir a Benedicto XVI en la que le alababan su “salero”.
No soy un gran conocedor de la naturaleza humana pero me genera alguna duda – seguramente por descreído- de que entre las múltiples cualidades que adornan al pontífice germano no se encuentra ni el salero ni el gracejo y que Benedicto estaría condenado a quedar el XVI entre los dieciséis finalistas del Club de la Comedia.
Estos muchachos y muchachas han soportado lo que no está en los escritos (bueno, sí en el Éxodo en donde se narra la salida del pueblo hebreo de Egipto) llegando a convocatorias bajo un sol cruel que no comenzaban hasta que había sombrita para la jerarquía. Incluso sufrieron con paciencia de Job la tormenta cruel que les dejó sin comunión en la misa celebrada en los rebeldes Cuatro Vientos. Eso sí, las hostias que no recibieron los peregrinos se las llevaron los laicos piadosamente repartidas por miembros de la policía.
Pero vamos a lo que vamos. Por qué demandar Juegos cuando en el COI pasan de nosotros olímpicamente. Vamos a ir sobre seguro. Que Madrid se postule para el concilio Matritense I (Barça 0, claro) que es donde alcanzaríamos nuestro objetivo. Y una fumata blanca en el Bernabeu hace más falta que un cóctel de valium en el estomago de Mourinho.
Yo lo dejo caer en mi afán de colaborar.
Páginas
martes, 23 de agosto de 2011
miércoles, 10 de agosto de 2011
Elogio del pensamiento
Hace unos días alguien ponía a escurrir a un amigo mío por haber cambiado de opción política. Parece que la lealtad, al precio que sea, sigue siendo un valor que cotiza en despachos y partidos. Muchas personas incluso hacen alarde de que siempre pensaron lo mismo.
Una de las cosas que me parece más injusta es que se reproche a la izquierda es que su voto sea más inseguro que el de la derecha. Si bien politicamente tiene costes (a veces enormes) para mí es una de las cosas que más engrandece esa manera zurda de contemplar el mundo.
Creo que no habría peor epitafio para alguien que uno que dijera:
Vivir, para mi criterio, es un lento encuentro del hombre consigo mismo pasando por los otros. Un aprender de la observación, de la historia y de la lectura de los maestros que esta nos regala. O lo que es lo mismo, saber que puñetas hace uno aquí, por que no se marcha, con quién se juega los cuartos...
Hay una tendencia fomentada por la telebasura, la radiodetritus y la prensamarrón que sostiene que el que dialoga y sinceramente escucha, poniendo sus argumentos en el tapete sin guardarse ningún as bajo la manga, es un veleta, un inseguro.
No seré yo tampoco quien critique la fidelidad a las ideas pero cada vez más me pone la inteligencia en actitud de "prevengan" el escuchar a muchos con orgullo declarar con voz altiva:
- Yo que siempre pensado..
- Yo que siempre he sostenido...
Parece que les dieron una mano de pintura en su juventud y no volvieron a repintar su cabeza.
No guarda sus ahorros debajo del ladrillo sino el que tiene miedo a perderlos. Guardar las ideas tacañamente, ser ruin o tramposo en su intercambio, amén de poco enriquecedor y productivo, revela en demasiadas ocasiones que las ideas son escasas y adquiridas en los saldos. Y lo que es peor, cuando en vez de exponerlas se arrojan como armas contundentes o se tratan de imponer, revelan, en el fondo, la mala maña, el poco arte, en el portador para defenderlas.
Este, por otro lado, es el principal error de los despachos: alejarse día a día del debate, rodearse de camarillas de leales, hacer del pensamiento consigna y ¡a mandar que son dos días!
Instalados en ese nivel es el momento en el que se está aun paso de sentirse perseguido por las críticas, de ver campañas orquestadas en simples cuestionamientos (porque a veces las hay de verdad), de sentirse incomprendido y calumniado (aunque el master en difamación es el más prestigioso en periodismo), de ser un mártir de culaquier causa.
Hay una frontera muy delgada entre la honesta intención de rodearse de gente en quien confiar y la insana y extendida costumbre de desconfiar de competentes profesionales por no hacer profesión en la misma fé, en idéntica doctrina. La historia demuestra, por otro lado, que la lealtad no está a salvo en un carné ni se garantiza con un juramento.
El miedo progresivo a la divergencia guarda una proporción directa con el aumento en la inseguridad en las propias certezas y hace buena aquell frase de Jacinto Benavente: "Solo temo a mis enemigos cuando empiezan a tener razón".
Una de las cosas que me parece más injusta es que se reproche a la izquierda es que su voto sea más inseguro que el de la derecha. Si bien politicamente tiene costes (a veces enormes) para mí es una de las cosas que más engrandece esa manera zurda de contemplar el mundo.
Creo que no habría peor epitafio para alguien que uno que dijera:
De pequeño le inculcaron dos ideas. Murió con las mismas. Yace con ellas.
Vivir, para mi criterio, es un lento encuentro del hombre consigo mismo pasando por los otros. Un aprender de la observación, de la historia y de la lectura de los maestros que esta nos regala. O lo que es lo mismo, saber que puñetas hace uno aquí, por que no se marcha, con quién se juega los cuartos...
Hay una tendencia fomentada por la telebasura, la radiodetritus y la prensamarrón que sostiene que el que dialoga y sinceramente escucha, poniendo sus argumentos en el tapete sin guardarse ningún as bajo la manga, es un veleta, un inseguro.
No seré yo tampoco quien critique la fidelidad a las ideas pero cada vez más me pone la inteligencia en actitud de "prevengan" el escuchar a muchos con orgullo declarar con voz altiva:
- Yo que siempre pensado..
- Yo que siempre he sostenido...
Parece que les dieron una mano de pintura en su juventud y no volvieron a repintar su cabeza.
No guarda sus ahorros debajo del ladrillo sino el que tiene miedo a perderlos. Guardar las ideas tacañamente, ser ruin o tramposo en su intercambio, amén de poco enriquecedor y productivo, revela en demasiadas ocasiones que las ideas son escasas y adquiridas en los saldos. Y lo que es peor, cuando en vez de exponerlas se arrojan como armas contundentes o se tratan de imponer, revelan, en el fondo, la mala maña, el poco arte, en el portador para defenderlas.
Este, por otro lado, es el principal error de los despachos: alejarse día a día del debate, rodearse de camarillas de leales, hacer del pensamiento consigna y ¡a mandar que son dos días!
Instalados en ese nivel es el momento en el que se está aun paso de sentirse perseguido por las críticas, de ver campañas orquestadas en simples cuestionamientos (porque a veces las hay de verdad), de sentirse incomprendido y calumniado (aunque el master en difamación es el más prestigioso en periodismo), de ser un mártir de culaquier causa.
Hay una frontera muy delgada entre la honesta intención de rodearse de gente en quien confiar y la insana y extendida costumbre de desconfiar de competentes profesionales por no hacer profesión en la misma fé, en idéntica doctrina. La historia demuestra, por otro lado, que la lealtad no está a salvo en un carné ni se garantiza con un juramento.
El miedo progresivo a la divergencia guarda una proporción directa con el aumento en la inseguridad en las propias certezas y hace buena aquell frase de Jacinto Benavente: "Solo temo a mis enemigos cuando empiezan a tener razón".
lunes, 8 de agosto de 2011
Soy un puto descreido
“…está demás decirte que a esta altura
no creo en predicadores ni en generales
ni en las nalgas de miss universo
ni en el arrepentimiento de los verdugos
ni en el catecismo del confort
ni en el flaco perdón de dios
a esta altura del partido
creo en los ojos y las manos del pueblo
en general
y en tus ojos y tus manos
en particular…”
M.B.
Tenía yo la edad en la que con esfuerzo has logrado pasar de agarrarte a la falda de tu madre a conseguir el cobijo de su mano cuando me vi con mi manita enganchada a su falda porque necesitaba sus manos para ir deslizando las cuentas del rosario. Estábamos en una multitud que desbordaba la calle (no te mueves que aquí si te pierdes no te voy a poder encontrar) y la primera vez que yo constaté que, por una extraña mutación a los castaños de Recoletos les habían crecido altavoces.
Tal concentración de gente se producía por la visita a aquella España de principios de los sesenta del reverendo padre Patrick Payton, un irlandés afincado en los Estados Unidos que había creado una cosa a que denominó cruzada del Rosario e iba por todo el mundo generando adeptos al este repetitivo rezo.
El ambiente, como diría un cronista de la época era de un inmenso “fervor popular” que yo no llegaba a compartir entre otras cosas porque me apretaban los zapatos Segarra que estrenaba para este evento. En nuestra generación las madres te hacía estrenar cosas que nadie en principio iba a ver, el colmo es que yo llevaba muda nueva. (sabido es que las madres una vez que atravesabas el portal de casa te querían limpio como para pasar con dignidad la visita a un hospital después de cualquier terrorífico percance).
Cuento esto porque aquel fue mi primer acto religioso de masas y creo que no dejó más huella en mi alma que el dolor de pies. Creo y me resulta duro de decir para alguien que llegó a ser novicio que nunca, nunca, nunca he logrado tener fe. Y durante muchos años esto me provocó un hueco de dolor como el que te generan esas malformaciones que te hacen diferente.
Todos estos recuerdos me vienen mientras se preparan los dispositivos para la visita de Benedicto XVI a Madrid. Independientemente del rechazo político que este fenómeno me produce (yo solo he respetado políticamente a un papa; Juan XXII, y ni siquiera a él logré rezar), lo que me sigue provocando admiración, rechazo, curiosidad, espanto, perplejidad es la reacción de mucha gente que viene a escuchar su palabra con las baterías repletas del único combustible que la naturaleza me ha negado: la fe.
Una vez entrevisté al que fue embajador en el Vaticano con el Gobierno Socialista, Gonzalo Puente Ojea, y que fue expulsado por divorciarse y casarse con otra mujer de la que se había enamorado (y Felipe González consintió su salida). Pues bien, en aquella entrevista este hombre de una cultura humanista y teológia excepcional que le había procurado el respeto y la estima de importantes figuras del colegio cardenalicio y de la curia, me confesó, mientras comíamos, casi con desolación: “No le des vueltas Mariano la gran mayoría de los cardenales no tienen fe”. Coño, pensé, si no hubiera sido tan pusilánime tal vez estaría viviendo como una marajá.
Pero aun compartiendo el diagnóstico de Puente Ojea, la fe existe y la encuentro en los ojos brillantes y perdidos de muchachos y muchachas que han empezado a aparecer en los días previos a la semana de la juventud. Tienen algo que yo nunca tuve: la confianza ciega en lo que no podía razonar. Y creedme que no lo estoy diciendo para descalificarles sino como ese hueco que yo nunca cubrí a pesar de acompañar la agonía de mi madre con una fe en Jesús de Nazaret a prueba de bomba.
Pero mi carencia de fe – y esto hará daño algunos- no acaba con la iglesia. Nunca me terminaron de admitir en un partido revolucionario porque hacia demasiadas preguntas y no observaba la conducta adecuada.
Y comprobé, años más tarde, que cuando en el partido que militaba se elaboraban profecías (solo sustentadas por la fe) y no análisis (sustentados por las coyunturas que se atravesaban y su desarrollo) y manifesté que nos estaban haciendo comulgar con ruedas de molino, se me miró y se nos miró no como a camaradas con los que había que debatir, sino como a gente que había perdido la fe –esa fe que asomaba por los ojos encendidos de los leales- o lo que todavía es peor que actuábamos por intereses bastardos.
Y cuando tuve el honor de acompañar a Miguel Núñez en una conferencia en la residencia de estudiantes y, tras colocar al fascismo y el nazismo en el lugar de escoria que la historia les tiene guardado, y comenzar un furibundo ataque al estalinismo, diciendo que mientras miles de camaradas daban sus vidas por el sueño socialista, “en el nombre de esos sueños se masacraba sin piedad” vi, aquella tarde noche, la mirada de desprecio que le lanzaron algunos hombres de fe, aquellos que todavía no se permiten mirar la historia a los ojos.
Creo, que solo he tenido fe, durante años de mi vida en las palabras de amor de las mujeres. No me arrepiento, aunque tenga el corazón como un queso de Gruyere. Y con Mario Benedetti, he tenido fe en ojos y manos del pueblo, cuando sencillamente te miran a la salida de una tienda de campaña en una acampada urbana.
He sido un puto descreído. No sé lo que es la fe, nunca se me concedió. Ni en la iglesia ni en doctrina alguna. Pero aunque haya una fe que respeto y desconozco, se también que se ha sustentado en los perros que vigilan los sueños. Los sueños de hombres y mujeres de fe, libres y generosos, los segaron los inquisidores. Y el tipo que viene de visita hizo de ello su vocación y oficio.
no creo en predicadores ni en generales
ni en las nalgas de miss universo
ni en el arrepentimiento de los verdugos
ni en el catecismo del confort
ni en el flaco perdón de dios
a esta altura del partido
creo en los ojos y las manos del pueblo
en general
y en tus ojos y tus manos
en particular…”
M.B.
Tenía yo la edad en la que con esfuerzo has logrado pasar de agarrarte a la falda de tu madre a conseguir el cobijo de su mano cuando me vi con mi manita enganchada a su falda porque necesitaba sus manos para ir deslizando las cuentas del rosario. Estábamos en una multitud que desbordaba la calle (no te mueves que aquí si te pierdes no te voy a poder encontrar) y la primera vez que yo constaté que, por una extraña mutación a los castaños de Recoletos les habían crecido altavoces.
Tal concentración de gente se producía por la visita a aquella España de principios de los sesenta del reverendo padre Patrick Payton, un irlandés afincado en los Estados Unidos que había creado una cosa a que denominó cruzada del Rosario e iba por todo el mundo generando adeptos al este repetitivo rezo.
El ambiente, como diría un cronista de la época era de un inmenso “fervor popular” que yo no llegaba a compartir entre otras cosas porque me apretaban los zapatos Segarra que estrenaba para este evento. En nuestra generación las madres te hacía estrenar cosas que nadie en principio iba a ver, el colmo es que yo llevaba muda nueva. (sabido es que las madres una vez que atravesabas el portal de casa te querían limpio como para pasar con dignidad la visita a un hospital después de cualquier terrorífico percance).
Cuento esto porque aquel fue mi primer acto religioso de masas y creo que no dejó más huella en mi alma que el dolor de pies. Creo y me resulta duro de decir para alguien que llegó a ser novicio que nunca, nunca, nunca he logrado tener fe. Y durante muchos años esto me provocó un hueco de dolor como el que te generan esas malformaciones que te hacen diferente.
Todos estos recuerdos me vienen mientras se preparan los dispositivos para la visita de Benedicto XVI a Madrid. Independientemente del rechazo político que este fenómeno me produce (yo solo he respetado políticamente a un papa; Juan XXII, y ni siquiera a él logré rezar), lo que me sigue provocando admiración, rechazo, curiosidad, espanto, perplejidad es la reacción de mucha gente que viene a escuchar su palabra con las baterías repletas del único combustible que la naturaleza me ha negado: la fe.
Una vez entrevisté al que fue embajador en el Vaticano con el Gobierno Socialista, Gonzalo Puente Ojea, y que fue expulsado por divorciarse y casarse con otra mujer de la que se había enamorado (y Felipe González consintió su salida). Pues bien, en aquella entrevista este hombre de una cultura humanista y teológia excepcional que le había procurado el respeto y la estima de importantes figuras del colegio cardenalicio y de la curia, me confesó, mientras comíamos, casi con desolación: “No le des vueltas Mariano la gran mayoría de los cardenales no tienen fe”. Coño, pensé, si no hubiera sido tan pusilánime tal vez estaría viviendo como una marajá.
Pero aun compartiendo el diagnóstico de Puente Ojea, la fe existe y la encuentro en los ojos brillantes y perdidos de muchachos y muchachas que han empezado a aparecer en los días previos a la semana de la juventud. Tienen algo que yo nunca tuve: la confianza ciega en lo que no podía razonar. Y creedme que no lo estoy diciendo para descalificarles sino como ese hueco que yo nunca cubrí a pesar de acompañar la agonía de mi madre con una fe en Jesús de Nazaret a prueba de bomba.
Pero mi carencia de fe – y esto hará daño algunos- no acaba con la iglesia. Nunca me terminaron de admitir en un partido revolucionario porque hacia demasiadas preguntas y no observaba la conducta adecuada.
Y comprobé, años más tarde, que cuando en el partido que militaba se elaboraban profecías (solo sustentadas por la fe) y no análisis (sustentados por las coyunturas que se atravesaban y su desarrollo) y manifesté que nos estaban haciendo comulgar con ruedas de molino, se me miró y se nos miró no como a camaradas con los que había que debatir, sino como a gente que había perdido la fe –esa fe que asomaba por los ojos encendidos de los leales- o lo que todavía es peor que actuábamos por intereses bastardos.
Y cuando tuve el honor de acompañar a Miguel Núñez en una conferencia en la residencia de estudiantes y, tras colocar al fascismo y el nazismo en el lugar de escoria que la historia les tiene guardado, y comenzar un furibundo ataque al estalinismo, diciendo que mientras miles de camaradas daban sus vidas por el sueño socialista, “en el nombre de esos sueños se masacraba sin piedad” vi, aquella tarde noche, la mirada de desprecio que le lanzaron algunos hombres de fe, aquellos que todavía no se permiten mirar la historia a los ojos.
Creo, que solo he tenido fe, durante años de mi vida en las palabras de amor de las mujeres. No me arrepiento, aunque tenga el corazón como un queso de Gruyere. Y con Mario Benedetti, he tenido fe en ojos y manos del pueblo, cuando sencillamente te miran a la salida de una tienda de campaña en una acampada urbana.
He sido un puto descreído. No sé lo que es la fe, nunca se me concedió. Ni en la iglesia ni en doctrina alguna. Pero aunque haya una fe que respeto y desconozco, se también que se ha sustentado en los perros que vigilan los sueños. Los sueños de hombres y mujeres de fe, libres y generosos, los segaron los inquisidores. Y el tipo que viene de visita hizo de ello su vocación y oficio.
lunes, 25 de julio de 2011
A veces veo vivos (en memoria de Amy Winehouse)
El día que, como a todos, pero antes de tiempo, a Janis Joplin se la llevó la dosis, hubo una sobredosis de críticos musicales (alguien conoce a una persona que escriba peor que un crítico musical) y de redactores de obituarios que pudieron provocar una caída en bolsa de la industria de la juguetería.
Todos dijeron que aquella frágil muchacha con el alma a la intemperie “era un juguete roto”, y transmitieron la crónica desde su burdel habitual.
-Esa chica iba mal. —mascullaba el camarero-
Tantos ojos turbios y son las tantas de lsa noche.
Y no había ni un peso pesado de puños de marmol ni un moralista que le partiera la boca.
(¿Por qué los camareros y los camellos tratan con tanto desprecio a borrachos y yonkis , si viven de ellos?).La respuesta después de la publicidad.
Janis cantaba como las mujeres negras y tenía 27 años y tanto desamor que algún gilipollas la vio, en la autopsia, partido el higado, cuando lo que tenía hecho añicos era el corazón.
