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jueves, 10 de diciembre de 2015

Escalafón

                       

Eran los años 60
y en las pausas del juego 
de aquel grupo de niños, 
en que yo era el más tímido,
se discutía sobre nuestra importancia
de una manera indirecta
porque, por tener poco, 
no teníamos ni biografía. 
La conversación llegaba a su fin
cuando el más atrevido explotaba:
pues, mi padre es Franco. 
Y el silencio incrédulo 
de los demás le daba el triunfo,
porque Franco y la guardia civil 
eran asuntos que procuraban miedo 
hasta en los faroles de los juegos.

Era este siglo,
y, por la prensa y redes sociales,
había poetas que se jactaban 
de su editorial y de sus amistades
de sus reseñas y galardones, 
del arma de instrucción masiva
que sería su próximo libro
si acaso lo publicaban. 
Yo era el más tímido
pero hoy he reunido fuerzas
para decir que un día del siglo XX,
toda una mañana de primavera, 
platiqué con Mario Benedetti 
en su casa de Madrid 
y me invitó a una cerveza.
Hablamos de su infancia 
en el colegio alemán 
porque solo por la niñez 
se llega al alma del poeta. 


Y recibí una lección
de una vida entera
de exiliado de la jactancia, 
de extrañado a la soberbia, 
que es una patria vacua
a la vez que repleta. 
Y lo digo yo 
que, como se puede constatar
pertenezco a ella.
Pero sí, amigos, 
yo platiqué con don Mario, 
durante toda mi carrera 
de aprendiz de poeta,
que se redujo, 
en Madrid, 
a una mañana intensa
cuando el cumplía 82 años 
y yo una antigua promesa.


© Mariano Crespo

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