Tener que admitir
que has sido feliz
en épocas de quebranto,
que has deseado mujeres
que mentalmente te dan asco,
que has sentido ganas de rezar
a dioses en los que no crees
y a los que consideras un obstáculo.
Tener que admitir
que has sido homófobo y clasista,
que has odiado a prójimos hasta el
espanto,
que has despreciado lo que ignorabas,
y has defendido lo que no tenías claro.
Tener que admitir
que no eres mejor que nadie
y que de lo que te enorgulleces
lo has aprendido a ostias,
o lo has estudiado en los charcos.
Que gracias a que le vida
te ha derrumbado los castillos de arena
y que te ha regalado la piedad
para contigo, para los otros,
cuando te ha roto los espejos
no eres un cruel mentecato.
Tener que admitir
que han sido inadmisibles
algunos de tus más alabados actos.
Tener que admitir
que el azar más que el esfuerzo
te ha permitido poder mirarte con
respeto
en la actualidad y ser la otra cara
de la moneda de aquel joven brillante,
cretino y que caminaba hacia el éxito.
Tener que admitir todo eso,
señor fiscal, no es para rebajar mi
pena,
porque nunca delataré a mis cómplices,
sino para decirle que por ellos tengo la
fuerza
para decirle que le sienta a usted muy
bien la toga
pero la Justicia, la de verdad, o va
desnuda
o viste de saldo como la belleza.
Tener que admitir todo eso
es porque no hay caja B
los que existe es lo que llevo puesto,
porque poseo el argumento de mi vida
no preciso ni inventos
ni hablar de oídas,
ni paraísos fecales,
ni infiernos de abogados de oficio.
Escribo con mi sangre como tinta.
Tener que admitir todo eso
es porque no hay caja B
los que existe es lo que llevo puesto,
porque poseo el argumento de mi vida
no preciso ni inventos
ni hablar de oídas,
ni paraísos fecales,
ni infiernos de abogados de oficio.
Escribo con mi sangre como tinta.
Mariano Crespo
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