El otro día (qué coño le importa a usted el día, si no nos conocemos), tuve por fin las fuerzas para ver “Inside Job”. Ya sabéis ese documental en el que salen todos los hijos de puta bien retribuidos que nos llevaron a la ruina y que, no solo no están presos, sino que siguen siendo gente importante y nos seguirán robando con total impunidad. Tenían todos la misma mirada que Amy pero a la inversa. Es lo que el poeta Agustín García Calvo llama "la cara del que sabe":
"Cuando veas al hombre de banca
dinámico y grave
que en la ranura de su coche
introduce la llave,
mientras habla con un cliente
importante,
y con mano segura
agarra el volante,
verás, si te fijas, en el cristal
la cara del que sabe...
En la foto del jefe de estado
que fija el istante
en que él, sentado ante un decreto
de muerte de alguien,
en penoso deber la pluma
de oro blande,
cuando firme la firma
de un trazo la trace,
trazada en su frente la puedes ver
la marca del que sabe.
O si no, en el neón del espejo
del bar de 'My darling',
si ves al chulo que a su rubia
le dice, fumándole
de nariz, «Que nanay, nenita,
que tu padre,
y cuidao con el rímel,
que no se te empaste»,
posada en sus párpados la verás
la fuerza del que sabe.
Todos tienen su idea: son ellos
los reyes del aire.
Y si tú ves que, cuando a todos
los cierre en la cárcel
de los versos y que la música
ya se apague,
yo me quedo a las nubes
mirando distante,
recuérdame y dime «La veo ahí
la cara del que sabe».
Amy tenía, como tú y como yo y el otro, la cara del que no sabe.
Lo que más me impactó de estos chicos es que para poder mirarse al espejo iban todos, al mismo burdel, a la misma “madame” y se ponían hasta el culo de cocaína, que luego facturaban como gastos de representación. Como su madame les despreciaba (y supongo que su camello también) va a ser por ahí el único camino de emplumarles.
Porque la madame habló con el desprecio que tiene por los clientes (como los camellos por los yonquis, los camareros por los borrachos y los políticos por el pueblo).
En 1974, en Madrid, asistí, al concierto de Lou Reed. Venía en ese estado estupendo en el que Lou lo borda. Alguien me habló entonces de las gestiones que se tenían que haber hecho ante Gobernación (ministerio) para que su equipaje no fuera registrado. No lo sé. Pero evidentemente andaba por el lado peligroso. Y los grises que apalizaban obreros igual hicieron la vista gorda porque controlaban a los camellos. Andar por el camino peligroso.
He trabajado para directores periodísticos que sin la magia blanca no podían sostener el ritmo de la mentira. Son gente que participa en camapañas antidrogas y cobran por ello.
Ayer confluían en Madrid las marchas de los grupos del 15-M. Esas marchas que yo apoyo y critico. No tengo noticias que se guardara un minuto de silencio por Amy Winehouse.
Ya sé que no tenia nada que ver. O quizá sí. (Sé que tenía mucho que ver pero esta reflexión me podía meter en lios).
Porque de lo que estoy hablando es del sistema y del antisistema. Y también estoy hablando del éxito y de la muerte. Y también de la hipocresia que exige muerte para los mitos.
Comprobado que el sistema y el antisistema se dopan para aguantarse y mirarse al espejo. Comprobado que el éxito es el camello, el camarero, el sistema finaciero y el político. Amy Winehouse era de los nuestros.
Claro que mucho menos que el Ché. Y es que hay que tener cuidado
con la imagen y la moralidad. O porque esa muchacha muerta no había alcanzado el grado medio educativo de los antisistema establecidos.
Y a esas chicas, como a Marilyn, como a Janis, se las folla, se las venera, pero se las hace huir de los estandartes que quieren tener el patrimonio de las quimeras.
Amy tenía, como tú y como yo y el otro, la cara del que no sabe. Pero, a difrencia de nosotros, a veces cobardes, tuvo el momento de lucidez que le hizo comprender que estaba, rodeada de oro, en el ejército de los nadie. Los que han perdido la historia antes de que apunte el alba. Y aire.
Y por eso, a la hora de la siesta, este planeta a veces produce o tedio o asco.
Todos dijeron que aquella frágil muchacha con el alma a la intemperie “era un juguete roto”, y transmitieron la crónica desde su burdel habitual.
-Esa chica iba mal. —mascullaba el camarero-
Tantos ojos turbios y son las tantas de lsa noche.
Y no había ni un peso pesado de puños de marmol ni un moralista que le partiera la boca.
(¿Por qué los camareros y los camellos tratan con tanto desprecio a borrachos y yonkis , si viven de ellos?).La respuesta después de la publicidad.
Janis cantaba como las mujeres negras y tenía 27 años y tanto desamor que algún gilipollas la vio, en la autopsia, partido el higado, cuando lo que tenía hecho añicos era el corazón.
El otro día (qué coño le importa a usted el día, si no nos conocemos), tuve por fin las fuerzas para ver “Inside Job”. Ya sabéis ese documental en el que salen todos los hijos de puta bien retribuidos que nos llevaron a la ruina y que, no solo no están presos, sino que siguen siendo gente importante y nos seguirán robando con total impunidad. Tenían todos la misma mirada que Amy pero a la inversa. Es lo que el poeta Agustín García Calvo llama "la cara del que sabe":
"Cuando veas al hombre de banca
dinámico y grave
que en la ranura de su coche
introduce la llave,
mientras habla con un cliente
importante,
y con mano segura
agarra el volante,
verás, si te fijas, en el cristal
la cara del que sabe...
En la foto del jefe de estado
que fija el istante
en que él, sentado ante un decreto
de muerte de alguien,
en penoso deber la pluma
de oro blande,
cuando firme la firma
de un trazo la trace,
trazada en su frente la puedes ver
la marca del que sabe.
O si no, en el neón del espejo
del bar de 'My darling',
si ves al chulo que a su rubia
le dice, fumándole
de nariz, «Que nanay, nenita,
que tu padre,
y cuidao con el rímel,
que no se te empaste»,
posada en sus párpados la verás
la fuerza del que sabe.
Todos tienen su idea: son ellos
los reyes del aire.
Y si tú ves que, cuando a todos
los cierre en la cárcel
de los versos y que la música
ya se apague,
yo me quedo a las nubes
mirando distante,
recuérdame y dime «La veo ahí
la cara del que sabe».
Amy tenía, como tú y como yo y el otro, la cara del que no sabe.
Lo que más me impactó de estos chicos es que para poder mirarse al espejo iban todos, al mismo burdel, a la misma “madame” y se ponían hasta el culo de cocaína, que luego facturaban como gastos de representación. Como su madame les despreciaba (y supongo que su camello también) va a ser por ahí el único camino de emplumarles.
Porque la madame habló con el desprecio que tiene por los clientes (como los camellos por los yonquis, los camareros por los borrachos y los políticos por el pueblo).
En 1974, en Madrid, asistí, al concierto de Lou Reed. Venía en ese estado estupendo en el que Lou lo borda. Alguien me habló entonces de las gestiones que se tenían que haber hecho ante Gobernación (ministerio) para que su equipaje no fuera registrado. No lo sé. Pero evidentemente andaba por el lado peligroso. Y los grises que apalizaban obreros igual hicieron la vista gorda porque controlaban a los camellos. Andar por el camino peligroso.
He trabajado para directores periodísticos que sin la magia blanca no podían sostener el ritmo de la mentira. Son gente que participa en camapañas antidrogas y cobran por ello.
Ayer confluían en Madrid las marchas de los grupos del 15-M. Esas marchas que yo apoyo y critico. No tengo noticias que se guardara un minuto de silencio por Amy Winehouse.
Ya sé que no tenia nada que ver. O quizá sí. (Sé que tenía mucho que ver pero esta reflexión me podía meter en lios).
Porque de lo que estoy hablando es del sistema y del antisistema. Y también estoy hablando del éxito y de la muerte. Y también de la hipocresia que exige muerte para los mitos.
Comprobado que el sistema y el antisistema se dopan para aguantarse y mirarse al espejo. Comprobado que el éxito es el camello, el camarero, el sistema finaciero y el político. Amy Winehouse era de los nuestros.
Claro que mucho menos que el Ché. Y es que hay que tener cuidado
con la imagen y la moralidad. O porque esa muchacha muerta no había alcanzado el grado medio educativo de los antisistema establecidos.
Y a esas chicas, como a Marilyn, como a Janis, se las folla, se las venera, pero se las hace huir de los estandartes que quieren tener el patrimonio de las quimeras.
Amy tenía, como tú y como yo y el otro, la cara del que no sabe. Pero, a difrencia de nosotros, a veces cobardes, tuvo el momento de lucidez que le hizo comprender que estaba, rodeada de oro, en el ejército de los nadie. Los que han perdido la historia antes de que apunte el alba. Y aire.
Y por eso, a la hora de la siesta, este planeta a veces produce o tedio o asco.
martes, 19 de julio de 2011
Crónica veraniega al uso
Es conocido por todos que, en los tiempos de estío, los diarios publican narraciones literarias, alguna que otra noticia inverosímil en otra estación como las denominadas “serpientes de verano” y algún estudio sindical de transcendencia, porque la única manera conocida desde sindicatos y organizaciones sociales de que sus estudios e informes sean publicados es esperar al tiempo en el que los redactores no logran con facilidad cerrar los huecos. (Tras lo sucesos, los accidentes de tráfico, algún escandalo sexual en una Sauna. Lo que sucede en los miles de frentes militares abiertos en el mundo no conviene en época de bronceadores).
Particularmente, a mí es una época en la que, por todas las características narradas, la lectura del diario se me hace sumamente más agradable que el resto del año. Quizás porque tengo sobredosis y hartura de tanta intoxicación de los grandes gabinetes de prensa, encargados en cambiar la realidad por su “realidad”. Y en trasladar a los medios el mensaje “Cómo no”, cuando la sociedad grita “¡No como!”.
Hoy, 19 de julio, me ha sorprendido el diario “Público”, como también lo hizo ayer por la cobertura lógica que dio a la información sobre golpe de estado del 18 de julio, mientras que algún que otro diario (que acaba de cambiar de socios financieros) ignoraba casi la infamia de Franco y, sin embargo, en tan señala día, daba un golpe de estado editorial contra Zapatero, con articulo de Consejero Delegado como apoyo aéreo.
A lo que iba, me ha impactado una noticia de la que se hace eco el diario Público. Bajo el título de “Desvelado el secreto de una hormiga que práctica el sexo a escondidas”. El diario señala en un subtítulo que “la reproducción sexual explica el éxito geográfico de este insecto, que hasta ahora se creía asexual.
En principio caí en una suerte de melancolía pensando en que este tipo de excitantes y morbosas noticias se publiquen en fechas cercanas a la visita de un pontífice pero, tras un rato de reflexión, consideré que precisamente lo que demanda la jerarquía católica es lo mismo que practican las pías hormigas: que se haga lo que se haga, (incesto, sodomía, pederastia) se haga con discreción sin publicidad. Incluso hasta para la inocente paja o gayola la iglesia demanda, como para la limosna (no deja de ser en el fondo una auto-limosna) que “tu mano derecha no conozca lo que hace tu izquierda”.
Cualquier noticia, por mínima que sea, te puede llevar desde el cero al infinito, desde la pequeña reflexión hasta una cosmogonía.
Y esto lo digo porque pensando en las diligentes, fornicadoras y discretas hormigas he comenzado a entender la biografía política de Alfredo Pérez Rubalcaba. Siempre tan discreto, tan en la sombra, tan inteligente que aun siendo brillante logró durante años pasar desapercibido.
Y quizá por la leyenda arrastrada, se comentara hace años en cenáculos esa maldad que, las lenguas viperinas atribuyeron a Alfonso Guerra: “Rubalcaba, Rubalcaba, que en cuanto te vuelves te la clava”
Como San Francisco ha debido aprender de las humildes hormigas.
Particularmente, a mí es una época en la que, por todas las características narradas, la lectura del diario se me hace sumamente más agradable que el resto del año. Quizás porque tengo sobredosis y hartura de tanta intoxicación de los grandes gabinetes de prensa, encargados en cambiar la realidad por su “realidad”. Y en trasladar a los medios el mensaje “Cómo no”, cuando la sociedad grita “¡No como!”.
Hoy, 19 de julio, me ha sorprendido el diario “Público”, como también lo hizo ayer por la cobertura lógica que dio a la información sobre golpe de estado del 18 de julio, mientras que algún que otro diario (que acaba de cambiar de socios financieros) ignoraba casi la infamia de Franco y, sin embargo, en tan señala día, daba un golpe de estado editorial contra Zapatero, con articulo de Consejero Delegado como apoyo aéreo.
A lo que iba, me ha impactado una noticia de la que se hace eco el diario Público. Bajo el título de “Desvelado el secreto de una hormiga que práctica el sexo a escondidas”. El diario señala en un subtítulo que “la reproducción sexual explica el éxito geográfico de este insecto, que hasta ahora se creía asexual.
En principio caí en una suerte de melancolía pensando en que este tipo de excitantes y morbosas noticias se publiquen en fechas cercanas a la visita de un pontífice pero, tras un rato de reflexión, consideré que precisamente lo que demanda la jerarquía católica es lo mismo que practican las pías hormigas: que se haga lo que se haga, (incesto, sodomía, pederastia) se haga con discreción sin publicidad. Incluso hasta para la inocente paja o gayola la iglesia demanda, como para la limosna (no deja de ser en el fondo una auto-limosna) que “tu mano derecha no conozca lo que hace tu izquierda”.
Cualquier noticia, por mínima que sea, te puede llevar desde el cero al infinito, desde la pequeña reflexión hasta una cosmogonía.
Y esto lo digo porque pensando en las diligentes, fornicadoras y discretas hormigas he comenzado a entender la biografía política de Alfredo Pérez Rubalcaba. Siempre tan discreto, tan en la sombra, tan inteligente que aun siendo brillante logró durante años pasar desapercibido.
Y quizá por la leyenda arrastrada, se comentara hace años en cenáculos esa maldad que, las lenguas viperinas atribuyeron a Alfonso Guerra: “Rubalcaba, Rubalcaba, que en cuanto te vuelves te la clava”
Como San Francisco ha debido aprender de las humildes hormigas.
jueves, 14 de julio de 2011
El vuelo de quien no se sabía pájaro
Noticia del diario "Público" del 14 de julio: Un joven cubano fue hallado muerto ayer en el tren de aterrrizaje de un avión que acababa de llegar a Barajas procedente de La Habana. La víctima tenía heridas en la cabeza y en el torax, pero pudo haber muerto congelado".
P.S. Es un hombre sin tan siquiera iniciales, es mi prójimo.
Nunca me he ganado bien la vida en el periodismo. Debe ser por mi desconfianza a los teletipos, a los telegramas urgentes, a los comunicados de última hora, a toda esa inmediatez mentirosa y manipuladora que tanto gusta hoy...la memoria de la nueva era es "corta y pega" y el análisis lo que mande el patrón. Y sobre todo porque la pirámide del poder me pareció un cutre castillo de arena. Uno no no sabe por estar arriba, uno sabe por compartir el suelo, el puto suelo.
Por eso os regalo este cuento en el que viví en el aire..
No era cierto, pero era demasiado tarde para rebatírselo a sus maestros.
Le habían repetido machaconamente que los pájaros tienen alas pero los hombres carecen de ellas: “por eso, chaval, no añoramos nunca el vuelo”.
Los viejos profesores de la ONCE tratan de poner bálsamo en las cicatrices de los niños ciegos de nacimiento:
- Para los que pierden la vista es un gran sufrimiento. Han gozado de un sentido y se ven privados de ello. Eso es más duro, eran pajarillos que sabían lo que era volar y les condenaron a caminar al (rastrero) ras del suelo.
Una sentencia desbordada de sentido común. Pero el sentido común y la obviedad a menudo se hermanan y bajan el listón de la sabiduría hasta el pozo de la vulgaridad.
Como cuando proclaman con ignorancia que “ojos que no ven, corazón que no siente”. El exceso de vista lleva a muchas personas a la miopía. Pero siempre cae la noche antes de tener ocasión de rebatirlo. Mejor dicho, la noche cae antes.
El niño de la ficha escolar 237/65 pasó a ser el adolescente de la tarjeta federada de atletismo 6.247/82.
Aquella súbita afición por la actividad física sorprendió a Maribel, su profesora de literatura, que nunca creyó que el más devoto de los libros de todos sus alumnos se apuntase con entusiasmo en el club de atletismo.
Sólo la indomable voluntad de quién está acostumbrado a combatir al destino le mantuvo durante aquel curso en el equipo. El primero en acudir al entrenamiento y el último en abandonar el vestuario no pasó, pese a sus notables esfuerzos, de marcas vulgares en velocidad, en medio fondo y en lanzamientos.
Cuando ya se encontraba en ese momento añil en él que los hombres inteligentes preparan su espíritu para el rechazo, sucedió un fenómeno afortunado y extraño.
La inoportuna lesión de un compañero hizo a los preparadores incluirle, pese a su falta de velocidad y su carencia de talento para la sincronización de movimientos, en las pruebas de salto. Era un suplente necesario para la longitud y el triple. La ficha que completa el documento .
Ante la mirada atónita de los preparadores, aquel muchacho de baja estatura y aparentemente desmembrado en la carrera, se tornaba ágil, dúctil y liviano en el momento del impulso y del vuelo tras el salto.
Sus marcas eran extraordinarias pese a su carrera sin nervio y su zancada breve de hombre con el centro de gravedad bajo.
Los profesores comprobaron que, al contrario que lo que sucede con una gran parte de los ciegos, en el vacío del aire no frenaba su vuelo por el vértigo o el miedo.
Má bien, él les explicaba que la ausencia de referencias le disparaba la adrenalina y algo en su interior le impulsaba hacia el cielo.
Una adecuación a la prueba que provocó la incredulidad de sus preparadores que conocían que en el aire, los humanos utilizamos los ojos, como apéndices, como manos.
Algo con lo que asirse a lo concreto en el vacío del espacio sin objetos. La necesidad de agarrarse al planeta y al aire y desembarazarse de la angustia que provoca el vacío en el pecho.
- Vas a ser feliz. Al hombre le hacen desdichado los miedos. – Le susurró Maribel antes de depositarle en la frente un beso-.
No era verdad, Maribel, no fue cierto, pero es imposible rebatirlo cuando el tiempo ha creado un abismo de distancia entre uno y los seres que le quisieron. La superación de un miedo no te vacuna contra todos los nombres del miedo. La ausencia de vértigo en el aire no te inmuniza contra el vértigo que produce el suelo. Un vértigo horizontal a la realidad, un vértigo precipicio a los afectos que te hacen huir alzando el vuelo.
Un vértigo que tiene al DNI 69.746.877-R preparado para huir de la caída al vacío del amor, por el desfiladero del deseo, en la aséptica sala de espera de un aeropuerto.
