Continúa la batalla después de perdida la guerra del derecho a la intimidad contra la tecnología a base de prohibiciones con la legislación por neutral y falsa moneda.
Ahora el grito (el último grito) está puesto en el cielo contra las gafas que graban.
Cuando se legisle adecuadamente para que no se vendan ya habrá lentillas que además de grabarte te estén dando de estreno en los cines y las comisarías.
El problema es que no nos queremos enterar de que hemos perdido una guerra y que la cosa está entre ganar con la cabeza o empezar a perder otra guerra nueva.
Lean a George Orwell. Me conforme con que lean. Lean lo que quieran. No está prohibido leer en teoría, pero, en lo concreto, llaman cambio de hábitos a lo que se prohíbe sin decreto.
Cuando suena Charlie Parker mi madre hace gachas con la harina de almorta y las divide en hileras de caballitos para papá, mamá, el abuelo Pablo, la abuela Elena y mi niño.
Cuando suena Charlie Parker un adolescente se afeita un desordenado cañizal que le surge por encima del humedal sin estrenar y sin barro en donde le sonrojará un día un furtivo beso y escucha: Marianín qué haces tanto rato en el baño.
Cuando suena Charlie Parker dejo de ser el hombre que en una misma primavera quedó dos veces huérfano y enterró con tanto dolor su propio corazón por poderes como aquella vez que le mandaron arrojar vivos aquellos gatitos, solo ojos, al turbio Río Duero.
Cuando sueña Charlie Parker a mí me viene el sueño y luego quedo en el sueño y, de últimas, me vence el sueño y me duermo.
"...junto a los ríos sin nombre, ellos eran los que soñaron contra la realidad, los que durmieron poco en tiempos de zozobras y quimeras, los que dejaron, rotas, las proclamas escritas por demiurgos nacidos con el siglo hace poco acabado".
fragmento de "Berlín, 1989" Manuel Rico, del poemario "Fugitiva ciudad"
No distinguimos las voces de los ecos. Dejamos los deberes para un mañana.
Nuestro pilares son discursos huecos.
Y, pese a Darwin, no queremos adaptarnos al medio como una especie sana.
Tú con un signo del zodiaco. Yo con una bacteria hostil. Los dos con el pecho a prueba de balazos y una emboscada con aspecto de quirófano.
Un nazareno diciendo aparta de míeste cáliz. Y dios de puente en algun balneario. El silencio de los cielos que no es cómplice ni alivia como la morfina y el sudario.
Y peleando de nuesto lado, Roberto Alcázar, Pedrín, el Capitán Trueno, el perro Rin tin tín y el Jabato.
Un orgullo haber caminado contigo el monte Calvario, hermano.
A ti te protegía una mujer llena de luz y a mí el Espíritu Santo.
Tras cada periodo de amor concluso meter el sexo en alcanfor por si la polilla, y regar con lágrimas los geranios y con pucheros las delicadas petunias.
Hacer oposiciones a aduanas ya que está el corazón tan plagado de fronteras como de costuras.
Disparar a quien te recuerde como se quita la mancha de mora.
Abrir una libreta para ingresar un euro por cada amigo que diga ya te previne que eso vuestro no tenía futuro y con ello sufragar el crucero al desembarco de Normandía.
Poner una vela a San Rencor patrón de los que se quedan a dos. Los cirios, por supuesto, sin montarlos.
Anunciar tu libertad en facebook poniendo en el perfil el test de inteligencia de Bill Gates y la foto de Leonardo di Caprio.
Escribir mil veces en twitter: estoy solo por ser partidario de la independencia y de la vida sin controles, ¡ea!, y tengo coherencia.
Ayuda económicamente escribir un libro de auto-ayuda para costearse un viaje al engaño e inventarse de nuevo, o, como es moda de estos tiempos, repensarse, con la misma ilusión de la primera vez que tienen por norma los amnésicos.
Y tricotarse una rebequita para ese fresquito en el corazón y en la espalda que te deja tieso.
En la plaza de Ópera frente al Teatro Real ocioso un hombre plantó durante mi noche un gran telescopio.
Aquel hombre demandaba unas monedas a los que quisieran contemplar unos instantes la boveda aturdida por el colapso del cielo.
Pensé que aquel curioso del firmamento había gastado sus ahorros en aquel artefacto tal vez por descubrir a una estrella anónima y registrarla con el de una dama pretendida para así seducirla como se nos seduce a los ingenuos: convirtiéndonos en únicos e irrepetibles para una mirada.
Divagué en aquella noche templada que no sería osado deducir que las femeninas estrellas como mujeres nos contemplaban. Dotadas de ese escudriñamiento inverso de las damas que observan como las observa el observador para detenerse a posar o huir de esa mirada.
