De cuando estuve en racha
recuerdo varias enfermedades
y algún instante enmarcado
como un diploma
de experto en mareas
y fresas salvajes.
También añoro los coches de caballos
que te dejaban al borde de la luna,
las maquinas de vapor,
los sacapuntas,
y los impertinentes candiles
de las caricias mudas.
Frías madrugadas
de cuando las tabernas
echaban el cierre al siglo
y no decían ni palabra los gatos
perplejos ante la sirenas.
Cuando las mujeres
no dormían
pese a yacer en el lecho
y los profetas
dejaban augurios
escondidos en la paz de tu pelo
como se ocultaban las petunias
en los parques
bajo los sauces
y la dictadura tenaz de un cielo
todavía neutral
y, por ello,
bello.
Fueron tiempos difíciles
para alguaciles y estatuas
y una época de prodigios
para los envasadores
y los estrategas
de rendiciones
sin disparar un solo beso.
Fue hace tanto, tanto,
tiempo.
Tan lejano
como cuando estuve en racha
y me despeinaba el viento
antes de convertirme
en etcetera
en la larga fila del miedo.
© Mariano Crespo
recuerdo varias enfermedades
y algún instante enmarcado
como un diploma
de experto en mareas
y fresas salvajes.
También añoro los coches de caballos
que te dejaban al borde de la luna,
las maquinas de vapor,
los sacapuntas,
y los impertinentes candiles
de las caricias mudas.
Frías madrugadas
de cuando las tabernas
echaban el cierre al siglo
y no decían ni palabra los gatos
perplejos ante la sirenas.
Cuando las mujeres
no dormían
pese a yacer en el lecho
y los profetas
dejaban augurios
escondidos en la paz de tu pelo
como se ocultaban las petunias
en los parques
bajo los sauces
y la dictadura tenaz de un cielo
todavía neutral
y, por ello,
bello.
Fueron tiempos difíciles
para alguaciles y estatuas
y una época de prodigios
para los envasadores
y los estrategas
de rendiciones
sin disparar un solo beso.
Fue hace tanto, tanto,
tiempo.
Tan lejano
como cuando estuve en racha
y me despeinaba el viento
antes de convertirme
en etcetera
en la larga fila del miedo.
© Mariano Crespo
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