“Me contaron que estabas enamorada de otro
y entonces me fui a mi cuarto
y escribí ese artículo contra el Gobierno
por el que estoy preso”.
Ernesto Cardenal
No sé si estos tiempos son buenos o regulares o malos. O malos porque son regulares. O buenos porque son malos.
No sé si son prerrevolucionarios o post-siesta. O son más de lo mismo. Incluso, no sé si son tiempos de confusión o soy yo el confuso, y esto me inquieta porque no conviene confundir el estado personal, y el del entorno inmediato, con el del conjunto social. Pero no puedo ignorar que, como en los versos de Cardenal, las carencias individuales (las de todo tipo) han llevado a la rebeldía política.
Me viene estos días, recurrentemente, a la cabeza una historia que pergeñé para un cuento. En aquel borrador que nunca concluí narraba la epopeya menor en la que un individuo amante de los coches de alta gama y otro admirador de las mujeres de belleza explosiva, entablaban la persecución de una modelo que conducía un Ferrari Testarossa. Ambos creían tener el mismo objetivo, pero sólo les unía un azar del destino.
Durante la larga persecución alcanzaron unos acuerdos de mínimos. Les hermanaba, cual pacto de sangre, el odio a los que conducían coches turismo y la inquina a aquellos que cobijaban sus caricias en el acogedor (para ellos detestable) cuerpo de una mujer sin artificios.
De igual manera, encontraron enemigos comunes, aunque fueran de naturaleza opuesta. Despreciaban de modo similar a los magnates que monopolizaban los automóviles más exclusivos y que gozaban de las mujeres de belleza mayúscula, como a los que se conformaban con su realidad vital y se encontraban realizados con coches que les servían para desplazarse, y con mujeres cuyo amor les hacía retar el miedo a la muerte y compartir la misma mirada del mundo, la complicidad.
Interpretaban hasta la amargura cómo podía haber gente que hubiera peleado por objetivos tan simples y no habían apostado con gallardía por el todo y no las “migajas” de la industria automovílistica y la cúspide de la exhibición de poderío económico en su faceta carnal.
En su mentalidad, triunfadores y derrotados eran la “misma mierda” que sujetaba conjuntamente un sistema basado en la desigualdad.
Bueno, siempre me pareció un cuento excesivamente simple y de difícil final. Además la moralina me termina por provocar ardor de estomago.
No sé como me vino este cuento a la cabeza, a la vez que otro más fallido que me hizo romper muchos folios hace años.
Era una época en la que uno, que por tiempos y formación de derechas, había sentido admiración por el despotismo ilustrado (“todo para el pueblo pero sin el pueblo”) pero, gajes de los tiempos convulsos, había acabado por evolucionar hacia un asambleismo radical en la que cualquiera decisión no aceptada por la totalidad no recogía la inteligencia social que albergaba el grupo.
Un revisionista amigo mío, años más tarde, me conminó:
- ¿Sabes lo que es un camello?
- Ummmmmm
- Pues un camello es un caballo diseñado por una asamblea.
Me pareció un ejemplo chusco y así se lo dije. Hace pocas fechas le reencontré y, como con los viejos amigos reanudamos la conversación interrumpida hace tiempo. Y en estas fechas volvió a salir el tema de la democracia asamblearia. Yo, contagiado por los tiempos, hice una encendida defensa de ella,
- Tienes razón, pero contempla como queda al final de ese camino la discrepancia individual o de grupo, la capacidad de unirse por concepciones distintas de la realidad.
Pero eso es secundario, le respondí, lo primero es la unión para resolver lo urgente y luego ya habrá tiempo de dar cauce a todas las opciones. Han sido años en los que generaciones de jóvenes y no tan jóvenes no se han visto implicados en ninguna toma de decisión y una crisis tan bárbara como esta, les está despertando al compromiso y a la lucha.
El guardó un silencio largo y luego dijo:
- Aun admitiendo que tuvieras razón, no parece buen camino declarar homologables a empresarios y sindicatos, liberticidas y partidos, aun en la hipótesis del mal funcionamiento de ellos. Parecería un análisis peligrosamente maniqueo, de blancos y negros, buenos y malos, traidores y leales. Esas historias terminan mal.
-
- ¿Y según tú qué origen puede tener esa desafección? ¿No crees que partidos y sindicatos se la han ganado a pulso?
- De esta manera tan agresiva me parece que no. Es sospechoso. Porque además sindicatos y partidos de izquierda han mostrado simpatía por reivindicaciones de este colectivo y les han recibido como agua fresca en un paisaje desértico. Sin embargo sólo han logrado la desafección por la otra parte, con el solo argumento de que se acercaban para salir en la foto. ¿Todos? Es inquietante, es muy inquietante porque, en muchas ocasiones, hay batallas evidentes y batallas que no se ven.
- Maestro, te sigo por lo claro que te explicas.
- Vamos a ver: cuando hay tanto interés en demonizar por igual a empresarios y sindicatos, analizado de una manera quizá un poco perversa, se llegar a colegir que un grupo con gran capacidad organizativa, aprovecha y alimenta el fuego contra sindicatos que en su día inició una campaña (con grandes recursos económicos) de la caverna mediática. Este grupo estaría disputando su espacio y manejando un malestar, en ocasiones legítimo, para abrir un frente de combate con el objetivo de quedarse con el espacio que ahora atacan.
- Demasiado elaborado. Hay una gran masa de gente, de ciudadanos y ciudadanas que han estallado porque se encuentran sin presente ni futuro. Creo que te estás volviendo paranoico.
- Puede, pero Benedettí dijo que lo malo de “ser paranoico es que de verdad te persigan”. Además la gente con buenas intencione no está libre de la manipulación. Por eso una de las primeras objetivos de los que pretenden manipular es, paradójicamente, es unir a todos los demás con consignas de “manipuladores” a sus adversarios.
- Pero esas cosas hay que demostrarlas.
- ¿Han necesitado demostrar algo los difamadores? Y, por cierto, como está la gente muy desatada yo te aconsejaría publicar en tu blog sobre algo que no roce estos temas espinosos.
- ¿Cómo qué?
- Una historia moderna, surrealista. Mira te regalo el título: “Sfrumble, riquitiqui, trastrás”
Es una historia moderna y surrealista, en un país de nunca jamas, que me recuerda una breve charla que ocurrió hace muy poco sentada yo, en un sillón, el desenlace y el final esta todavia por escribir.
ResponderEliminarCuando hay grandes masas, hay distintos grupos.
Gracias por compartir ese cuento sin final, puede que algún día te decidas a buscarle fin, quien sabe.