Al llegar a casa, salí a la terraza y, como en mí es costumbre, hice confidencias con una estrella que frecuenta mi barriada.
En mi barrio a la gente recomendable les vetamos la entrada.
Me comentó muy excitada que había desubierto un nuevo hombre que, en el cielo absorto, persiguía con sus febriles ojos a los luceros como a las muchachas cuando bailan alfarereando su cuerpo como si fuera lodo que desbarra.
Un hombre al que había visitado la desgracia pues aceptaba monedas para que los niños cerraran los ojos ante un cielo que, en absoluto, les interesaba.
A los niños les interesa el reino de los suelos, las alturas inconmensurables les dan vértigo.
Mi confidente estrella de sonrisa celestial había registrado a aquel derrotado con el nombre de un asteroide que orbitaba en torno a ella.
Asi pasamos largas horas contándonos perdidas miradas hasta que nos dio la del lucero del alba.
Me dormí ya de mañana envidiando a aquel tipo, a quien la miseria había alquilado su casa pero que tenía su nombre puesto cerca de la Vía Lactea.
Nunca sabe nadie en que lugar es único e irrepetible aunque piense que su vida vale menos que la nada.
No lo cuentes pero te juro que no miento, de la mirada de algunos hombres padecen fiebres las estrellas enamoradas.
Sucede que la gente pone su fe y su corazón en lugares más prosaicos y dichas fútiles y mundanas.
Pocas veces me remonto a narrar asuntos de mi vida antes del actual ciclo.
Yo, como algunos de ustedes, pasé un largo periodo cósmico en el limbo.
En el limbo, los retretes de los bares están como en nuestro planeta al fondo a la derecha.
De entre todos ellos me gusta frecuentar los de "La sabiduría", un tugurio de letras. En los de ciencias nunca se aquivocan en la cuenta.
Tras la puerta de los excusados de "La sabiduría" he leído lo que constituye mi bagaje personal.
Como en la Biblia misma a los autores de las sentencias de esta taberna no los conoce ni dios pero se podría fundar una religión con ellos o sin ellos pero con sus clarividencias.
Allí leí: No pongas fecha al fin de tu juventud, será tu juventud quien decidirá su clausura. También estaba escrito: No cortes la cinta de inauguración de tu vejez serátu vejez quien, de improviso, deje en la consigna a tu nombre su equipaje de amargura.
Debajo detodosellos, un mensaje extraño, iniciático, cuyo último sentido aun transcurrido varios siglos, no logro descifrar: Al acabar no olvides tirar de la cadena.
Y una máxima de profético contenido conservacionista: Déjalo como te gustaría haberlo encontrado.
La filosofía más profunda está cifrada en mensajes cotidianos. Es simple y no gusta de atajos.
Debajo de mensajes prácticos se encuentran ocultas las respuestas que nunca encontramos sobre el fin de los tiempos en los retretes, en los recónditos arcanos.
Algunas personas se indignan por el suceso tan trivial de que el nuevo patriotismo sea el de marcas comerciales. Que se mate por soldada y no por honor y épica.
Que la vida sea mercenaria y no de regalo u oferta.
Para mí tengo que, simplemente, eliminaron los señuelos, las coartadas, las tapaderas, los engaños.
Las guerras oficiales siempre se hicieron para robar lo que otro tiene o no pagar las deudas propias o restaurar el orden imperante de los dueños de la tierra.
Y de paso, hacer a las mujeres ajenas lo prohibido con las nuestras, saquear sus propiedades, quemar sus templos y borrar su pensamiento y linajes.
La barra libre de las patrias, las banderas y los dioses.
Magnos inventos para tapar intereses tan mezquinos y simples.
Leí a Albert Camus. Estuve y estoy de acuerdo. Aunque le hicieran callar a derecha e izquierda, tras Argelia. Lo siento. Hablamos de que el fin justifica los medios. Y los fines, quién los justifica. Los medios, los medios, hermanos, los medios.
No lo olvidemos si queremos evolucionar el revolucionario. Hacer humanos los cambios. Construir personas, no fabricar mercenarios.
En lo pequeño se alberga la grandeza al igual que el cambio del planeta en cada uno comienza. No se me irriten si les digo que prefiero las cosas claras y que nadie crea que es un heroe cuando de asesino ejerza.
Las damas cimbreaban los abanicos para darle viento al tedio.
Era el preludio en re menor para un siglo venidero.
Creo que dieron en llamarle el del progreso.
Ella se desabrochó la blusa y, sin pudor, me dejó el corazón al descubierto.