No es del todo cierto, pero cómo rebatirlo cuando se es el pasajero del asiento 27-v del Airbús 300 que, a las 17.33 horas, se está precipitando sin control hacia el mar Mediterráneo.
Los oídos le estallaban por los gritos aterrados de seres sin rostro que compartían el delirio. La boca había perdido toda noticia de la saliva y, entreabierta y seca, guardaba el leve gusto a almendra amarga que deposita el aliento en la angustia de los jadeos.
En las palmas de las manos, extendidas con angustia sobre las páginas de un libro abierto, las entrenadas yemas de los dedos se muestran incapaces, en ausencia de riego, de distinguir ,entre la urticaria pálida del braille, un adjetivo de un verbo, una tilde de una coma aislada, una frase de una pausa de silencio.
Se había quedado en Macondo, pero no le venía al recuerdo en que esquina del pueblo. Había caído una densa e imposible niebla sobre el trópico que envolvía a la guayaba y arropaba a hombres y pájaros, a vivos y a muertos.
Le circulaba por la cabeza el inicio del juego: “Muchos años más tarde, el coronel Aureliano Buendía, frente al pelotón de fusilamiento, recordaría aquella tarde en que su padre le llevó a conocer el hielo”. Un hielo que le había bajado a las manos como desciende y se posa el rocío en los amaneceres de invierno.
Y ese olor intenso y punzante a cable quemado, como de un chamuscado electrodoméstico inmenso, le sube de la nariz a las sienes y le está acorchando todas las venas, todos los pliegues del cerebro..
Intuyó por la aceleración suicida, que le encogía el estomago, que el impacto estaba muy próximo. Fue entonces cuando le sobrevino una necesidad enorme de verde, al tiempo que una carencia de azul marino, un antojo blanco de espuma salina, como a quien, por último deseo, le urge conocer los colores que enmarcan su cobijo definitivo.
Mas de todos es conocido que casi nadie está en condiciones de elegir sus últimos gestos. Y así, guiado por un mandato interno ajeno a su voluntad, el pasajero 27-v se desprendió del cinturón y, como en un ritual dictado por años de instinto, tensó los hombros, lleno de aire el pecho, abrió los brazos en cruz, los levantó con una violencia innata y dejó caer, agitándolos en una cadencia pausada pero firme, potente y armónica como un bailarín en el apogeo frenético de la danza del fuego.
Enfiló la mandíbula a proa, arqueando como un junco el tronco y tensando hacia atrás el cuello, buscando con ansia una corriente en el aire comprimido.
Una sensación que le llenaba de adrenalina el cuerpo como un placer animal, primitivo y sin compromisos.
Luego, el resplandor prendiendo la tarde, el estallido que quiebra las olas y el silencio que se abre paso entre ecos desvanecidos hasta instalar la calma chicha...
El primer helicóptero del servicio aéreo de rescate se aproximó a las 16,48 horas a la zona del siniestro.
Lo primero que el piloto afirmó avistar fue la cola del aparato siniestrado a la deriva, restos del fuselaje esparcidos en un área de 2 millas marinas y un fenómeno confuso de extraña explicación. El sorprendido piloto comunicó que, sobrevolando los restos, le parecía avistar un ave enorme, de la envergadura aproximada de un ser humano adulto.
El gran pájaro se mantuvo volando en círculo, al estilo de las rapaces, durante unos instantes para, luego, ir ganando pausadamente altura y alejarse de la costa en dirección hacia oriente con un vuelo placido e irregular, como el que no se dirige a ningún destino concreto.
En una urgente valoración, el curtido profesional del salvamento marítimo, manifestó abatido que “hasta un ciego comprobaría que encontrar algún superviviente sería un autentico milagro divino”.
P.S. Es un hombre sin tan siquiera iniciales, es mi prójimo.
Nunca me he ganado bien la vida en el periodismo. Debe ser por mi desconfianza a los teletipos, a los telegramas urgentes, a los comunicados de última hora, a toda esa inmediatez mentirosa y manipuladora que tanto gusta hoy...la memoria de la nueva era es "corta y pega" y el análisis lo que mande el patrón. Y sobre todo porque la pirámide del poder me pareció un cutre castillo de arena. Uno no no sabe por estar arriba, uno sabe por compartir el suelo, el puto suelo.
Por eso os regalo este cuento en el que viví en el aire..
No era cierto, pero era demasiado tarde para rebatírselo a sus maestros.
Le habían repetido machaconamente que los pájaros tienen alas pero los hombres carecen de ellas: “por eso, chaval, no añoramos nunca el vuelo”.
Los viejos profesores de la ONCE tratan de poner bálsamo en las cicatrices de los niños ciegos de nacimiento:
- Para los que pierden la vista es un gran sufrimiento. Han gozado de un sentido y se ven privados de ello. Eso es más duro, eran pajarillos que sabían lo que era volar y les condenaron a caminar al (rastrero) ras del suelo.
Una sentencia desbordada de sentido común. Pero el sentido común y la obviedad a menudo se hermanan y bajan el listón de la sabiduría hasta el pozo de la vulgaridad.
Como cuando proclaman con ignorancia que “ojos que no ven, corazón que no siente”. El exceso de vista lleva a muchas personas a la miopía. Pero siempre cae la noche antes de tener ocasión de rebatirlo. Mejor dicho, la noche cae antes.
El niño de la ficha escolar 237/65 pasó a ser el adolescente de la tarjeta federada de atletismo 6.247/82.
Aquella súbita afición por la actividad física sorprendió a Maribel, su profesora de literatura, que nunca creyó que el más devoto de los libros de todos sus alumnos se apuntase con entusiasmo en el club de atletismo.
Sólo la indomable voluntad de quién está acostumbrado a combatir al destino le mantuvo durante aquel curso en el equipo. El primero en acudir al entrenamiento y el último en abandonar el vestuario no pasó, pese a sus notables esfuerzos, de marcas vulgares en velocidad, en medio fondo y en lanzamientos.
Cuando ya se encontraba en ese momento añil en él que los hombres inteligentes preparan su espíritu para el rechazo, sucedió un fenómeno afortunado y extraño.
La inoportuna lesión de un compañero hizo a los preparadores incluirle, pese a su falta de velocidad y su carencia de talento para la sincronización de movimientos, en las pruebas de salto. Era un suplente necesario para la longitud y el triple. La ficha que completa el documento .
Ante la mirada atónita de los preparadores, aquel muchacho de baja estatura y aparentemente desmembrado en la carrera, se tornaba ágil, dúctil y liviano en el momento del impulso y del vuelo tras el salto.
Sus marcas eran extraordinarias pese a su carrera sin nervio y su zancada breve de hombre con el centro de gravedad bajo.
Los profesores comprobaron que, al contrario que lo que sucede con una gran parte de los ciegos, en el vacío del aire no frenaba su vuelo por el vértigo o el miedo.
Má bien, él les explicaba que la ausencia de referencias le disparaba la adrenalina y algo en su interior le impulsaba hacia el cielo.
Una adecuación a la prueba que provocó la incredulidad de sus preparadores que conocían que en el aire, los humanos utilizamos los ojos, como apéndices, como manos.
Algo con lo que asirse a lo concreto en el vacío del espacio sin objetos. La necesidad de agarrarse al planeta y al aire y desembarazarse de la angustia que provoca el vacío en el pecho.
- Vas a ser feliz. Al hombre le hacen desdichado los miedos. – Le susurró Maribel antes de depositarle en la frente un beso-.
No era verdad, Maribel, no fue cierto, pero es imposible rebatirlo cuando el tiempo ha creado un abismo de distancia entre uno y los seres que le quisieron. La superación de un miedo no te vacuna contra todos los nombres del miedo. La ausencia de vértigo en el aire no te inmuniza contra el vértigo que produce el suelo. Un vértigo horizontal a la realidad, un vértigo precipicio a los afectos que te hacen huir alzando el vuelo.
Un vértigo que tiene al DNI 69.746.877-R preparado para huir de la caída al vacío del amor, por el desfiladero del deseo, en la aséptica sala de espera de un aeropuerto.
No es del todo cierto, pero cómo rebatirlo cuando se es el pasajero del asiento 27-v del Airbús 300 que, a las 17.33 horas, se está precipitando sin control hacia el mar Mediterráneo.
Los oídos le estallaban por los gritos aterrados de seres sin rostro que compartían el delirio. La boca había perdido toda noticia de la saliva y, entreabierta y seca, guardaba el leve gusto a almendra amarga que deposita el aliento en la angustia de los jadeos.
En las palmas de las manos, extendidas con angustia sobre las páginas de un libro abierto, las entrenadas yemas de los dedos se muestran incapaces, en ausencia de riego, de distinguir ,entre la urticaria pálida del braille, un adjetivo de un verbo, una tilde de una coma aislada, una frase de una pausa de silencio.
Se había quedado en Macondo, pero no le venía al recuerdo en que esquina del pueblo. Había caído una densa e imposible niebla sobre el trópico que envolvía a la guayaba y arropaba a hombres y pájaros, a vivos y a muertos.
Le circulaba por la cabeza el inicio del juego: “Muchos años más tarde, el coronel Aureliano Buendía, frente al pelotón de fusilamiento, recordaría aquella tarde en que su padre le llevó a conocer el hielo”. Un hielo que le había bajado a las manos como desciende y se posa el rocío en los amaneceres de invierno.
Y ese olor intenso y punzante a cable quemado, como de un chamuscado electrodoméstico inmenso, le sube de la nariz a las sienes y le está acorchando todas las venas, todos los pliegues del cerebro..
Intuyó por la aceleración suicida, que le encogía el estomago, que el impacto estaba muy próximo. Fue entonces cuando le sobrevino una necesidad enorme de verde, al tiempo que una carencia de azul marino, un antojo blanco de espuma salina, como a quien, por último deseo, le urge conocer los colores que enmarcan su cobijo definitivo.
Mas de todos es conocido que casi nadie está en condiciones de elegir sus últimos gestos. Y así, guiado por un mandato interno ajeno a su voluntad, el pasajero 27-v se desprendió del cinturón y, como en un ritual dictado por años de instinto, tensó los hombros, lleno de aire el pecho, abrió los brazos en cruz, los levantó con una violencia innata y dejó caer, agitándolos en una cadencia pausada pero firme, potente y armónica como un bailarín en el apogeo frenético de la danza del fuego.
Enfiló la mandíbula a proa, arqueando como un junco el tronco y tensando hacia atrás el cuello, buscando con ansia una corriente en el aire comprimido.
Una sensación que le llenaba de adrenalina el cuerpo como un placer animal, primitivo y sin compromisos.
Luego, el resplandor prendiendo la tarde, el estallido que quiebra las olas y el silencio que se abre paso entre ecos desvanecidos hasta instalar la calma chicha...
El primer helicóptero del servicio aéreo de rescate se aproximó a las 16,48 horas a la zona del siniestro.
Lo primero que el piloto afirmó avistar fue la cola del aparato siniestrado a la deriva, restos del fuselaje esparcidos en un área de 2 millas marinas y un fenómeno confuso de extraña explicación. El sorprendido piloto comunicó que, sobrevolando los restos, le parecía avistar un ave enorme, de la envergadura aproximada de un ser humano adulto.
El gran pájaro se mantuvo volando en círculo, al estilo de las rapaces, durante unos instantes para, luego, ir ganando pausadamente altura y alejarse de la costa en dirección hacia oriente con un vuelo placido e irregular, como el que no se dirige a ningún destino concreto.
En una urgente valoración, el curtido profesional del salvamento marítimo, manifestó abatido que “hasta un ciego comprobaría que encontrar algún superviviente sería un autentico milagro divino”.
lunes, 4 de julio de 2011
El mar es inmenso
FRAGMENTO DE UNA NOVELA INÉDITA
A koncha lois, a quien tanto debe Cantabria
Y a Paloma Masa a quien tanto debo yo.
En mi barrio había pocos hechos diferenciales, y casi todos por negación.
Pero uno de ellos, de los que marcan carácter, no lo cumplía. Yo había visto el mar.
Esta particularidad me confería un toque distinto y cosmopolita al que sacaba mucho partido en las conversaciones con la tropa.
- ¿Cómo es de grande el mar?
- Inmenso.
Cuando mis amigos me preguntaban por la extensión marina yo adoptaba el aire displicente de quien ha podido observar un fenómeno iniciático, de imposible explicación por su grandeza, y daba una respuesta parecida a las de don Isidro, el coadjutor que mejor habalba cn dios, cuando se le demandaba una profunda cuestión teológica.
Mi experiencia marinera se la debía precisamente al buen fraile de cuando mis comienzos en el oficio de monaguillo.
- ¿Tú querrías ver el mar hijo? – me sorprendió una mañana mientras le ayudaba a despojarse de las prendas del misterio-
- No sé si me dejará mi madre.
A mí cuando algo me sacaba de mis esquemas recurría a la autoridad paterna para salir del embrollo y ganar tiempo.
- El mar es inmenso, inconmensurable, seguro que te va a gustar.
Don Isidro se encargó de hablar con mis padres que recibieron la noticia con el escepticismo y la desconfianza de los que están acostumbrados a vivir en un mundo en donde nadie da duros a tres pesetas. El mundo del gato encerrado, al que se le buscan los tres pies o los cuatro.
- Don Isidro, usted sabe que nosotros somos gente humilde.
- Tranquilos, dejadme hacer, que si Dios quiere esto no os costará nada.
Y mis padres dejaron hacer al curita.
Aquel espacio de tiempo en el que don Isidro estaba haciendo maniobras secretas, quizás milagros, se convirtió en uno de los más azarosos e inquietantes que guardo en mi recuerdo. Por las noches no lograba conciliar el sueño pensando en eso.
Eso tan inmenso, inconmensurable, al que daban el nombre del mar y que, en mis angustias mezcladas con deseos, era como el Dorado, algo tan inabarcable y mágico que concitaba en la misma proporción las ganas de ir y el miedo a que fuese cierto.
El mar era lo desconocido, lo oculto, una altura desmesurada que, como todo precipicio, además de procurar la belleza llevaba consigo el vértigo.
Años más tarde descubriría que el placer, que el amor, tenía mucho de aquello, de mar abierto, con su hermosura y su miedo. Y que si se le va la mano en dulzura, cuando se ahogan los relojes en la fosa común del tiempo, te empieza a besar la muerte como quien navega en mar por un mar negro, sin viento.
Así que, en aquel inacabable espacio de tiempo, yo aprendí a coger miedo a mis deseos. Tenía que estar exultante porque iba a ser un privilegiado y, sin embargo, estaba temeroso e inquieto.
- El niño se va a ir a ver el mar.
- Todavía no es seguro.
- Bueno, habrase visto la cara que pones, parece como si no te apeteciera.
- No, no es eso. Es que todavía no es seguro y por si acaso no lo pienso.
Las gestiones del buen fraile tuvieron éxito y la casa se lleno de una actividad frenética que me lleno de inquietud y desasosiego. Lo único bueno de aquellos locos preparativos de viaje fue que a pesar de que mi madre me llevó al Centro, al Corte Inglés, para proveerme de calcetines, calzoncillos, jabones, toallas y miles de objetos como si me fuera a un largo destierro, mi madre me compró, del blanco radiante el objeto de mis sueños.
De vuelta a casa llamé a Pedro, mientras el se llegó hasta mi cuarto yo, inusualmente rápido, me fui desvistiendo y me coloqué mi albornoz nuevo. Pedro se quedó junto al quicio de la puerta con el rostro arrebatado y serio.
- Jo, que envidia, te pareces a Luis Folledo.
No se si Luis Folledo viajaba por Caritas, pero este fue el sistema por el que yo, tras la hábil mediación de don Isidro, inicié mi aventura de explorador hacia lo desconocido.
Salimos de la Estación del Norte, a las seis de la tarde, en un tren de madera. tan viejo que a mi me parecía que hasta el mar no aguantaba sin desmembrarse o prenderse fuego.
Un tren que se parecía a uno que yo había visto en el cine del barrio, en una película que se titulaba “Los hermanos Marx en Oeste”, con la que nos reímos mucho la tropa en una escena delirante en la que Groucho gritaba “mas madera que es la guerra” alimentando una maquina de vapor al borde del desastre.
El vagón era un bullicio de gente desconocida que, a base de guerra con las sobras del bocadillo, fueron intimando. Está visto que los conflictos son el preámbulo para el inicio de la camaradería. A mi me producía un pavor nuevo ese escándalo sin la presencia de ningún rostro conocido. Me fui refugiando en un rincón al lado de un rostro tan perplejo como el mío.
- Hola me llamo Eliseo y soy de Vallecas.
Tenía la certeza, aun sin más palabras, de haber encontrado a un amigo. Me quedé pensando en lo extraña que resultaba la vida. La gente de Vallecas eran nuestros enemigos naturales y fronterizos. Hicieron historia nuestras heroicas batallas a pedrada limpia en la frontera de Tajamar en donde, el año anterior, yo había tenido mi bautismo de sangre, de un certero cantazo en la frente, en el marco de una brea sin cuartel que, todo hay que decirlo, perdimos. Bueno, Manolo lo definió mas certeramente, dijo que habíamos efectuado una huida estratégica.
Y ahora en la penumbra del vagón, paradojas del destino, mientras la noche caía al trantrán mortecino del tren, yo estaba en el mismo rincón agazapado con quién bien pudo haberse convertido en mi asesino. Según me ganaba el sueño deseaba, pese a la hostil incomodidad del banco de madera, que aquel viaje fuera eterno. Cuando se espera lo desconocido, lleno de sombras y fantasmas al acecho, la incomodidad conocida se vuelve familiar y uno no desea que se la arrebaten, con el temor infundado de que cualquier cambio puede ser para peor.
Sería tal vez, porque no tengo recuerdo de que el gordo de Navidad nunca hizo posada en el barrio.
No me pregunten cómo, pero me dormí, me venció el sueño. Un amanecer de olor extraño, raro para mi no viajado olfato, me fue despertando. Me inquietó observar por la ventana del tren un paisaje hermoso por desacostumbrado, con árboles de un tamaño desmesurado que nada tenían que ver con los olmos rusos recién plantados por la inmobiliaria del barrio. Me atrapó la desazón por si estábamos llegando al inquietante mar y pregunté a un monitor que atravesaba el pasillo.
- ¿Estamos llegando al mar?
- No, chaval, todavía queda un buen trago.
Y tanto. A la una de la tarde estábamos en la estación de Santander y el mar no daba señales de vida. Allí con bastante desorden nos metieron en un autocar en donde al doblar una esquina estaba un horizonte azul, el mas grande charco de agua que imaginarse pudiera nadie.
- Mira Eliseo, el mar.
- Es inmenso.
En Vallecas, lo acababa de comprobar, tienen la misma forma de expresarse.
El viaje hasta Noja, lugar de destino de aquel manojo de niños pobres, se nos fue mirando ansiosos por la ventana, enfadados porque en algunos recovecos de la carretera perdíamos de vista el charco grande.
