Está mañana
le explicaba a mi hijo
frente al viejo edificio de Correos
cómo era el mundo
cuando franqueábamos los diálogos
y les mandábamos a ver mundo
y conocer carteros.
Luego de manera intempestiva
me ha invadido la tarde entera
un sentimiento lleno de hilos
como las telas de araña que tejían las abuelas
para los altos de los muebles
y los centros de mesa.
Quedé atrapado
en el pensamiento absurdo
de lo perecedero o caduco
que se podía tornar un sentimiento
en una larga noche de tren
o ignorando una traición
mientras transbordaba aeropuertos.
No he sabido explicar a mi hijo
que ahora las mentiras no tienen coartada
y que tal vez por esa supresión del tiempo
el pudor ha emigrado de los diálogos
los impulsos sustituyen a la descripción del deseo
y la gente habla y no para en correos
pero dice inmensamente menos.
Y eso cuando no opta por enviar un muñeco
para no realizar el anacrónico acto
de verbalizar una idea o un sentimiento.
Ese proceso de comunicación tan poco moderno.
© Mariano Crespo
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