Si hubiera fumado a Whitman en lugar de leer
sus traducciones tal vez sería
pastor y mi rebaño
rumiaría clásicos y flores. No sé, amor. Aprendí a Machado de oído. Un poeta persigue alguien que entienda sus silencios, no lectores.
Empiezo a sospechar por qué no escriben los mirlos.
Por si un incendio el corazón nos incendia en una noche cualquiera adorna un extintor la soledad de la escalera.
Mas cuando somos, de los besos antiguos, la brasa nueva, cuando somos nuestros dolores retortijando un bolero, no hay de guardia una amapola ni barril en el cuello de un San Bernardo que nos duerma la pena con la nana de la medicina el consuelo letargo de los incinerados en el desamor o el deshielo.
Proclaman que, antes que nada, la morfina los médicos de la Unidad de Quemados.
Muchachos hay, - casi hambre, hombres casi - mujeres resueltas, que abandonan su país, su casa, dejando no solo a la madre sino, además, la investigación sobre sus células. El lugar en el que la cultura es un lastre y su guerra a la ciencia no pacta treguas.
Creo que a esa ignominia se le denomina la marca España Desastre.