Eliseo y yo, como estaba cantado, nos hicimos compadres. Compadres era una expresión que Eliseo había oído en el cine en una de “Cantinflas” y que a él le pareció adecuada para definir nuestra relación que, en otra geografía distinta, nos hubiese convertido en enemigos potenciales. Juntos bajábamos todos los días la playa y junto nos hicimos pescadores. Lográbamos atrapar artesanalmente en la orilla del mar unos peces diminutos que nos llevábamos al cuarto en botellas de vidrio para asistir, cada mañana, al lamentable espectáculo de verlos flotar muertos en medio de un olor fétido e intensamente desagradable.
Pensamos, tras lo primeros fracasos, que se trataba de falta de alimento e, ignorantes de qué se alimentaban los peces pero generosos de corazón, les dábamos las sobras de nuestras meriendas. Seguían muriendo y no nos resultaba extraño pues lo sorprendente era como nosotros íbamos sobreviviendo a las dosis letales de cuatro tomas – desayuno, comida, merienda y cena- de un potente veneno. Abandonamos pues nuestra empresa de piscifactoría y nos dedicamos a lo que en Vallecas también era una costumbre enraizada como lo fue desde tiempo inmemorial en nuestro propio barrio: la competición deportiva en forma de simulacro.
A falta de chapas y otros elementos necesarios para las prácticas habituales descubrimos en las paredes de adobe de aquel pueblo, un elemento nuevo al que con gran ingenio le encontramos posibilidades competitivas. Sobre los muros marrones de Noja proliferaban, como un pueblo que cobijase a otro pueblo, inmensas colonias de casas de un solo habitante. Urbes extensísimas de caracoles que al sol sacaban los cuernos. Aquel inquietante animal, del que solo sabíamos de su existencia por las tediosas clases de ciencias naturales, nos sirvió para ocupar nuestras tardes en apasionantes carreras para las que nadie diría que el bicho estaba dotado.
Cada uno fuimos seleccionando a los que parecían los de más pura raza entre las paredes salvajes y, luego, los adiestrábamos con técnicas que fuimos inventando para mejorar su rendimiento y evitar su tendencia a la pereza y para suplir la falta que tenían de raza y coraje. Les lanzábamos agua, cuando a mitad de la carrera arrojaban la toalla y se guarecían cobardes. Les empujábamos, les jaleábamos y nos cagábamos en su madre.
Poco a poco fuimos convirtiendo a aquellos pacíficos y abúlicos animales en unos atletas que nos pudieran resultar rentables.
Y es que acompañábamos aquellas carreras, cuando logramos completar unas cuadras competitivas, con apuestas que bien administradas nos fueron procurando galletas, chocolate, canicas y algún que otro objeto con el que esquilmábamos a incautos apostantes. Un material, sobre todo el alimenticio, que devino importante para lograr paliar la hambruna que la comida escasa y horrible de la residencia nos provocaba. No hacía falta sino recordar sus efectos sobre los pobres peces.
Acostumbrados a la presencia del mar, Eliseo y yo fuimos convirtiendo el patio de la residencia en un lugar habitable como lo era el barrio de cada uno antes del destierro estival. Ambos nos habíamos llevado entre el ajuar imprescindible de nuestro arriesgado viaje los cromos de la misma colección que aquel verano tenía un éxito incuestionable: los cromos de los mundiales de fútbol. Como con el paso del tiempo nos habíamos convertido en dos tahures del Missisipi utilizábamos nuestra colección para jugar a la banca.
Consistía tal juego en elaborar dos montones iguales de cromos que, una vez barajados diestramente, se procedía a tentar a la suerte y elegir uno de ellos por su reverso. A la vez se realizaba una apuesta – diez cromos, quince, veinte- que, en condiciones normales, ganaría el número superior con que estuviera marcado el cromo, pero como esta colección carecía de numeración, decidimos que el ganador sería el que apostase al nombre del jugador que más letras tuviese.
Esto abría un amplio abanico de posibilidades que tenía dos extremos. El cielo se llamaba Kang Rioom Boong, que jugaba en la selección de Corea. El infierno se apellidaba Re, un jugador paraguayo del Español de Barcelona, con el que seguro palmabas. Entre las desdichas pequeñas se situaba el defensa español Sol y el delantero argentino Más. El mejor de los españoles era el reserva de Iríbar, el portero del Real Madrid, Bethancourt y Zoco era la línea de flotación bajo la cual se situaban los desastres.
Eliseo y yo jugábamos de mentirijillas pero convertidos con los demás en jefes de casino pudimos esquilmar a algún que otro grupo de incautos de objetos de primera necesidad que nos fueron de gran utilidad para hacer más liviano nuestro encierro.
Con el mar, Eliseo y yo, intimamos con la prudencia con que lo hacen los hombres de secano. Esta confianza no incluía el baño pero si el caminar y penetrar despacio – hasta un limite sensato- para huir perseguidos por las olas que nos rozaban los talones y el culo.
Uno de los descubrimientos de aquel tiempo fue la siesta colectiva. Los monitores nos obligaban preceptivamente a guardarla tumbados en hamacas dispuestas en una terraza sobre la que se divisaba el mar hasta que se perdía en el horizonte.
Esta visión de lo inconmensurable, del infinito a nuestro alcance, propició en Eliseo y yo un incipiente existencialismo que tuvo su plasmación concreta en el descubrimiento, por el análisis matemático, de que nuestra vida era ocupada, en su tiempo más precioso, por esfuerzos absurdos.
Armados de lápiz y papel calculamos que si la vida media de una persona eran lo sesenta y cinco años, un tercio de esta, más de veintidos, teniendo en cuenta que la niñez primera estaba dedicada completamente al vegetal sueño, nos la pasábamos durmiendo.
Tras este alarmante e incuestionable descubrimiento decidimos no entregar gratuitamente ni un minuto más de lo preciso al vacío y la inconsciencia del tiempo que perdíamos dormidos. Así, durante la noche, nos dábamos conversación hasta que el sueño nos cogía desprevenidos.
Mas con ser inquietante nuestro reciente hallazgo del poco uso práctico de la vida, más escatológico y tremendo fue el descubrimiento del espacio vital que ocupaban nuestras rutinarias evacuaciones. El calculo de meadas, y eso que solo trabajamos con la hipótesis de cinco minutos diarios al total de las micciones, daba un total parcial anual de 1.725 minutos orinando. Una meada anual, inmensa como el mar pero evidentemente más mensurable, de más de 29 interminables horas orinando. Y esto en un cálculo optimista pues no queríamos constar la variable de las permanente urgencias de los abuelos y su relación íntima con el baño.
Pero en donde se palpaba fétida la absurda razón de nuestra mísera existencia era en el cálculo de las cagadas, de las miles de horas defecando.
Elíseo, hombre de orden y con gran sentido práctico, elaboró la idea de que en estas horribles circunstancias era mejor que los cupos estúpidos de pérdida miserable de tiempo se hicieran de una vez y no en cómodos plazos. Así uno se iría a su obligación de pasar 160 días cagando como el que se va al servicio militar y luego quedar para toda la vida sin precisar del retrete, libre de reemplazo.
A mí la idea, aun no pareciéndome desechable totalmente, me producía el horror insoportable de imaginar como se te queda el culo de escocido tras estar pegado a la loza durante cerca de medio año, las rodillas dormidas y el pestazo insoportable.
Como es palpable la inmensidad del mar, inconmensurable, nos llevó al descubrimiento del hastío de una existencia vulgar plagada de obstáculos para la felicidad. Del destino de sufrimiento del hombre, de la esclavitud del tiempo y de su paso imparable, de cómo la vida deteriora la vida. De lo lejos que se haya nuestra perra vida de una existencia sublime.
- Yo si llego al año 2000, Eliseo, tendré 44 años.
- Yo también. A esa edad, tan viejo, ya no debe valer la pena vivir. Ya estaremos casados, nos pasaremos todo el día trabajando y sin poder jugar a nada. ¡Qué asco!
Así fue transcurriendo el tiempo, de lo que sin saberlo fue nuestra primera toma de contacto de lo que hoy se conoce como Universidad de Verano, hasta que un mañana, cuando ya nos habíamos adaptado al entorno, nos metieron en autocar y nos dijeron que este cuento se ha acabado. Esta visto que hay alguien que mueve perversamente los hilos y cuando te vas adaptando a un sitio, decide que ya es el momento de irse, que el tiempo que te tocaba de mar se ha acabado.
El retorno desde Santander a Madrid lo realicé dominado por una sensación extraña. Al principio había echado de menos mi casa, mi cuarto, mi comida, mi baño. Pero ahora, si bien tenía ganas de volver a ver a mis padres, a mis amigos, de reencontrarme al fin con el paisaje del barrio, sabía que volvía distinto y con un punto de tristeza que no sabía a que se debía, de que esquina el polvo sale.
Nunca me había planteado salir del barrio, vivir en otro sitio que aquel en donde me había criado. Pero ahora sabía que había otras posibilidades, otros mundos y otras calles. Un mundo lleno de caracoles y peces que huele distinto y es más verde.
Llegamos a Madrid de noche y me esperó presurosa mi madre para despabilarme del amodorramiento en el que estaba instalado.
Su prisa hizo imposible que me despidiese de Eliseo. Los niños hacen planes hasta que su destino queda suspendido del brazo de su madre. De lejos le vi alejarse, como secuestrado, colgado como un pelele del brazo de una señora que le decía:
- Dios mío, que delgado vienes y que descuidado. ¿qué tal te han dado de comer?
No alcancé a oír su respuesta, me encontré metido en un taxi y llegando raudo a casa y recibiendo besos en la escalera de vecinos, saludos de pequeños y grandes y refugiándome agobiado en mi cuarto en donde entró, temeroso, Pedro mirándome como se mira a un extraño, vacilante.
- ¿Qué tal el mar?
- Inmenso, Pedro. Muy, muy, muy grande.
- ¿qué tal te lo has pasado?
- He hecho un compadre.
Pedro se quedó como alelado con mi respuesta pero no supo o no quiso preguntarme. Yo tuve, por primera vez, la sensación de que mi amigo, siempre tan próximo, estaba ahora lejano. La agria sensación de que algo imperceptible, a lo que no sabría poner nombre, pero que era muy profundo me había pasado.
Por primera vez en pocos días conocía la sensación de qué ya nada volvería a ser lo mismo y sólo lo entendía porque el mar era muy grande.
A koncha lois, a quien tanto debe Cantabria
Y a Paloma Masa a quien tanto debo yo.
En mi barrio había pocos hechos diferenciales, y casi todos por negación.
Pero uno de ellos, de los que marcan carácter, no lo cumplía. Yo había visto el mar.
Esta particularidad me confería un toque distinto y cosmopolita al que sacaba mucho partido en las conversaciones con la tropa.
- ¿Cómo es de grande el mar?
- Inmenso.
Cuando mis amigos me preguntaban por la extensión marina yo adoptaba el aire displicente de quien ha podido observar un fenómeno iniciático, de imposible explicación por su grandeza, y daba una respuesta parecida a las de don Isidro, el coadjutor que mejor habalba cn dios, cuando se le demandaba una profunda cuestión teológica.
Mi experiencia marinera se la debía precisamente al buen fraile de cuando mis comienzos en el oficio de monaguillo.
- ¿Tú querrías ver el mar hijo? – me sorprendió una mañana mientras le ayudaba a despojarse de las prendas del misterio-
- No sé si me dejará mi madre.
A mí cuando algo me sacaba de mis esquemas recurría a la autoridad paterna para salir del embrollo y ganar tiempo.
- El mar es inmenso, inconmensurable, seguro que te va a gustar.
Don Isidro se encargó de hablar con mis padres que recibieron la noticia con el escepticismo y la desconfianza de los que están acostumbrados a vivir en un mundo en donde nadie da duros a tres pesetas. El mundo del gato encerrado, al que se le buscan los tres pies o los cuatro.
- Don Isidro, usted sabe que nosotros somos gente humilde.
- Tranquilos, dejadme hacer, que si Dios quiere esto no os costará nada.
Y mis padres dejaron hacer al curita.
Aquel espacio de tiempo en el que don Isidro estaba haciendo maniobras secretas, quizás milagros, se convirtió en uno de los más azarosos e inquietantes que guardo en mi recuerdo. Por las noches no lograba conciliar el sueño pensando en eso.
Eso tan inmenso, inconmensurable, al que daban el nombre del mar y que, en mis angustias mezcladas con deseos, era como el Dorado, algo tan inabarcable y mágico que concitaba en la misma proporción las ganas de ir y el miedo a que fuese cierto.
El mar era lo desconocido, lo oculto, una altura desmesurada que, como todo precipicio, además de procurar la belleza llevaba consigo el vértigo.
Años más tarde descubriría que el placer, que el amor, tenía mucho de aquello, de mar abierto, con su hermosura y su miedo. Y que si se le va la mano en dulzura, cuando se ahogan los relojes en la fosa común del tiempo, te empieza a besar la muerte como quien navega en mar por un mar negro, sin viento.
Así que, en aquel inacabable espacio de tiempo, yo aprendí a coger miedo a mis deseos. Tenía que estar exultante porque iba a ser un privilegiado y, sin embargo, estaba temeroso e inquieto.
- El niño se va a ir a ver el mar.
- Todavía no es seguro.
- Bueno, habrase visto la cara que pones, parece como si no te apeteciera.
- No, no es eso. Es que todavía no es seguro y por si acaso no lo pienso.
Las gestiones del buen fraile tuvieron éxito y la casa se lleno de una actividad frenética que me lleno de inquietud y desasosiego. Lo único bueno de aquellos locos preparativos de viaje fue que a pesar de que mi madre me llevó al Centro, al Corte Inglés, para proveerme de calcetines, calzoncillos, jabones, toallas y miles de objetos como si me fuera a un largo destierro, mi madre me compró, del blanco radiante el objeto de mis sueños.
De vuelta a casa llamé a Pedro, mientras el se llegó hasta mi cuarto yo, inusualmente rápido, me fui desvistiendo y me coloqué mi albornoz nuevo. Pedro se quedó junto al quicio de la puerta con el rostro arrebatado y serio.
- Jo, que envidia, te pareces a Luis Folledo.
No se si Luis Folledo viajaba por Caritas, pero este fue el sistema por el que yo, tras la hábil mediación de don Isidro, inicié mi aventura de explorador hacia lo desconocido.
Salimos de la Estación del Norte, a las seis de la tarde, en un tren de madera. tan viejo que a mi me parecía que hasta el mar no aguantaba sin desmembrarse o prenderse fuego.
Un tren que se parecía a uno que yo había visto en el cine del barrio, en una película que se titulaba “Los hermanos Marx en Oeste”, con la que nos reímos mucho la tropa en una escena delirante en la que Groucho gritaba “mas madera que es la guerra” alimentando una maquina de vapor al borde del desastre.
El vagón era un bullicio de gente desconocida que, a base de guerra con las sobras del bocadillo, fueron intimando. Está visto que los conflictos son el preámbulo para el inicio de la camaradería. A mi me producía un pavor nuevo ese escándalo sin la presencia de ningún rostro conocido. Me fui refugiando en un rincón al lado de un rostro tan perplejo como el mío.
- Hola me llamo Eliseo y soy de Vallecas.
Tenía la certeza, aun sin más palabras, de haber encontrado a un amigo. Me quedé pensando en lo extraña que resultaba la vida. La gente de Vallecas eran nuestros enemigos naturales y fronterizos. Hicieron historia nuestras heroicas batallas a pedrada limpia en la frontera de Tajamar en donde, el año anterior, yo había tenido mi bautismo de sangre, de un certero cantazo en la frente, en el marco de una brea sin cuartel que, todo hay que decirlo, perdimos. Bueno, Manolo lo definió mas certeramente, dijo que habíamos efectuado una huida estratégica.
Y ahora en la penumbra del vagón, paradojas del destino, mientras la noche caía al trantrán mortecino del tren, yo estaba en el mismo rincón agazapado con quién bien pudo haberse convertido en mi asesino. Según me ganaba el sueño deseaba, pese a la hostil incomodidad del banco de madera, que aquel viaje fuera eterno. Cuando se espera lo desconocido, lleno de sombras y fantasmas al acecho, la incomodidad conocida se vuelve familiar y uno no desea que se la arrebaten, con el temor infundado de que cualquier cambio puede ser para peor.
Sería tal vez, porque no tengo recuerdo de que el gordo de Navidad nunca hizo posada en el barrio.
No me pregunten cómo, pero me dormí, me venció el sueño. Un amanecer de olor extraño, raro para mi no viajado olfato, me fue despertando. Me inquietó observar por la ventana del tren un paisaje hermoso por desacostumbrado, con árboles de un tamaño desmesurado que nada tenían que ver con los olmos rusos recién plantados por la inmobiliaria del barrio. Me atrapó la desazón por si estábamos llegando al inquietante mar y pregunté a un monitor que atravesaba el pasillo.
- ¿Estamos llegando al mar?
- No, chaval, todavía queda un buen trago.
Y tanto. A la una de la tarde estábamos en la estación de Santander y el mar no daba señales de vida. Allí con bastante desorden nos metieron en un autocar en donde al doblar una esquina estaba un horizonte azul, el mas grande charco de agua que imaginarse pudiera nadie.
- Mira Eliseo, el mar.
- Es inmenso.
En Vallecas, lo acababa de comprobar, tienen la misma forma de expresarse.
El viaje hasta Noja, lugar de destino de aquel manojo de niños pobres, se nos fue mirando ansiosos por la ventana, enfadados porque en algunos recovecos de la carretera perdíamos de vista el charco grande.
Eliseo y yo, como estaba cantado, nos hicimos compadres. Compadres era una expresión que Eliseo había oído en el cine en una de “Cantinflas” y que a él le pareció adecuada para definir nuestra relación que, en otra geografía distinta, nos hubiese convertido en enemigos potenciales. Juntos bajábamos todos los días la playa y junto nos hicimos pescadores. Lográbamos atrapar artesanalmente en la orilla del mar unos peces diminutos que nos llevábamos al cuarto en botellas de vidrio para asistir, cada mañana, al lamentable espectáculo de verlos flotar muertos en medio de un olor fétido e intensamente desagradable.
Pensamos, tras lo primeros fracasos, que se trataba de falta de alimento e, ignorantes de qué se alimentaban los peces pero generosos de corazón, les dábamos las sobras de nuestras meriendas. Seguían muriendo y no nos resultaba extraño pues lo sorprendente era como nosotros íbamos sobreviviendo a las dosis letales de cuatro tomas – desayuno, comida, merienda y cena- de un potente veneno. Abandonamos pues nuestra empresa de piscifactoría y nos dedicamos a lo que en Vallecas también era una costumbre enraizada como lo fue desde tiempo inmemorial en nuestro propio barrio: la competición deportiva en forma de simulacro.
A falta de chapas y otros elementos necesarios para las prácticas habituales descubrimos en las paredes de adobe de aquel pueblo, un elemento nuevo al que con gran ingenio le encontramos posibilidades competitivas. Sobre los muros marrones de Noja proliferaban, como un pueblo que cobijase a otro pueblo, inmensas colonias de casas de un solo habitante. Urbes extensísimas de caracoles que al sol sacaban los cuernos. Aquel inquietante animal, del que solo sabíamos de su existencia por las tediosas clases de ciencias naturales, nos sirvió para ocupar nuestras tardes en apasionantes carreras para las que nadie diría que el bicho estaba dotado.