Ella, coqueta y plural, como un centro de flores, tiene todos los nombres del universo y de todos los jardines el tránsito de los tiempos.
No me pregunten como concluye el sueño.
Hace varias lunas que no me despierto.
Ni estoy en ello.
Los vapores de la fuente del delirio me regalan dias bellos.
Me llamaban Amor y hay cabezas en las que me dan por muerto desconociendo, incautas, al desabrocharse la blusa, que a su corazón le tengo puesto precio.
No me gustan todas la mujeres como no son de mi agrado todos los hombres ni todos los españoles ni todos los zurdos de ideas, ni siquiera los de mi barrio.
Son iguales. Por eso hay entre ellas el mismo número de feas que de hermosos, de chicas inteligentes que de chicos tontos.
También somos diferentes nosotros solemos tener el pecho más chico y el pelo más corto.
Y malas. Como no admitir que hay mujeres perversas si consideramos que las hay de inteligencia suprema.
Pero no puedo hablar objetivamente del mundo de lo femenino. Me atrae y me fascina. Me ha enseñado casi todo lo que todavía ignoro.
Me ha cerrado heridas y me las ha abierto.
He logrado con ellas que dolor y placer sean una experiencia y no una palabra del diccionario.
Las he querido y las he hecho pupa. Me han amado y me han tirado como una colilla.
Pero no estamos en paz. No tengo tiempo para empatar aunque mil años viva.
Y si los creyentes tienen razón y existe el paraíso yo me niego a entrar si no es de su mano.
Porque amparan como nadie. Y no me fío un pelo de un dios macho.
Una dictadura deja extrañas secuelas como las cojeras en los brazos por un balazo en las piernas.
Los mutilados de aire libre sin asiento reservado en los transportes hacia futuros imperfectos, luego bellos. Los hijos de la dictadura tenemos una cierta propensión al maniqueismo, al blanco o negro y más cuando el gris era el uniforme de la policía.
En una dictadura está al alcance de cualquiera descubrir la bola del trilero. Es, da vergüenza decirlo, la que se oculta bajo el cacillo que lleva escrito prohibido levantar.
El mundo es tan explicable con una moneda. Cara, eres un hombre de bien. Cruz, eres un desafecto.
En el grupo de los desafectos no están solo los voluntarios de las emociones fuertes sino los desechos del adversario, librepensadores, homosexuales sin armario, cura raros e inadaptados varios.
Desde la caída del muro Berlín nos es menos excitante como todas las ciudades en las que se puede ir a cualquier lugar sin mirar a tu espalda de continuo, un estigma del disidente.
Los hijos de la dictadura gustamos de leer entre líneas. Cuando nos hablan claro el desconcierto nos invade como la claridad a las ratas y a los hijos de la noche.
Mientras los tabiques de platino esnifan la nieve nosotros solo fumamos en los retretes.
Los hijos de la dictadura gustamos de mujeres que se cubren lo que deseamos ver, las puertas entreabiertas, las charlas a media voz, los ojos negros de las cerraduras y el humo que enturbia las bombillas.
Los hijos de la dictadura solo nos sentamos en la barra si detrás hay un espejo por el que se ve la puerta.
A los hijos de la dictadura no nos gusta jugar al escondite y tenemos papeletas para el sorteo de paranoias de las tiendas de gabardinas y gafas negras.
A los hijos del miedo los taxistas nos huelen a soplones y las esquinas las tomamos por el medio de la calle.
Por la aceras no corre el aire.
Los hijos del miedo somos asquerosamente puntuales hasta para llegar a la cita que no vamos. De momento.
En aquellos años en que viajaba en los trenes nocturnos conversaba con hombres y mujeres que, sin detenerse a pensarlo, confiaban en el destino.
Viajar en un viaje colectivo es un acto de fe: en el conductor, en las vías, en las máquinas, en los cielos propicios, en la existencia de las estaciones, en que no te van a asesinar mientras duermes, en que la sopa no lleva veneno.
En las largas charlas de aquellos compartimentos o en el humo de los pasillos aprendí a repudiar a los desconfiados.
Esos hombres y mujeres que saben demasiado, tanto, tanto, tanto que no juegan a vivir porque en el juego hay tramposos.
Temen en tal gradoal engaño que cuando contemplan la magia buscan el truco del mago, se casan con mujeres horrendas o viven aislados.
La vida es admitir la cuota de engaño y disfrutarlo.
Si uno desconfía de las mujeres, de los amigos. de la ideas que agrupan, de los que comparten camino, es que uno no se fía de sí mismo.
Desde la invención del espejo el género humano tiene motivos para no fiarse de uno mismo pero desde que salieron al mercado las gafas con piedad solamente lo hacen los cretinos
Me he enamorado en mis viajes de algunos tipos de los que la gente se mofaba y decían en voz queda, de bueno que es todo el mundo le engaña.
