Viví con un perro de
Bilbao
con el que hablaba en euskera
porque no entendía el castellano
y no aceptaba órdenes
en la lengua del Estado.
Viví con una perra,
chucha como yo,
que sabía hacer teatro.
Viví con un pastor alemán
que cuidó de mi sobrino
salvaje de dos años
que le perseguía
y le hacía esconder
entre las piernas el rabo.
Viví con un jilguero,
al que adoraba mi padre,
porque era, como él, socialista
le había llamado Felipe
y le gustaban las pájaras
aun teniendo un montón de años.
Viví con un puñado de peces
a los que puse nombres de parientes
y mi hijo vio morir a toda la familia
y aprendió que poner punto final
es tan solo quedarse flotando.
con el que hablaba en euskera
porque no entendía el castellano
y no aceptaba órdenes
en la lengua del Estado.
Viví con una perra,
chucha como yo,
que sabía hacer teatro.
Viví con un pastor alemán
que cuidó de mi sobrino
salvaje de dos años
que le perseguía
y le hacía esconder
entre las piernas el rabo.
Viví con un jilguero,
al que adoraba mi padre,
porque era, como él, socialista
le había llamado Felipe
y le gustaban las pájaras
aun teniendo un montón de años.
Viví con un puñado de peces
a los que puse nombres de parientes
y mi hijo vio morir a toda la familia
y aprendió que poner punto final
es tan solo quedarse flotando.
Por lo demás,
he tenido suerte con las mujeres
por lo que no me ha hecho falta recurrir a gatos.
he tenido suerte con las mujeres
por lo que no me ha hecho falta recurrir a gatos.
© Mariano Crespo
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