Cada uno fuimos seleccionando a los que parecían los de más pura raza entre las paredes salvajes y, luego, los adiestrábamos con técnicas que fuimos inventando para mejorar su rendimiento y evitar su tendencia a la pereza y para suplir la falta que tenían de raza y coraje. Les lanzábamos agua, cuando a mitad de la carrera arrojaban la toalla y se guarecían cobardes. Les empujábamos, les jaleábamos y nos cagábamos en su madre.
Poco a poco fuimos convirtiendo a aquellos pacíficos y abúlicos animales en unos atletas que nos pudieran resultar rentables.
Y es que acompañábamos aquellas carreras, cuando logramos completar unas cuadras competitivas, con apuestas que bien administradas nos fueron procurando galletas, chocolate, canicas y algún que otro objeto con el que esquilmábamos a incautos apostantes. Un material, sobre todo el alimenticio, que devino importante para lograr paliar la hambruna que la comida escasa y horrible de la residencia nos provocaba. No hacía falta sino recordar sus efectos sobre los pobres peces.
Acostumbrados a la presencia del mar, Eliseo y yo fuimos convirtiendo el patio de la residencia en un lugar habitable como lo era el barrio de cada uno antes del destierro estival. Ambos nos habíamos llevado entre el ajuar imprescindible de nuestro arriesgado viaje los cromos de la misma colección que aquel verano tenía un éxito incuestionable: los cromos de los mundiales de fútbol. Como con el paso del tiempo nos habíamos convertido en dos tahures del Missisipi utilizábamos nuestra colección para jugar a la banca.
Consistía tal juego en elaborar dos montones iguales de cromos que, una vez barajados diestramente, se procedía a tentar a la suerte y elegir uno de ellos por su reverso. A la vez se realizaba una apuesta – diez cromos, quince, veinte- que, en condiciones normales, ganaría el número superior con que estuviera marcado el cromo, pero como esta colección carecía de numeración, decidimos que el ganador sería el que apostase al nombre del jugador que más letras tuviese.
Esto abría un amplio abanico de posibilidades que tenía dos extremos. El cielo se llamaba Kang Rioom Boong, que jugaba en la selección de Corea. El infierno se apellidaba Re, un jugador paraguayo del Español de Barcelona, con el que seguro palmabas. Entre las desdichas pequeñas se situaba el defensa español Sol y el delantero argentino Más. El mejor de los españoles era el reserva de Iríbar, el portero del Real Madrid, Bethancourt y Zoco era la línea de flotación bajo la cual se situaban los desastres.
Eliseo y yo jugábamos de mentirijillas pero convertidos con los demás en jefes de casino pudimos esquilmar a algún que otro grupo de incautos de objetos de primera necesidad que nos fueron de gran utilidad para hacer más liviano nuestro encierro.
Con el mar, Eliseo y yo, intimamos con la prudencia con que lo hacen los hombres de secano. Esta confianza no incluía el baño pero si el caminar y penetrar despacio – hasta un limite sensato- para huir perseguidos por las olas que nos rozaban los talones y el culo.
Uno de los descubrimientos de aquel tiempo fue la siesta colectiva. Los monitores nos obligaban preceptivamente a guardarla tumbados en hamacas dispuestas en una terraza sobre la que se divisaba el mar hasta que se perdía en el horizonte.
Esta visión de lo inconmensurable, del infinito a nuestro alcance, propició en Eliseo y yo un incipiente existencialismo que tuvo su plasmación concreta en el descubrimiento, por el análisis matemático, de que nuestra vida era ocupada, en su tiempo más precioso, por esfuerzos absurdos.
Armados de lápiz y papel calculamos que si la vida media de una persona eran lo sesenta y cinco años, un tercio de esta, más de veintidos, teniendo en cuenta que la niñez primera estaba dedicada completamente al vegetal sueño, nos la pasábamos durmiendo.
Tras este alarmante e incuestionable descubrimiento decidimos no entregar gratuitamente ni un minuto más de lo preciso al vacío y la inconsciencia del tiempo que perdíamos dormidos. Así, durante la noche, nos dábamos conversación hasta que el sueño nos cogía desprevenidos.
Mas con ser inquietante nuestro reciente hallazgo del poco uso práctico de la vida, más escatológico y tremendo fue el descubrimiento del espacio vital que ocupaban nuestras rutinarias evacuaciones. El calculo de meadas, y eso que solo trabajamos con la hipótesis de cinco minutos diarios al total de las micciones, daba un total parcial anual de 1.725 minutos orinando. Una meada anual, inmensa como el mar pero evidentemente más mensurable, de más de 29 interminables horas orinando. Y esto en un cálculo optimista pues no queríamos constar la variable de las permanente urgencias de los abuelos y su relación íntima con el baño.
Pero en donde se palpaba fétida la absurda razón de nuestra mísera existencia era en el cálculo de las cagadas, de las miles de horas defecando.
Elíseo, hombre de orden y con gran sentido práctico, elaboró la idea de que en estas horribles circunstancias era mejor que los cupos estúpidos de pérdida miserable de tiempo se hicieran de una vez y no en cómodos plazos. Así uno se iría a su obligación de pasar 160 días cagando como el que se va al servicio militar y luego quedar para toda la vida sin precisar del retrete, libre de reemplazo.
A mí la idea, aun no pareciéndome desechable totalmente, me producía el horror insoportable de imaginar como se te queda el culo de escocido tras estar pegado a la loza durante cerca de medio año, las rodillas dormidas y el pestazo insoportable.
Como es palpable la inmensidad del mar, inconmensurable, nos llevó al descubrimiento del hastío de una existencia vulgar plagada de obstáculos para la felicidad. Del destino de sufrimiento del hombre, de la esclavitud del tiempo y de su paso imparable, de cómo la vida deteriora la vida. De lo lejos que se haya nuestra perra vida de una existencia sublime.
- Yo si llego al año 2000, Eliseo, tendré 44 años.
- Yo también. A esa edad, tan viejo, ya no debe valer la pena vivir. Ya estaremos casados, nos pasaremos todo el día trabajando y sin poder jugar a nada. ¡Qué asco!
Así fue transcurriendo el tiempo, de lo que sin saberlo fue nuestra primera toma de contacto de lo que hoy se conoce como Universidad de Verano, hasta que un mañana, cuando ya nos habíamos adaptado al entorno, nos metieron en autocar y nos dijeron que este cuento se ha acabado. Esta visto que hay alguien que mueve perversamente los hilos y cuando te vas adaptando a un sitio, decide que ya es el momento de irse, que el tiempo que te tocaba de mar se ha acabado.
El retorno desde Santander a Madrid lo realicé dominado por una sensación extraña. Al principio había echado de menos mi casa, mi cuarto, mi comida, mi baño. Pero ahora, si bien tenía ganas de volver a ver a mis padres, a mis amigos, de reencontrarme al fin con el paisaje del barrio, sabía que volvía distinto y con un punto de tristeza que no sabía a que se debía, de que esquina el polvo sale.
Nunca me había planteado salir del barrio, vivir en otro sitio que aquel en donde me había criado. Pero ahora sabía que había otras posibilidades, otros mundos y otras calles. Un mundo lleno de caracoles y peces que huele distinto y es más verde.
Llegamos a Madrid de noche y me esperó presurosa mi madre para despabilarme del amodorramiento en el que estaba instalado.
Su prisa hizo imposible que me despidiese de Eliseo. Los niños hacen planes hasta que su destino queda suspendido del brazo de su madre. De lejos le vi alejarse, como secuestrado, colgado como un pelele del brazo de una señora que le decía:
- Dios mío, que delgado vienes y que descuidado. ¿qué tal te han dado de comer?
No alcancé a oír su respuesta, me encontré metido en un taxi y llegando raudo a casa y recibiendo besos en la escalera de vecinos, saludos de pequeños y grandes y refugiándome agobiado en mi cuarto en donde entró, temeroso, Pedro mirándome como se mira a un extraño, vacilante.
- ¿Qué tal el mar?
- Inmenso, Pedro. Muy, muy, muy grande.
- ¿qué tal te lo has pasado?
- He hecho un compadre.
Pedro se quedó como alelado con mi respuesta pero no supo o no quiso preguntarme. Yo tuve, por primera vez, la sensación de que mi amigo, siempre tan próximo, estaba ahora lejano. La agria sensación de que algo imperceptible, a lo que no sabría poner nombre, pero que era muy profundo me había pasado.
Por primera vez en pocos días conocía la sensación de qué ya nada volvería a ser lo mismo y sólo lo entendía porque el mar era muy grande.
miércoles, 29 de junio de 2011
El día en que la normalidad sustituya al orgullo
En el pueblo de mi padre vivía un primo mío que vino a cortarme el pelo una vez a casa de mis padres en Moratalaz. Tenía mucha pluma. Pero, cuando marchó, yo pensé en la inmensa soledad que tenía que tener aquel hombre en un medio rural.
Cuando llegué a Nueva York, una gran parte de la ciudad me la enseñó mi amigo Tom y su novio Philips. En el "Village", a finales de los 70, las parejas homosexuales paseaban cogidos de la mano desde la libreria "Oscar Wilde" a las tiendas unisex. La frontera peligrosa para ellos era el barrio italiano, en donde los niños de la catequesis parroquial se entretenían tirándoles piedras.
Cuando Tom y Philips vinieron a Moratalaz a devolverme la visita, la explicación que le di a mi madre sobre su diferencia entraría en la estética surrealista de algunos diálogos de Almodovar. Mi madre cambiaba las sábanas cada día con la celeridad de cuando mi hermana cogió la hepatitis. Y eso que el SIDA todavía no había dado señales de muerte.
Cuando en una ciudad de provincias compartí piso con un amigo homosexual, las anécdotas al respecto servirían para una película de Berlanga. Aquel chico tenía un novio inglés que, en un ataque de celos, me abofeteó, rompió la puerta de casa y me hizo vivir unos meses como en una telenovela casposa. Años más tarde cuando volví al sitio, el escritor inglés me pidió perdón y delante de una chica estupenda aclaró para reconciliarse con sus agarvios hacia mí, que yo era "macho de mujeres". Toma ya, la frase. Aquella noche, con aquella chica que por tanto tiempo había deseado, para estrenar mi título y acabar con mi falsa leyenda, di un gatillazo que debe tener todavía a la muchacha sumida en serias dudas sobre la veracidad de mi historia.
Un amigo me pidió un día que fueramos a recoger el apartamento de su cuñado que estaba ingresado en La Paz. La casa estaba llena de íconos gay, con el consabido cuadro sobre la muerte asaetada de ese santo tan posturero.
Charlé con aquel chaval, en su agonía de SIDA, y resulta que habíamos estado en el mismo internado en diferente época. Según él, se paso por la piedra a egregios profesores que yo había tenido. No tenía motivos para desconfiar de él pero, por primera vez en mi vida, comprendí que a veces transitaba por sitios y no me enteraba de nada. O que la misma realidad vivida por dos personas oculta dos realidades antagónicas.
Años más tarde realicé un reportaje en el mejor centro de Enfermedades de Transmisión Sexual de Madrid, y los médicos me explicaron que las estadísticas oficiales no cuadraban por ningún lado. Ellos revisaban a una gran parte de la población que ejercía la prositución y la prevalencia de VIH no era alta en ese grupo. Sin embargo, una gran parte de la gente que daba en la analítica que era portadora de anticuerpos lo achacaba a la prostitución. Su conclusión era clara: mcuhas personas preferían decir que mantenían relaciones con putas que reconocer que mantenían relaciones homosexuales.
En la izquierda en donde milité se admitía la homosexualidad pero no era la imagen deseable para ser elegible. Eran militantes para estar por casa pero no para mostrar abiertamente al electorado. Al menos proclamando esa situación. El PSOE, tengo que reconocer, fue el primer partido en dar el paso al colocar a un militante gay en la dirección. Y lo que han atizado a Pedro Zerolo desde entonces.
Luego supe que a Jaime Gil de Biedma se le denegó la entrada en el PCE por su declarada y pública homosexualidad.
Por eso hoy no me ha sorprendido el estudio recién publicado en el que, en porcentajes superiores al 50 por ciento, , hay españoles y españolas que no salen del armario. Que todavía tienen que vivir en el territorio sin papeles de la doble vida y la simulación.
Y la actitud de la iglesia no la voy a comentar porque la relación de la jerarquía eclesiastica con la sexualidad es tan mezquina como pensar en una secta que condena los paraguas porque vive protegido bajo la lluvia.
En diferentes redacciones y sitios en los que he estado los dossiers volaban, y analizar la vida política en nuestro país resulta un espantoso cuento de sobreentendidos y chistes de baja estofa.
En España no existe la tumba del "homosexual desconocido" porque aquí parece que se conoce a todos. A los que lo son y a los que se les supone. Y sin embargo que difícil es dejar vivir y practicar el respeto.
Me gusta la existencia del barrio de Chueca por lo que ha significado de protección y amparo, pero no dejo de tener la contradicción de que no me gustan los guetos. En una sociedad libre, los barrios tendrían que ser espacio de tolerancia entre todas las formas de entender la convivencia.
Y no digo más. Me sumo a la fiesta del orgullo gay, esperando que un día cercano no sea necesario. Como no celebramos ni el dia del orgullo heterosexual, ni el dia del orgullos miope.
La sexualidad, en cualquier forma que se práctique, no es motivo de orgullo, es motivo de normalidad. Todas y para todos.
Esperando el día en que la normalidad sustituya al orgullo.
Cuando llegué a Nueva York, una gran parte de la ciudad me la enseñó mi amigo Tom y su novio Philips. En el "Village", a finales de los 70, las parejas homosexuales paseaban cogidos de la mano desde la libreria "Oscar Wilde" a las tiendas unisex. La frontera peligrosa para ellos era el barrio italiano, en donde los niños de la catequesis parroquial se entretenían tirándoles piedras.
Cuando Tom y Philips vinieron a Moratalaz a devolverme la visita, la explicación que le di a mi madre sobre su diferencia entraría en la estética surrealista de algunos diálogos de Almodovar. Mi madre cambiaba las sábanas cada día con la celeridad de cuando mi hermana cogió la hepatitis. Y eso que el SIDA todavía no había dado señales de muerte.
Cuando en una ciudad de provincias compartí piso con un amigo homosexual, las anécdotas al respecto servirían para una película de Berlanga. Aquel chico tenía un novio inglés que, en un ataque de celos, me abofeteó, rompió la puerta de casa y me hizo vivir unos meses como en una telenovela casposa. Años más tarde cuando volví al sitio, el escritor inglés me pidió perdón y delante de una chica estupenda aclaró para reconciliarse con sus agarvios hacia mí, que yo era "macho de mujeres". Toma ya, la frase. Aquella noche, con aquella chica que por tanto tiempo había deseado, para estrenar mi título y acabar con mi falsa leyenda, di un gatillazo que debe tener todavía a la muchacha sumida en serias dudas sobre la veracidad de mi historia.
Un amigo me pidió un día que fueramos a recoger el apartamento de su cuñado que estaba ingresado en La Paz. La casa estaba llena de íconos gay, con el consabido cuadro sobre la muerte asaetada de ese santo tan posturero.
Charlé con aquel chaval, en su agonía de SIDA, y resulta que habíamos estado en el mismo internado en diferente época. Según él, se paso por la piedra a egregios profesores que yo había tenido. No tenía motivos para desconfiar de él pero, por primera vez en mi vida, comprendí que a veces transitaba por sitios y no me enteraba de nada. O que la misma realidad vivida por dos personas oculta dos realidades antagónicas.
Años más tarde realicé un reportaje en el mejor centro de Enfermedades de Transmisión Sexual de Madrid, y los médicos me explicaron que las estadísticas oficiales no cuadraban por ningún lado. Ellos revisaban a una gran parte de la población que ejercía la prositución y la prevalencia de VIH no era alta en ese grupo. Sin embargo, una gran parte de la gente que daba en la analítica que era portadora de anticuerpos lo achacaba a la prostitución. Su conclusión era clara: mcuhas personas preferían decir que mantenían relaciones con putas que reconocer que mantenían relaciones homosexuales.
En la izquierda en donde milité se admitía la homosexualidad pero no era la imagen deseable para ser elegible. Eran militantes para estar por casa pero no para mostrar abiertamente al electorado. Al menos proclamando esa situación. El PSOE, tengo que reconocer, fue el primer partido en dar el paso al colocar a un militante gay en la dirección. Y lo que han atizado a Pedro Zerolo desde entonces.
Luego supe que a Jaime Gil de Biedma se le denegó la entrada en el PCE por su declarada y pública homosexualidad.
Por eso hoy no me ha sorprendido el estudio recién publicado en el que, en porcentajes superiores al 50 por ciento, , hay españoles y españolas que no salen del armario. Que todavía tienen que vivir en el territorio sin papeles de la doble vida y la simulación.
Y la actitud de la iglesia no la voy a comentar porque la relación de la jerarquía eclesiastica con la sexualidad es tan mezquina como pensar en una secta que condena los paraguas porque vive protegido bajo la lluvia.
En diferentes redacciones y sitios en los que he estado los dossiers volaban, y analizar la vida política en nuestro país resulta un espantoso cuento de sobreentendidos y chistes de baja estofa.
En España no existe la tumba del "homosexual desconocido" porque aquí parece que se conoce a todos. A los que lo son y a los que se les supone. Y sin embargo que difícil es dejar vivir y practicar el respeto.
Me gusta la existencia del barrio de Chueca por lo que ha significado de protección y amparo, pero no dejo de tener la contradicción de que no me gustan los guetos. En una sociedad libre, los barrios tendrían que ser espacio de tolerancia entre todas las formas de entender la convivencia.
Y no digo más. Me sumo a la fiesta del orgullo gay, esperando que un día cercano no sea necesario. Como no celebramos ni el dia del orgullo heterosexual, ni el dia del orgullos miope.
La sexualidad, en cualquier forma que se práctique, no es motivo de orgullo, es motivo de normalidad. Todas y para todos.
Esperando el día en que la normalidad sustituya al orgullo.
lunes, 27 de junio de 2011
Ese sentimiento bajo sospecha al que llamamos amor
PRELUDIO
Hacía frío. Creo que hizo frío todo el tiempo. Los primeros vientos de octubre nos habían trenzado un jersey de amarás a Dios sobre todas las cosas y no envanecer su nombre. Las uñas limpias, la raya en el pelo y los zapatos lustrados era santificar las fiestas. El siete en matemáticas era honrar a padre y madre. Matar era asunto de Gary Cooper en el cine del domingo.
Y esperabamos el sexto.
Con ayuda del diccionario sabiamos que puta era femenino y sinónimo de ramera. El Sopena de bolsillo satisfacía pocas más curiosidades. Así que se hizo el silencio en clase. El padre Robles tenía ante sí un atajo de morbosos, debutantes en bigote con risitas nervisosas de color ocre.
Fellini lo atisbaba todo. Fedérico venía de oyente de tarde en tarde y nadíe le preguntó nunca a qué venía.