Esos hombres, esas mujeres siempre eran sabios ejerciendo de estar en la inopia. Tenían espejo en su casa, se habían mirado a los ojos y se habían perdonado -tras la adquisición de las lentes de la misericordia- ser de la misma raza que aquello que odian.
Los otros entrañan peligro. Riesgo de contagio, posibilidad de estafa, disparo por la espalda.
Vivir es una práctica de riesgo.
La desconfianza es segura como la soledad del hombre que toca la armónica en el corredor de la muerte. Y nadie le escucha.
La desconfianza es segura comoel manual del amor propio escrito en paja.
Si nunca te han traicionado no conoces ni el nombre ni el rostro de la amistad.
La cicatriz más contaminada es la que deja la asepsia.
Cuando, con dos amigos, comencé en una emisora cultural un programa de radio, alguien, con tanta obediencia como escaso poder, me hizo la sutil advertencia de que habláramos de cultura y no sacáramos provechodel Pisuerga como afluente del Duero.
No entendí del todo el consejo ni la sorna del tono. Quiero decir que no me dio la gana entenderlo.
Días más tarde, viajando en taxi, tuve una iluminación profética. Desde una emisora creada para hablar de dios bombardeaban al Gobierno.
Cuando subes por una escalera que tiene la piedra gastada, pulida, brillante, bajas a través del tiempo y cada peldaño hacia arriba es un siglo de menos.
Cuando llegas al final - lo notas porque se toca el suelo- estás en la cima, en el orígen del árbol genealógico y te está esperando un antepasado que se presenta para que sepas si es por parte de padre o de madre y tener un tema para ir conversando, tras tantos años de molesto silencio que justifica diciendo que en los últimos milenios ha estado muy atareado.
Hablar con el primer miembro de la familia y comer manzanas del árbol de la ciencia del bien y del mal son los dos momentos más estúpidos en el mundo conocido y la demostración palpable de que la curiosidad, amén de pecado,es un vicio nefando origen tanto de la desdicha como del conocimiento.
Cada tribulación contiene un grano de orgasmo.
El que ambas fenómenos sean de idéntico desarrollo ha llevado a muchos individuos a orar a desconocidos para desgracia de sus rodillas y paz del espíritu. Las articulaciones y el espíritu viven en mundos distintos.
En el trayecto de la escalera has descendido desde el grito del punk al aullido salvaje de las cavernas y compruebas que la cultura tiene forma de círculo y ojos de higo húmedo.
Cuando reconoces a tu primer pariente se te despeja la duda de si el comportamiento es de origen genético o fruto del aprendizaje.
Entre sudores, Gregor Johann Mendel, despierta de su pesadilla y vuelve a ordenar metódicamente los guisantes.
Verdes, amarillos, rugosos, lisos.
Pater Noster qui est in caelis.
El prior le tiene advertido que ore más y pierda menos el oremus.
Tal vez se espera que al decir todo lo aprendí en la noche estamos bebiendo, fumando, y escalando el monte de Venus sin cuerdas para llegar al volcán y ponerse encima o debajo.
Todo ese paraíso artificial que habita en la palabra bohemía.
Pero hay hostales de habitaciones con vistas a patios interiores en donde los cadáveres se arrojan por ver si los angelitos vuelan.
Si como yo te has muerto alguna vez conoces que en algunos tanatorios no cierran los bares.
Si alguna vez acudes a Urgencias aconsejo ser el enfermo más que estudiar desesperación por móvil en la sala de espera.
Si crees en la épica de las guerra fría no has ordeñado el miedo y la angustía en una garita de Artillería.
Si crees que los chistes de Lepe son rancios no te han vendido de madrugada un ataud con descuentos para la vida eterna de tu padre en un pueblo de la sierra.
Todo ese paraiso artificial que habita en la palabra bohemía. Y no es una cristalería.
Son añicos de una botella de lejía, de amoniaco, que, por fortuna, está vacía. O, para tu desgracía, está llena.
No tenía besospara la cena y he tenido que vender un nocturno de febrero en ausencia de mar y con espejo.
No comparto el pavor, por el común aceptado, a dejarme sustraer la intimidad en la red.
No soy partidario de esfuerzos inútiles. No me pueden robar algo que hace tiempo no poseo y ya me han privado de lo privado.
Cuando estudié, por correspondencía, para espía, aprendí que para tener un secreto bien guardado hay que disipar toda la vida hablando de uno sin decir esta boca es mía.
El peligro siempre está en casa como conocen en carne propia todas las buenas familias, el papado y la monarquía.