Los sabios al servicio de los intereses inconfesables
diagnosticaron, tras larga investigación y debate,
que el asesino era la víctima.
Un ujier, atónito, precisó:
- En mi pueblo eso se llama suicidio.
Se hizo un silencio tan sepulcral que olía a cadáver.
El que parecía tener más predicamento
de entre aquel grupo de notables, sentenció:
- Parece un caso claro de vivir por encima de sus posibilidades.
Los periódicos de la mañana lo reprodujeron
sin pudor en grandes titulares.
© Mariano Crespo Martínez
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