Entre el denso perfume a sudor, se abordó el problema:
- Señores, el acto amoroso se compone de preludio, ludio y postludio.
No me solucionaban ninguna curiosidad, pero me gustaron esos tres términos.
Así que salí a la calle sin tener conciencia de que era un mero aspirante a preludios jugando a las canicas.
Hicimos reuniones de oficiales y, entre caballeros, vimos claro que con las chicas no se podía ir a ningún lado. Se estaban poniendo tontas y creídas y además no había quien las entendiese.
Ese pacto duro poco. Justo el tiempo en que Guillermo, que no había dado nunca la espalda a una batalla, comenzase a ir a misa de doce. Queria verla a ella a la salida y entregarle sus preludios en forma de carta, en la que pretendia que la Virgen de la Esperanza fuera una aliada.
La destinataria ya había aprendido el lenguaje del desdén y Guillermo se puso malo.
En su casa le dieron vitaminas. Tomaba aperitivos de calcio cuando los amigos íbamos a verle.
Un día, el médico, después de conminarle a que dijera 33, establecía el diagnóstico cruel e irremisible:
- Este chico esta enamorado.
La tropa bajamos las banderas y comprendimos que, en contra del Telediario, peor que el comunismo, el judaísmo y la masonería, eran las mujeres. La carcona minó nuestra gavilla de valientes y nada pudo impedir que a corto plazo casi todos tuvieran novia.
Así que me convertí en bandolero solitario y robé mi primera librería. Desde el botín resonó la voz de Baudelaire diciendo:
"Al igual que los mendigos viven de sus lacerías, nosotros nos nutrimos de los remordimientos.
En la calle llovía. Creo que había llovido todo el tiempo. Los últimos vientos de febrero me empezaban a trenzar una camiseta de primavera.
LUDIO
No llovía ni hacía frío.
Creo nunca había llovido y que la vida era una ausencia de frío. Y ella salió de la librería. A mi se me resbaló Baudelaire de las manos y ya no soñaba con robar libros. Soñaba con robarla a ella. Total que, como más de uno habrá imaginado, ella me hurtó a mí.
Me fui, por entonces, con un libro suyo, a aprender a desfilar en el ejercito. Me encontraba raro siendo un hombre robado con un libro pagado al contado. No sabía si tenía novia o tenía un lío.
El caso es que entre "teóricas" y cocinas di comienzo la lectura del libro que nunca ha dejado de viajar conmigo: "Amor mío, no te quiero por vos ni por mí, ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía , porque estás del otro lado, ahí donde me invitas a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de cuerpo, de tu risa, hay horas en que me atormenta que me ames...".
Ella se cansó de ser novia de soldado y me dejó divorciado de lío y, volviendo de la guerra, no pude reencontrarme con el amor.
De tal manera que no pudiendo conocerla a ella, decidí conocer a aquel Julio Cortazar que contaba en los libros cosas que yo empezaba a sentir. Quizá porque él las escribia. O porque el amor deja en todos los seres la misma estela de desencanto y de traición.
POSTLUDIO
Pasó algun tiempo. No sabría decir cuánto. Las estaciones se iban se iban sucediendo en un ritual lentamente elaborado desde siglos.
Pasó algún tiempo hasta aprender el duro abecedario del respeto. Del respeto a uno mismo. Las posguerras y los posamores son un duro ejercicio de respeto.
El vencedor y el vencido - si no son los dos vencidos- saben que todo ya está perdido, que son pasto de balances obsesivos, que el futuro es un hombro en el que apoyarse a gemir, o dela mano que da las falsas palmaditas en cuanto descuidas la espalda.
Siempre he distinguido a los grandes amantes, no por la pasión, sino por la dignidad en el momento del mutis y el olvido.
Reconstruir una paz consigo mismo es algo muy lejano a la autoconmiseración y muy distante del desprecio.
Pasó algún tiempo. No sabría decir cuanto. Hay, eso sí, unos datos objetivos. Al abrir un dia la ventana, vi que el sol, la lluvia y el viento eran mi sol, mi lluvia y mi viento.
Fui a hacer la maleta y vi que solo faltaba cerrarla, que estaba preparada desde hace tiempo. Empecé a caminar sin rumbo fijo presintiendo que eso que llamaban el futuro incierto era el único futuro, el futuro perfecto. Unas flores del mal, un ejemplar de "Rayuela" desgastado y un puñado de recuerdos.
Poner distancia a la distancia y estirar la mano para comprobar si, a un palmo de las narices, estaba esa sombra tan fugaz que nos devuelve el espejo.
Allá, en lo opaco del recuerdo, un niño travieso entre el frío del invierno escuchaba con curiosidad:
-Señores, el acto amoroso se compone de preludio, ludio y postludio.
Sigo sin entenderlo, pero me gustan tanto esos términos.
Hacía frío. Creo que hizo frío todo el tiempo. Los primeros vientos de octubre nos habían trenzado un jersey de amarás a Dios sobre todas las cosas y no envanecer su nombre. Las uñas limpias, la raya en el pelo y los zapatos lustrados era santificar las fiestas. El siete en matemáticas era honrar a padre y madre. Matar era asunto de Gary Cooper en el cine del domingo.
Y esperabamos el sexto.
Con ayuda del diccionario sabiamos que puta era femenino y sinónimo de ramera. El Sopena de bolsillo satisfacía pocas más curiosidades. Así que se hizo el silencio en clase. El padre Robles tenía ante sí un atajo de morbosos, debutantes en bigote con risitas nervisosas de color ocre.
Fellini lo atisbaba todo. Fedérico venía de oyente de tarde en tarde y nadíe le preguntó nunca a qué venía.
Entre el denso perfume a sudor, se abordó el problema:
- Señores, el acto amoroso se compone de preludio, ludio y postludio.
No me solucionaban ninguna curiosidad, pero me gustaron esos tres términos.
Así que salí a la calle sin tener conciencia de que era un mero aspirante a preludios jugando a las canicas.
Hicimos reuniones de oficiales y, entre caballeros, vimos claro que con las chicas no se podía ir a ningún lado. Se estaban poniendo tontas y creídas y además no había quien las entendiese.
Ese pacto duro poco. Justo el tiempo en que Guillermo, que no había dado nunca la espalda a una batalla, comenzase a ir a misa de doce. Queria verla a ella a la salida y entregarle sus preludios en forma de carta, en la que pretendia que la Virgen de la Esperanza fuera una aliada.
La destinataria ya había aprendido el lenguaje del desdén y Guillermo se puso malo.
En su casa le dieron vitaminas. Tomaba aperitivos de calcio cuando los amigos íbamos a verle.
Un día, el médico, después de conminarle a que dijera 33, establecía el diagnóstico cruel e irremisible:
- Este chico esta enamorado.
La tropa bajamos las banderas y comprendimos que, en contra del Telediario, peor que el comunismo, el judaísmo y la masonería, eran las mujeres. La carcona minó nuestra gavilla de valientes y nada pudo impedir que a corto plazo casi todos tuvieran novia.
Así que me convertí en bandolero solitario y robé mi primera librería. Desde el botín resonó la voz de Baudelaire diciendo:
"Al igual que los mendigos viven de sus lacerías, nosotros nos nutrimos de los remordimientos.
En la calle llovía. Creo que había llovido todo el tiempo. Los últimos vientos de febrero me empezaban a trenzar una camiseta de primavera.
LUDIO
No llovía ni hacía frío.
Creo nunca había llovido y que la vida era una ausencia de frío. Y ella salió de la librería. A mi se me resbaló Baudelaire de las manos y ya no soñaba con robar libros. Soñaba con robarla a ella. Total que, como más de uno habrá imaginado, ella me hurtó a mí.
Me fui, por entonces, con un libro suyo, a aprender a desfilar en el ejercito. Me encontraba raro siendo un hombre robado con un libro pagado al contado. No sabía si tenía novia o tenía un lío.
El caso es que entre "teóricas" y cocinas di comienzo la lectura del libro que nunca ha dejado de viajar conmigo: "Amor mío, no te quiero por vos ni por mí, ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía , porque estás del otro lado, ahí donde me invitas a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de cuerpo, de tu risa, hay horas en que me atormenta que me ames...".
Ella se cansó de ser novia de soldado y me dejó divorciado de lío y, volviendo de la guerra, no pude reencontrarme con el amor.
De tal manera que no pudiendo conocerla a ella, decidí conocer a aquel Julio Cortazar que contaba en los libros cosas que yo empezaba a sentir. Quizá porque él las escribia. O porque el amor deja en todos los seres la misma estela de desencanto y de traición.
POSTLUDIO
Pasó algun tiempo. No sabría decir cuánto. Las estaciones se iban se iban sucediendo en un ritual lentamente elaborado desde siglos.
Pasó algún tiempo hasta aprender el duro abecedario del respeto. Del respeto a uno mismo. Las posguerras y los posamores son un duro ejercicio de respeto.
El vencedor y el vencido - si no son los dos vencidos- saben que todo ya está perdido, que son pasto de balances obsesivos, que el futuro es un hombro en el que apoyarse a gemir, o dela mano que da las falsas palmaditas en cuanto descuidas la espalda.
Siempre he distinguido a los grandes amantes, no por la pasión, sino por la dignidad en el momento del mutis y el olvido.
Reconstruir una paz consigo mismo es algo muy lejano a la autoconmiseración y muy distante del desprecio.
Pasó algún tiempo. No sabría decir cuanto. Hay, eso sí, unos datos objetivos. Al abrir un dia la ventana, vi que el sol, la lluvia y el viento eran mi sol, mi lluvia y mi viento.
Fui a hacer la maleta y vi que solo faltaba cerrarla, que estaba preparada desde hace tiempo. Empecé a caminar sin rumbo fijo presintiendo que eso que llamaban el futuro incierto era el único futuro, el futuro perfecto. Unas flores del mal, un ejemplar de "Rayuela" desgastado y un puñado de recuerdos.
Poner distancia a la distancia y estirar la mano para comprobar si, a un palmo de las narices, estaba esa sombra tan fugaz que nos devuelve el espejo.
Allá, en lo opaco del recuerdo, un niño travieso entre el frío del invierno escuchaba con curiosidad:
-Señores, el acto amoroso se compone de preludio, ludio y postludio.
Sigo sin entenderlo, pero me gustan tanto esos términos.
martes, 21 de junio de 2011
Sfrumble, riquitiqui, trastrás
“Me contaron que estabas enamorada de otro
y entonces me fui a mi cuarto
y escribí ese artículo contra el Gobierno
por el que estoy preso”.
Ernesto Cardenal
No sé si estos tiempos son buenos o regulares o malos. O malos porque son regulares. O buenos porque son malos.
No sé si son prerrevolucionarios o post-siesta. O son más de lo mismo. Incluso, no sé si son tiempos de confusión o soy yo el confuso, y esto me inquieta porque no conviene confundir el estado personal, y el del entorno inmediato, con el del conjunto social. Pero no puedo ignorar que, como en los versos de Cardenal, las carencias individuales (las de todo tipo) han llevado a la rebeldía política.
Me viene estos días, recurrentemente, a la cabeza una historia que pergeñé para un cuento. En aquel borrador que nunca concluí narraba la epopeya menor en la que un individuo amante de los coches de alta gama y otro admirador de las mujeres de belleza explosiva, entablaban la persecución de una modelo que conducía un Ferrari Testarossa. Ambos creían tener el mismo objetivo, pero sólo les unía un azar del destino.
Durante la larga persecución alcanzaron unos acuerdos de mínimos. Les hermanaba, cual pacto de sangre, el odio a los que conducían coches turismo y la inquina a aquellos que cobijaban sus caricias en el acogedor (para ellos detestable) cuerpo de una mujer sin artificios.
De igual manera, encontraron enemigos comunes, aunque fueran de naturaleza opuesta. Despreciaban de modo similar a los magnates que monopolizaban los automóviles más exclusivos y que gozaban de las mujeres de belleza mayúscula, como a los que se conformaban con su realidad vital y se encontraban realizados con coches que les servían para desplazarse, y con mujeres cuyo amor les hacía retar el miedo a la muerte y compartir la misma mirada del mundo, la complicidad.
Interpretaban hasta la amargura cómo podía haber gente que hubiera peleado por objetivos tan simples y no habían apostado con gallardía por el todo y no las “migajas” de la industria automovílistica y la cúspide de la exhibición de poderío económico en su faceta carnal.
En su mentalidad, triunfadores y derrotados eran la “misma mierda” que sujetaba conjuntamente un sistema basado en la desigualdad.
Bueno, siempre me pareció un cuento excesivamente simple y de difícil final. Además la moralina me termina por provocar ardor de estomago.
No sé como me vino este cuento a la cabeza, a la vez que otro más fallido que me hizo romper muchos folios hace años.
Era una época en la que uno, que por tiempos y formación de derechas, había sentido admiración por el despotismo ilustrado (“todo para el pueblo pero sin el pueblo”) pero, gajes de los tiempos convulsos, había acabado por evolucionar hacia un asambleismo radical en la que cualquiera decisión no aceptada por la totalidad no recogía la inteligencia social que albergaba el grupo.
Un revisionista amigo mío, años más tarde, me conminó:
- ¿Sabes lo que es un camello?
- Ummmmmm
- Pues un camello es un caballo diseñado por una asamblea.
Me pareció un ejemplo chusco y así se lo dije. Hace pocas fechas le reencontré y, como con los viejos amigos reanudamos la conversación interrumpida hace tiempo. Y en estas fechas volvió a salir el tema de la democracia asamblearia. Yo, contagiado por los tiempos, hice una encendida defensa de ella,
- Tienes razón, pero contempla como queda al final de ese camino la discrepancia individual o de grupo, la capacidad de unirse por concepciones distintas de la realidad.
Pero eso es secundario, le respondí, lo primero es la unión para resolver lo urgente y luego ya habrá tiempo de dar cauce a todas las opciones. Han sido años en los que generaciones de jóvenes y no tan jóvenes no se han visto implicados en ninguna toma de decisión y una crisis tan bárbara como esta, les está despertando al compromiso y a la lucha.
El guardó un silencio largo y luego dijo:
- Aun admitiendo que tuvieras razón, no parece buen camino declarar homologables a empresarios y sindicatos, liberticidas y partidos, aun en la hipótesis del mal funcionamiento de ellos. Parecería un análisis peligrosamente maniqueo, de blancos y negros, buenos y malos, traidores y leales. Esas historias terminan mal.
-
- ¿Y según tú qué origen puede tener esa desafección? ¿No crees que partidos y sindicatos se la han ganado a pulso?
- De esta manera tan agresiva me parece que no. Es sospechoso. Porque además sindicatos y partidos de izquierda han mostrado simpatía por reivindicaciones de este colectivo y les han recibido como agua fresca en un paisaje desértico. Sin embargo sólo han logrado la desafección por la otra parte, con el solo argumento de que se acercaban para salir en la foto. ¿Todos? Es inquietante, es muy inquietante porque, en muchas ocasiones, hay batallas evidentes y batallas que no se ven.
- Maestro, te sigo por lo claro que te explicas.
- Vamos a ver: cuando hay tanto interés en demonizar por igual a empresarios y sindicatos, analizado de una manera quizá un poco perversa, se llegar a colegir que un grupo con gran capacidad organizativa, aprovecha y alimenta el fuego contra sindicatos que en su día inició una campaña (con grandes recursos económicos) de la caverna mediática. Este grupo estaría disputando su espacio y manejando un malestar, en ocasiones legítimo, para abrir un frente de combate con el objetivo de quedarse con el espacio que ahora atacan.
- Demasiado elaborado. Hay una gran masa de gente, de ciudadanos y ciudadanas que han estallado porque se encuentran sin presente ni futuro. Creo que te estás volviendo paranoico.
- Puede, pero Benedettí dijo que lo malo de “ser paranoico es que de verdad te persigan”. Además la gente con buenas intencione no está libre de la manipulación. Por eso una de las primeras objetivos de los que pretenden manipular es, paradójicamente, es unir a todos los demás con consignas de “manipuladores” a sus adversarios.
- Pero esas cosas hay que demostrarlas.
- ¿Han necesitado demostrar algo los difamadores? Y, por cierto, como está la gente muy desatada yo te aconsejaría publicar en tu blog sobre algo que no roce estos temas espinosos.
- ¿Cómo qué?
- Una historia moderna, surrealista. Mira te regalo el título: “Sfrumble, riquitiqui, trastrás”
y entonces me fui a mi cuarto
y escribí ese artículo contra el Gobierno
por el que estoy preso”.
Ernesto Cardenal
No sé si estos tiempos son buenos o regulares o malos. O malos porque son regulares. O buenos porque son malos.
No sé si son prerrevolucionarios o post-siesta. O son más de lo mismo. Incluso, no sé si son tiempos de confusión o soy yo el confuso, y esto me inquieta porque no conviene confundir el estado personal, y el del entorno inmediato, con el del conjunto social. Pero no puedo ignorar que, como en los versos de Cardenal, las carencias individuales (las de todo tipo) han llevado a la rebeldía política.
Me viene estos días, recurrentemente, a la cabeza una historia que pergeñé para un cuento. En aquel borrador que nunca concluí narraba la epopeya menor en la que un individuo amante de los coches de alta gama y otro admirador de las mujeres de belleza explosiva, entablaban la persecución de una modelo que conducía un Ferrari Testarossa. Ambos creían tener el mismo objetivo, pero sólo les unía un azar del destino.
Durante la larga persecución alcanzaron unos acuerdos de mínimos. Les hermanaba, cual pacto de sangre, el odio a los que conducían coches turismo y la inquina a aquellos que cobijaban sus caricias en el acogedor (para ellos detestable) cuerpo de una mujer sin artificios.
De igual manera, encontraron enemigos comunes, aunque fueran de naturaleza opuesta. Despreciaban de modo similar a los magnates que monopolizaban los automóviles más exclusivos y que gozaban de las mujeres de belleza mayúscula, como a los que se conformaban con su realidad vital y se encontraban realizados con coches que les servían para desplazarse, y con mujeres cuyo amor les hacía retar el miedo a la muerte y compartir la misma mirada del mundo, la complicidad.
Interpretaban hasta la amargura cómo podía haber gente que hubiera peleado por objetivos tan simples y no habían apostado con gallardía por el todo y no las “migajas” de la industria automovílistica y la cúspide de la exhibición de poderío económico en su faceta carnal.
En su mentalidad, triunfadores y derrotados eran la “misma mierda” que sujetaba conjuntamente un sistema basado en la desigualdad.
Bueno, siempre me pareció un cuento excesivamente simple y de difícil final. Además la moralina me termina por provocar ardor de estomago.
No sé como me vino este cuento a la cabeza, a la vez que otro más fallido que me hizo romper muchos folios hace años.
Era una época en la que uno, que por tiempos y formación de derechas, había sentido admiración por el despotismo ilustrado (“todo para el pueblo pero sin el pueblo”) pero, gajes de los tiempos convulsos, había acabado por evolucionar hacia un asambleismo radical en la que cualquiera decisión no aceptada por la totalidad no recogía la inteligencia social que albergaba el grupo.
Un revisionista amigo mío, años más tarde, me conminó:
- ¿Sabes lo que es un camello?
- Ummmmmm
- Pues un camello es un caballo diseñado por una asamblea.
Me pareció un ejemplo chusco y así se lo dije. Hace pocas fechas le reencontré y, como con los viejos amigos reanudamos la conversación interrumpida hace tiempo. Y en estas fechas volvió a salir el tema de la democracia asamblearia. Yo, contagiado por los tiempos, hice una encendida defensa de ella,
- Tienes razón, pero contempla como queda al final de ese camino la discrepancia individual o de grupo, la capacidad de unirse por concepciones distintas de la realidad.
Pero eso es secundario, le respondí, lo primero es la unión para resolver lo urgente y luego ya habrá tiempo de dar cauce a todas las opciones. Han sido años en los que generaciones de jóvenes y no tan jóvenes no se han visto implicados en ninguna toma de decisión y una crisis tan bárbara como esta, les está despertando al compromiso y a la lucha.
El guardó un silencio largo y luego dijo:
- Aun admitiendo que tuvieras razón, no parece buen camino declarar homologables a empresarios y sindicatos, liberticidas y partidos, aun en la hipótesis del mal funcionamiento de ellos. Parecería un análisis peligrosamente maniqueo, de blancos y negros, buenos y malos, traidores y leales. Esas historias terminan mal.
-
- ¿Y según tú qué origen puede tener esa desafección? ¿No crees que partidos y sindicatos se la han ganado a pulso?
- De esta manera tan agresiva me parece que no. Es sospechoso. Porque además sindicatos y partidos de izquierda han mostrado simpatía por reivindicaciones de este colectivo y les han recibido como agua fresca en un paisaje desértico. Sin embargo sólo han logrado la desafección por la otra parte, con el solo argumento de que se acercaban para salir en la foto. ¿Todos? Es inquietante, es muy inquietante porque, en muchas ocasiones, hay batallas evidentes y batallas que no se ven.
- Maestro, te sigo por lo claro que te explicas.
- Vamos a ver: cuando hay tanto interés en demonizar por igual a empresarios y sindicatos, analizado de una manera quizá un poco perversa, se llegar a colegir que un grupo con gran capacidad organizativa, aprovecha y alimenta el fuego contra sindicatos que en su día inició una campaña (con grandes recursos económicos) de la caverna mediática. Este grupo estaría disputando su espacio y manejando un malestar, en ocasiones legítimo, para abrir un frente de combate con el objetivo de quedarse con el espacio que ahora atacan.
- Demasiado elaborado. Hay una gran masa de gente, de ciudadanos y ciudadanas que han estallado porque se encuentran sin presente ni futuro. Creo que te estás volviendo paranoico.
- Puede, pero Benedettí dijo que lo malo de “ser paranoico es que de verdad te persigan”. Además la gente con buenas intencione no está libre de la manipulación. Por eso una de las primeras objetivos de los que pretenden manipular es, paradójicamente, es unir a todos los demás con consignas de “manipuladores” a sus adversarios.
- Pero esas cosas hay que demostrarlas.
- ¿Han necesitado demostrar algo los difamadores? Y, por cierto, como está la gente muy desatada yo te aconsejaría publicar en tu blog sobre algo que no roce estos temas espinosos.
- ¿Cómo qué?
- Una historia moderna, surrealista. Mira te regalo el título: “Sfrumble, riquitiqui, trastrás”
sábado, 18 de junio de 2011
Una aproximación a las trabajadoras del sexo (1)
Pasarán más de mil años, pasarán, y la sociedad no dará soluciones a sus tabúes. Uno de ellos es el sexo y otro son las drogas. Más virulento este en apariencia porque la carnicería es más inmpactante que la esclavitud, como si la esclavitud no fuera un asesinato en vida.
Me ha tocado viajar un poquito, quiero decir que tengo algo de mundo (nada de Pedro J.) y me he encontrado todas las contradiciones y todas las mentiras. Y sobre todo he mirado hacia donde no he tenido que mirar.Y lo he contado.
Por eso nunca conocí Cuba, a pesar de que conozco cono terminaron ciertos viajes. Y Ásia me parece un continente de "tres delicías" y no un viaje para comer un "rollito de primavera". Lo de los viajes a Cuba todavía me resulta tan doloroso que igual nunca lo cuento. Pero "jineteras" hay y dejarlas fuera del sistema es lo que les produce el doble agravio. Trabajar para salir del hambre y ser perseguidas y no tener derechos por ello.
Un día pensé en la vieja copla vasca que rezaba:
"para salir a a la mar
dos cosas hay que tener:
el estomago vacío,
un horizonte por ver,
y una novia por casar.
Para volver a la mar,
tres cosas hay que olvidar:
el fragor de la arbolada,
las mulatas de la Habana
y el miedo a naufragar".
Sucede que de agrupaciones locales, de grupos de intercambios cultural y de otras cosas que por conocer no digo que vaya a callar ,pero guardo un silencio respetuoso, conozco a mi pesar. No soy un moralista pero si quiero prevenir a alguna de mis bien pensantes críticas que pueden ser unas cornudas (aceptadas o no, no me interesa). Y si es por la causa, benditas sean. Más cornudas, no por sexo, si llegaron a conocer lo que se ofrecía en negocios y cuotas de poder.
Porque la aceptación existe. Cuando hace años viví en un pueblo de Huesca y yendo a comer al mismo local en donde me trataban como a un hijo, pregunté a la ama:
- ¿Qué bonito vestido tienes....?
- Es la mala conciencia de M...., cada vez que se va de putas a LLeida me trae un vestido nuevo.
Luego comnprendí que en aquel lugar, a parte de las fiestas de San Mateo, ir de putas a LLeida era un hecho diferencial. Iban todos como una costumbre se sostén del matrimonio.
Pasados los años, y con dos copas de más, una amiga me presentó a a una serie de amigos y amigas. Y al llegar a la última (que guardaba un gran parecido con la Regenta) me dijo:
- Es de LLeida.
A lo que yo, que siempre procuro ser un caballero, y alabar los lugares que mis contertulios adoran, respondí:
- ¡Buenas putas!
Nunca entendí porque no me volvió a dirigir la palabra.
20 años despuésde que defendiera en foros de izquierda mi postura legalizadora del consumo de drogas y de la prostitución y me ganase el privilegio de que me llamaran de todo. Personajes como Felipe González, Javier Solana y el propio ex-presidente de la ONU, consideran que hay que legalizar las drogas. Gracias, por la celeridad en el estudio. Yo ya he enterrado una hermana. Y a los integristas de izquierda manifestarles, como siempre, el mismo afecto que guardo por la inquisición.Por y para ellos mi desprecio.
¿Por qué relaciono drogas y prostitución? Por qué si las drogas no hubieran tenido el precio que tenían en el mercado de los asesinos, muchas mujeres no hubieran tenido que acostarse con un cacho carne para tener la dosis.
Cuando en 1980 residí en Nueva York, observé un pequeño detalle, las unicas limusinas que había en la ciudad eran de la mafia y de los proxenetas. Mi tio Harvey, una de las dos personas que mas he amado, (de manera clandestina, en A España de izquierdas de entonces erassospechosa la amistad coun americano, votante republicano y judio) Eera. imposible de explicar a mis amigos porque las etiquetas en España se mantienen puestas en la ropa y, él, al contrario de quienes lo tenían todo claro jamás me intento llevar al huerto de mi pesnamiento, utilizó el cariño y el repeto.
Pues bién, Harvey, me había llevado el día anterior a ver el edificio Watergate. En ese edificio se había producido el espionaje de los republicanos de Richard Nixon a los democrátas. Yo le dije a mi tio Harvey:
- Esto es impresentable: espionaje político.
Con serenidad judia laica, Harvey contestó:
- Yo no he votado a Nixon pero no por esto del espionaje. Todos los partidos se espían, a éstos les han pillado. Yo no he votado a Nixon porque no consiento como ciudadano que alguien no pague sus impuestos. (Años más tarde en mi Madrid, tuve la constatación. No me preocupa que se gane una presidencia por compra de votos, sí que se instalé la corrupción generalizada).
Tras esta conversación atravesamos ciertas calles en donde los proxenetas italianos y negros lucían sus limusinas. Mi tio Harvey con tristeza afirmó:
- Nadie puede evitar la prostitución pero estos, como Nixon, son los únicos que no pagan impuestos en esta ciudad. Hay que legalizar esta actividad.
Como no se tomaron a punto medidas, las mafías del narcotráfico y de la prostitucíón se hicieron con mercados negros (que les ponían a huevo los proteccionistas, los moralistas, la iglesia y el propio mercado clandestino...y los sobornos).
Y los traficantes de drogas con su paisaje de cohechos y metralletas acorralaron a los Estados y los traficantes de mujeres controlaron la miseria de una Ue que, para la mujeres, se rumanizó y no europeizo. ¿¿A quién tenian pillados por la bragueta?
En todos los pueblos de Madrid, admitieron, que tras el partido de Charmartín estaba el polvete de D'Angelo". Si alguna no se quiso enterar, pues bueno. En España hay más de medio millón de mujeres dedicadas a la prostitución pero nadie folla fuera de casa. ¿Cómo se llevan las finanzas familiares?
En una entrevista con especialistas de VIH que cito más abajo, me confesaron con datos en la mano, que no había prevalencia del SIDA en la prostitución. Con lo cual sólo quedaba una posiblidad casi todos los detectados con anticuerpos prefieren decir que son puteros (más aceptado) que gay (estigma, sobre todo en el mundo rural.
Incluso conocí alguna historia en ese centro de sacerdotes rurales que, en determinados fines de semana, son penetrados por todo el que se mueve en determinadas saunas y, a los 30 días, vienen a hacerse la prueba del Sida. Ante la pregunta de los doctores sobre por qué no utiliza condón, la respuesta es mágica o de autocastigo:
- Cuando me vienen las ganas....
Eso claro no es prostitución. Afecta a hombres inmigrantes, a hombres de ética irreprochable. Aquí, la dignidad está de un sólo lado.
Ahora, como defensoras de la dignidad de la mujer, aparecen "izquierdistas" abolicionistas que llegadas a las consecuencias y con más catecismo que sociología, sin el menor análisis, culpan al desarrollo de un problema lo que hubieran evitado si se hubieran implicado en un principio.
Porqué cuando hace años prostitutas acudían a determinado burdel situado en donde vivía, fuimos un amigo médico del Movimiento Comunista y servidor los que conseguimos que tuvieron asistencia sanitaria por la vía de burlar al sistema. Las hicimos pasar la revisión de "manipuladoras de alimentos" (que, por otro lado, solo es una mentirijilla).
Las mujeres de la izquierda oficial durante un tiempo le tuvieron alergia a los asuntos del lumpen, a la burguesía progre le desbordaban y en estos asuntos no se debajaban ver por allí como no aparecieron por la comunidad gay y fueron tipos como Jordi Petit, Manuel Trillo, Nano Mompradé y tantos otros los que tuvieron que sacar las castañas del fuego ante un tema que quemaba.
Tengo que reconocer que la iglesia de base dio la cara mientras otros miraban para otro lado. Yo les tuve siempre más próximos.
Solo el Centro Sandoval de la Comunidad de Madrid fue (en los tiempos duros) y ahora (cuando empiezan a ser más duros, de nuevo) un ejemplo sanitario y humano.
A la chicas de la burguesía de izquierda se les llenó la boca de palabras como dignidad de la mujer y, el lugar común, de que la prostitución es un trabajo "tórrido".
Como confesó una trabajadora de Hetaira (*):
- Tórrido era mi trabajo anterior, limpiar los vómitos de los retretes de transmediterranea tras una travesía convulsa.
Y bueno esto pertenece a una parte de la verdad qu he visto y puedo contar. Otro día si me atrevo contaré algo más. Porque hay algo que me pone más malo que la moral, es la moral basada en prejucios y que se analicen las consecuencias por las consecuencias y no por las causas.
(Un día hablaré del control afectivo en las organizaciones radicales. Me apetece).
Y me apetece hablar de cuál es el código moral que hay que establecer par direnciar putas y chaperos. Porque aquí además de otras cosas, influye un prejuicio curioso: parece ser que todos (todos) los chaperos lo hacen por gusto, y todas (todas) las putas por necesidad. Y que, contribuyendo al desoncierto, los chaperos son los que abusan de sus víctimas (pobrecitos dominados por un deseo que no desean reprimir) y las putas son las víctimas del deseo de unos cabrones que no pueden reprimir. Demasaiados agujeros para un argumento fácil y simple.
A lo que se uno un hecho. Iglesias, partidos, insituciones, intentan solucionar problemas sin dialogar con los que lo conocen y padecen. O sea obran en función de estadísticas y votos y no de servicio a la ciudadanía. Aunque algún partido de izquierda (no tengo al PSOE por tal) enrole (y porteja) a uno de sus diputados repleto de sospechas de acoso sexual pero (claro) conoce mucho del ladrillo.
Lo único cierto es que los unicos comerciantes de Puerta del Sol que han perdido dinero durante la concenración del 15-M han sido los chaperos (los comerciants mineten) y, por necesidad, algunos dirigentes del PP Madrid que han tenido que desplazarse un poco más.
Un día me llevó a escribir esto:
He visto todo el calibre
que el amor muestra
el cañón con que te apunta
y se esconde.
Amor que te quiere libre,
y que te secuestra.
Amor que hace la pregunta
y la responde.
Amor que como el mar
cobija incierto
al naufrago y al que deriva
a buen puerto.
Amor al que su altar
sirve de lecho
al que sobreviva
y al sobremuerto.
Amor cómplice,
siempre cercano.
Amor virginal
y de segunda mano.
Amor canalla
y forajido.
Amor clandestino
y reconocido.
Amor que cura
y deja malherido.
Amor que faenas y siembras
y es silvestre y gratuito.
(*) El Colectivo Hetaira defiende los derechos de las putas. Luchan porque sean trabajadores con derechos.
Perdonadme que no haya dicho toda la verdad. En memoria de mi tio, Harvey Gladston, y de su bonhomía, voy a respetar el sábado, y no meter las manos en la mierda.
miércoles, 15 de junio de 2011
La esquizofrenia práctica
“Yo soy dos, y estoy en cada uno de los dos por completo”
San Agustín
Vengo de una reunión de la que podía haber prescindido, o sea que me ha resultado de gran utilidad.
El filósofo, más que fascista utilizado por el fascismo Giovanni Papini, pero no por ello con momentos rayanos en la genialidad, hizo una elegía de los imbéciles.
Sostenía el italiano que sin ellos la humanidad hubiera desaparecido hace siglos. Me da lástima pero creo, con Darwin, que la variedad de las especies es la sustentabilidad de todas. Y el imbécil está en el árbol genealógico de la mediocridad (lugar muy sostenible).
También tengo que reconocer algo que generalmente olvido. Es el axioma tan simple de que no sólo se aprende en positivo y que, cuando miramos nuestro pasado, contemplamos, no sin estupor, que dejaron tanta huella en nuestra formación los mentecatos como los sabios.
Uno de los síntomas del imbécil listo es lo que podríamos denominar esquizofrenia práctica u omnipresencia interesada. De tal manera que el gilí que ocupa puestos de dirección cuando se dirige a un auditorio de base les espeta: “No vengo aquí como dios, sino como uno de vosotros, hablando solo a nivel individual”.
Cuando un imbécil amenaza, en reunión grupal, con hablar a nivel individual es como cuando en una asamblea alguien de aspecto circunspecto toma la palabra y pregona:
- Todos me conocéis y sabéis que me gusta llamar a las cosas por su nombre, Sois todos una panda de hijos de puta.
Me moriré sin contestar a estos tipos con la mala educación que se prodigan. Confunden sinceridad con grosería y conocimiento con sectarismo. Pero mueren sin haberse llevado un esputo en los labios y yo soy uno de tantos responsables.
Pero aún más me molesta el tipo anterior, el esquizofrénico a tiempo parcial.
Os imagináis que vais a una reunión con Zapatero y el presidente del gobierno se dirige a vosotros en estos términos.
- No voy a hablar como jefe del Ejecutivo sino como un hombre sencillo de León.
Pues, vaya por dios, grandiosa tarde de exaltación del botillo y del vino del Bierzo.
Pero a los tipos que me refiero tienen un componente mezquinamente superior. Cuando alguien que pertenece a un órgano de dirección se desdobla en su condición individual y, aprovechando ese privilegio, critica abiertamente las decisiones de la Ejecutiva de la que forma parte me parece un demagogo y un sinvergüenza.
Porque como diría mi novia: Vamos a ver. Si uno forma parte de un órgano de dirección y no comparte y se ve incapaz de ejecutar o gestionar las decisiones que se toman, tiene que tener la suficiente dignidad (aunque esta palabra la desconocen) como para poner su puesto a disposición de la Ejecutiva y pasarse al lado crítico de su gestión.
Pero no amigos, estos son de la moral del Peronismo. De la moral también de la iglesia; prohibido fornicar cabrones, porque si yo fornico es a título individual no como cardenal.
Y encima les aplauden. Como a Belén Esteban,
San Agustín
Vengo de una reunión de la que podía haber prescindido, o sea que me ha resultado de gran utilidad.
El filósofo, más que fascista utilizado por el fascismo Giovanni Papini, pero no por ello con momentos rayanos en la genialidad, hizo una elegía de los imbéciles.
Sostenía el italiano que sin ellos la humanidad hubiera desaparecido hace siglos. Me da lástima pero creo, con Darwin, que la variedad de las especies es la sustentabilidad de todas. Y el imbécil está en el árbol genealógico de la mediocridad (lugar muy sostenible).
También tengo que reconocer algo que generalmente olvido. Es el axioma tan simple de que no sólo se aprende en positivo y que, cuando miramos nuestro pasado, contemplamos, no sin estupor, que dejaron tanta huella en nuestra formación los mentecatos como los sabios.
Uno de los síntomas del imbécil listo es lo que podríamos denominar esquizofrenia práctica u omnipresencia interesada. De tal manera que el gilí que ocupa puestos de dirección cuando se dirige a un auditorio de base les espeta: “No vengo aquí como dios, sino como uno de vosotros, hablando solo a nivel individual”.
Cuando un imbécil amenaza, en reunión grupal, con hablar a nivel individual es como cuando en una asamblea alguien de aspecto circunspecto toma la palabra y pregona:
- Todos me conocéis y sabéis que me gusta llamar a las cosas por su nombre, Sois todos una panda de hijos de puta.
Me moriré sin contestar a estos tipos con la mala educación que se prodigan. Confunden sinceridad con grosería y conocimiento con sectarismo. Pero mueren sin haberse llevado un esputo en los labios y yo soy uno de tantos responsables.
Pero aún más me molesta el tipo anterior, el esquizofrénico a tiempo parcial.
Os imagináis que vais a una reunión con Zapatero y el presidente del gobierno se dirige a vosotros en estos términos.
- No voy a hablar como jefe del Ejecutivo sino como un hombre sencillo de León.
Pues, vaya por dios, grandiosa tarde de exaltación del botillo y del vino del Bierzo.
Pero a los tipos que me refiero tienen un componente mezquinamente superior. Cuando alguien que pertenece a un órgano de dirección se desdobla en su condición individual y, aprovechando ese privilegio, critica abiertamente las decisiones de la Ejecutiva de la que forma parte me parece un demagogo y un sinvergüenza.
Porque como diría mi novia: Vamos a ver. Si uno forma parte de un órgano de dirección y no comparte y se ve incapaz de ejecutar o gestionar las decisiones que se toman, tiene que tener la suficiente dignidad (aunque esta palabra la desconocen) como para poner su puesto a disposición de la Ejecutiva y pasarse al lado crítico de su gestión.
Pero no amigos, estos son de la moral del Peronismo. De la moral también de la iglesia; prohibido fornicar cabrones, porque si yo fornico es a título individual no como cardenal.
Y encima les aplauden. Como a Belén Esteban,
sábado, 11 de junio de 2011
Apuntes heterodoxos sobre la amistad, sobre los amigos
“Sólo los tontos tienen muchas amistades. El mayor número de amigos marca el grado máximo en el dinamómetro de la estupidez” (Pio Baroja)
Hay conceptos, la amistad y el amor entre ellos, que están tan rodeados de tópicos que a menudo se hacen tan infumables como el más nefasto de los programas de un partido político. No hablo, claro, de esa amistad virtual de facebook o de otros sitios de reunión de la red. Allí, quiero pensar, todo el mundo sabe las lindes de esa relación y no se suele llevar a engaño. Y el que se lleva es porque le compensa la impostura.
La amistad más creativa y altruista, tiendo a pensar, se da en la adolescencia, patria efímera, en donde uno cree que el mundo que está empezando a descubrir será tan definitivo como toda su biografía. Entonces es intensa, y tiene su mayor riqueza en la inocencia.
Cuando chaval yo tuve un amigo con el que llegué a hacer un pacto de sangre. Nos hicimos un leve corte en nuestras muñecas y fundimos nuestra sangre (lo habíamos visto en una película del cine del barrio) conjurándonos en que, cuando fuéramos mayores, mataríamos al profesor de lengua, don Julián, que nos atizaba día sí y día también y más.
No voy a decir si lo cumplimos, porque un pacto entre niños es sagrado.
La amistad para mi generación tuvo más tarde carácter de militancia y por tanto de solidaridad porque como señala el poeta no hay más complicidad que “cuando dos huyen de la policía”.
Yo cultivé mucho la amistad. Quizá porque desde los 19 años -edad en que me emancipé parcialmente- la familia constituía el pasado y la nueva familia de la que dotaba era la que encontraba en la calle, en los bares, en raros lugares, también, y en extrañas circunstancias.
Una novia de por aquellos tiempos en el momento final, en el que se dicen los epitafios de desdén del amor, le confesó a otra amiga:
-Es un buen amigo de sus amigos pero como novio es un desastre.
No le faltaba razón del todo porque, entre otras miserias, nuestra relación había podido ser reseñada mejor en un tebeo de hazañas bélicas que un poemario.
Por entonces, los amigos constituían un grupo de autodefensa frente a la pareja. Una gran parte de las conversaciones entre aquellos chicos inmaduros que éramos se desarrollaba en territorio casposo de contarnos los agravios que teníamos que soportar de nuestras chicas (Ay, qué pena, pobres chicos esclavos de la tiranía de la mujer, resulta jocoso).. Una historia de cretinos. (A pesar de ello, simples hay, que la siguen practicando de adultos).
Un tipo con mi biografía que simultaneó durante su adolescencia y juventud más periodos de cautiverio que de libertad (largos años de internado, servicio militar) conserva un bello recuerdo de los amigos de aquella época, porque eran refugios contra la plúmbea disciplina que soportábamos y que, conjuntamente, nos asociábamos en burlar.
El castigo compartido fue una buena fuente de amistad.
La amistad, al menos en lo que yo he leído, tiene tan mala literatura oral (o incluso peor) que los siniestros libros de autoayuda. Se insiste en que es algo que cultivar (como los pepinos), algo para toda la vida (como las hipotecas), algo que te protegerá de los adversarios (como los guardaespaldas), algo que te aliviará la soledad (como las pajas). Y muchos lugares comunes más que ya, desde hace tiempo, no me aportan un ápice a lo que yo considero amistad.
También a la amistad se le da (lo que la merma) de un gran sentido práctico. En ese sentido será amigo tuyo quien te preste dinero (como los bancos), quien te libere de cargas (como las canguros), quien te saque de apuros (como Superman).
Siendo importante no es para mí lo fundamental.
Además en este país tan proclive a no asumir nunca la responsabilidad de nuestros actos, la amistad aparece de nuevo como la solución al conflicto y cualquier hijo de la gran puta se libera de toda culpa achacándolo a las malas compañías.
He tenido la suerte de conocer a algunas personas ilustres que tuvieron la generosidad de la confidencia conmigo, pues bien sus amigos, sus grandes amigos, no coincidían con los que sus biógrafos y hagiógrafos (palabras que ahora son sinónimas) relatan como tales.
El amigo suele estar, como aquel personaje de una película de Woody Allen, desenfocado en todos los planos y pasa desapercibido a los espectadores curiosos de nuestra realidad.
Confío en saber quiénes son mis amigos. A algunos de ellos no veo ni abrazo desde hace años (si fueran pepinos estarían un tanto podridos) pero cuando la vida nos reencuentra reanudamos la conversación en el punto exacto en que la dejamos. Están en mi pensamiento y converso con ellos sin estar presentes en las noches de vigilia, en las tardes de melancolía. Tengo amigos muertos y vivos, reales y de ficción.
Mis amigos, ya sé que no esto no es común, no ven el mundo de manera similar a como yo lo contemplo, no comparten muchas de mis ideas, no me dan la razón cuando deliro (porque no me consideran tonto) e incluso no son necesariamente de mi país ni de mi clase social. (Es más soy ateo y tengo un amigo obispo, soy pacifista y tengo a un policía por uno de mis seres más queridos, soy antitaurino y tengo un amigo torero, soy comunista y me queda un solo amigo en el PCE porque me harté de los que así se decían me llamaban traidor cuando no coincidía con la linea oficial).
No son la solución de mis problemas pero si lo más exquisito de mi paisaje.
Y tengo una prueba del algodón de la amistad que existió: cuando alguno de ellos hizo papel mojado de ella, el dolor es comparable a la muerte, a la pérdida de un amor.
Hay conceptos, la amistad y el amor entre ellos, que están tan rodeados de tópicos que a menudo se hacen tan infumables como el más nefasto de los programas de un partido político. No hablo, claro, de esa amistad virtual de facebook o de otros sitios de reunión de la red. Allí, quiero pensar, todo el mundo sabe las lindes de esa relación y no se suele llevar a engaño. Y el que se lleva es porque le compensa la impostura.
La amistad más creativa y altruista, tiendo a pensar, se da en la adolescencia, patria efímera, en donde uno cree que el mundo que está empezando a descubrir será tan definitivo como toda su biografía. Entonces es intensa, y tiene su mayor riqueza en la inocencia.
Cuando chaval yo tuve un amigo con el que llegué a hacer un pacto de sangre. Nos hicimos un leve corte en nuestras muñecas y fundimos nuestra sangre (lo habíamos visto en una película del cine del barrio) conjurándonos en que, cuando fuéramos mayores, mataríamos al profesor de lengua, don Julián, que nos atizaba día sí y día también y más.
No voy a decir si lo cumplimos, porque un pacto entre niños es sagrado.
La amistad para mi generación tuvo más tarde carácter de militancia y por tanto de solidaridad porque como señala el poeta no hay más complicidad que “cuando dos huyen de la policía”.
Yo cultivé mucho la amistad. Quizá porque desde los 19 años -edad en que me emancipé parcialmente- la familia constituía el pasado y la nueva familia de la que dotaba era la que encontraba en la calle, en los bares, en raros lugares, también, y en extrañas circunstancias.
Una novia de por aquellos tiempos en el momento final, en el que se dicen los epitafios de desdén del amor, le confesó a otra amiga:
-Es un buen amigo de sus amigos pero como novio es un desastre.
No le faltaba razón del todo porque, entre otras miserias, nuestra relación había podido ser reseñada mejor en un tebeo de hazañas bélicas que un poemario.
Por entonces, los amigos constituían un grupo de autodefensa frente a la pareja. Una gran parte de las conversaciones entre aquellos chicos inmaduros que éramos se desarrollaba en territorio casposo de contarnos los agravios que teníamos que soportar de nuestras chicas (Ay, qué pena, pobres chicos esclavos de la tiranía de la mujer, resulta jocoso).. Una historia de cretinos. (A pesar de ello, simples hay, que la siguen practicando de adultos).
Un tipo con mi biografía que simultaneó durante su adolescencia y juventud más periodos de cautiverio que de libertad (largos años de internado, servicio militar) conserva un bello recuerdo de los amigos de aquella época, porque eran refugios contra la plúmbea disciplina que soportábamos y que, conjuntamente, nos asociábamos en burlar.
El castigo compartido fue una buena fuente de amistad.
La amistad, al menos en lo que yo he leído, tiene tan mala literatura oral (o incluso peor) que los siniestros libros de autoayuda. Se insiste en que es algo que cultivar (como los pepinos), algo para toda la vida (como las hipotecas), algo que te protegerá de los adversarios (como los guardaespaldas), algo que te aliviará la soledad (como las pajas). Y muchos lugares comunes más que ya, desde hace tiempo, no me aportan un ápice a lo que yo considero amistad.
También a la amistad se le da (lo que la merma) de un gran sentido práctico. En ese sentido será amigo tuyo quien te preste dinero (como los bancos), quien te libere de cargas (como las canguros), quien te saque de apuros (como Superman).
Siendo importante no es para mí lo fundamental.
Además en este país tan proclive a no asumir nunca la responsabilidad de nuestros actos, la amistad aparece de nuevo como la solución al conflicto y cualquier hijo de la gran puta se libera de toda culpa achacándolo a las malas compañías.
He tenido la suerte de conocer a algunas personas ilustres que tuvieron la generosidad de la confidencia conmigo, pues bien sus amigos, sus grandes amigos, no coincidían con los que sus biógrafos y hagiógrafos (palabras que ahora son sinónimas) relatan como tales.
El amigo suele estar, como aquel personaje de una película de Woody Allen, desenfocado en todos los planos y pasa desapercibido a los espectadores curiosos de nuestra realidad.
Confío en saber quiénes son mis amigos. A algunos de ellos no veo ni abrazo desde hace años (si fueran pepinos estarían un tanto podridos) pero cuando la vida nos reencuentra reanudamos la conversación en el punto exacto en que la dejamos. Están en mi pensamiento y converso con ellos sin estar presentes en las noches de vigilia, en las tardes de melancolía. Tengo amigos muertos y vivos, reales y de ficción.
Mis amigos, ya sé que no esto no es común, no ven el mundo de manera similar a como yo lo contemplo, no comparten muchas de mis ideas, no me dan la razón cuando deliro (porque no me consideran tonto) e incluso no son necesariamente de mi país ni de mi clase social. (Es más soy ateo y tengo un amigo obispo, soy pacifista y tengo a un policía por uno de mis seres más queridos, soy antitaurino y tengo un amigo torero, soy comunista y me queda un solo amigo en el PCE porque me harté de los que así se decían me llamaban traidor cuando no coincidía con la linea oficial).
No son la solución de mis problemas pero si lo más exquisito de mi paisaje.
Y tengo una prueba del algodón de la amistad que existió: cuando alguno de ellos hizo papel mojado de ella, el dolor es comparable a la muerte, a la pérdida de un amor.
miércoles, 8 de junio de 2011
El duende de mis sueños infantiles
Cuando yo vine al mundo mis padres regentaban una portería en una calle céntrica de Madrid. Mi padre compartía esa labor con el trabajo en una farmacia en la que entró como niño huérfano de posguerra y se mantuvo hasta la jubilación. Con el dinero ahorrado, cuando yo tenía ocho años, pudieron adquirir una vivienda en el barrio de Moratalaz que, en los tiempos que se narran, no era más que un conjunto de descampados y edificaciones dispersas.
Tengo pocos recuerdos de mis años de primera infancia que transcurrieron en aquella España que no había remontado de la pobreza (económica y moral) de la posguerra.
Pero en aquellos tiempos, la hermana de mi padre, mi tía Pilar, ennovió con un poeta que se convirtió en mi padrino de bautismo. Aquel hombre aparecía de vez en vez por el chiscón de la portería y la buhardilla que nos servía de vivienda, provisto de los regalos más exóticos y contando las historias más mágicas y fascinantes que alimentaban mi infancia que podría haber narrado Dickens.
Me mostraba fotografías de sus viajes y en una que guardo en mi memoria salía al lado de un elefante en un país exótico. Al regreso de uno de sus periplos me trajo unos juguetes en miniatura que colocó en los bordes de la barrera de mi cuna mientras me daba un beso de buenas noches. A mi madre le trajo un shari de la India que ella, en su sentido común, transformó en un mantel. Ese hombre cariñoso y extraño, fumador de pipa por lo que dekjaba una aire dulzón que me embriagaba a su paso, me enseñó a navegaar con la imaginación bogando a lugares que nada tenían que ver con el charco de mi realidad. Era el duende de mis sueños infantiles.
Algunas tardes de verano me llevaba al Café Gijón con sus compañeros de tertulia y me procuraba una horchata que yo me negaba a beber (siempre me lo recordó mi madre) mientras no me pusieran al lado la cerveza que tenían el resto de contertulios.
Pasaron muchos años y cuando la relación con mi tía hacía tiempos que había concluido fue cuando supe que “Juanito”, como yo le llamaba era Juan Pérez Creus, que había nacido en 1909 en La Carolina (Jaén) y que su amistad con el poeta salmantino Pedro Garfias le acercó a la poesía vanguardista de los años treinta, y a los diversos foros y cenáculos en los que hallaban cauce de expresión las variadas corrientes culturales que fluían en dicho período. Así, colaboró en la revista Frente Literario, fundada en Madrid en 1934, hermanando allí su firma con la de Rafael Cansinos-Assens, Alejandro Casona, Ernesto Giménez Caballero y Jorge Guillén.
Conocí también que intervino en la Guerra Civil como comisario político del gobierno republicano, cargo que le llevó al frente bélico en la provincia de Córdoba. Acabada la contienda fratricida, se instaló en Madrid, donde mantuvo el contacto con el mundo de las letras a través de algunas revistas literarias como la llamada Garcilaso. A lo largo de toda su vida literaria, se ocultó tras varios pseudónimos para publicar sátiras sociales en el diario Arriba (donde era "Maese Pérez"), y en los semanarios Interviú ("Satiricón"), Sábado Gráfico ("Pájaro Pinto") y Época ("El Diablo Cojuelo").
Como atinadamente ha recordado Meliano Peraile en el prólogo de los Versos perversos de Pérez Creus, el alcance de estas sátiras no se circunscribía a aspectos meramente literarios o morales, sino que llegaba a tocar a señalados próceres de la política franquista.
Su constante y agitada presencia en las tertulias poéticas de los años cuarenta basta para explicar que el grueso de su obra satírico-burlesca haya quedado disperso en servilletas de bar, facturas de consumiciones y otros papeles volanderos de naturaleza similar; de ahí que lo más agudo y mordaz de su original obra poética jocosa sólo permanezca en el recuerdo de algunos viejos amigos, compañeros de viaje en sus antiguas correrías literarias. Por fortuna, varios de estos amigos se han empeñado en conservar y difundir esta poesía humorística de Juan Pérez Creus. Así el Premio Nobel de Literatura Camilo José Cela recogió sus mejores sonetos erótico-burlescos, publicándolos en la revista Extramundi.
El resto del corpus poético de mi padrino jiennense -que se ha servido de la lírica sonoridad de la lengua gallega para componer un par de libros de poemas- lo constituyen los siguientes títulos: Poemas del Sur (1932), As canciós d´ise amor que se diz olvido (1951), Las coplas de Maese Pérez (1973), Los Cantos de Montenegro (1981), Molino de viento (Molino de recuerdos) (1984), Los hilos del recuerdo (1987), As derradeiras pombas da serán (1988), Romancerillo de la 92 brigada (1989) y Sonetario del desván (1991). Además, recopiló en El poeta también va al fútbol las crónicas deportivas que había publicado en el diario Informaciones.
Gran aficionado a los viajes, Juan Pérez Creus se desplazó hasta lugares tan alejados como la India y Birmania, en donde llegó a asentarse durante un largo período de tiempo. Las depuraciones llevadas a cabo durante la posguerra contribuyeron también a alejarle de España. Aprovechando algunos de estos recuerdos, publicó un libro con las noticias de sus desplazamientos por el continente africano (África, 1960).
Juán Pérez Creus, a la derecha de Fernán Goméz en un homenaje en 1951.
En aquellos años de bohemia hizo circular de manera anónima unos epigramas sobre Franco que una peculiar periodista de la época denunció que eran suyos. Aquella mujer que tenía como amante al dramaturgo Victor Ruiz Iriarte – un hombre de muy baja estatura- propagaba a quien quisiera oírla en el Café Gijón que cuando estaba en la cama con Víctor “no se si estoy follando o estoy de parto”.
De aquella enemistad surgió un soneto que me resulta imposible de defender en estos tiempos, por machista y misógino, pero que sitúo en aquella época y en su rencor a la delatora:
Eras ente en potencia, y ya el Destino,
crismando los testículos paternos,
puso una inmensa sucesión de cuernos
en quien contigo hiciera su camino.
No sabías leer y de contino
tu clítoris iban, sempiternos,
todos tus dedos, los primeros yernos
que dio a tu madre tu caliente sino.
Llamarte fresca pobre sonaría,
llamarte zorra no dará tu talla,
pues por puta te saben las personas.
Y llamarte putísima sería
como llamarle cerro al Himalaya,
como llamarle arroyo al Amazonas.
(Sólo digo aquí, lector,
sol al sol, luna a la luna.
Yo te juro por mi honor
que el soneto anterior
no hay hipérbole ninguna).
Una bestialidad que no contrasta nada con su obra lírica y con el hombre profundamente culto y humano que yo conocí. Conecté con él cuando me iba a casar pero su estado de salud le impidió acudir. Me hizo un esplendido regalo que, no obstante, no alcanzaba al que me había hecho durante años: llenarme de sueños la infancia.
Él vivía en un bajo con ascensor. Una mañana, a temprana hora, se encontró con un vecino cuando iba a subir en él. El vecino, extrañado, le demandó:
-¿Adónde va don Juan tan pronto?
- Dónde voy a ir, a suicidarme.
El vecino, conociendo su humor, se limitó a sonreír. Instantes más tarde el cuerpo de mi padrino caía como un ángel sin alas desde la azotea al poco piadoso suelo. Nunca tuve tiempo de agradecerle que me abriera las puertas de la ciudad prohibida. Creo que le debo un beso imposible cada vez que me siento a escribir. Allá donde esté se lo envío.
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