Estoy implicado en el asunto de las mujeres,
por eso no soy inocente.
Casi todo lo que sé creo que lo he tomado en préstamo
a la mirada de las muchachas.
La piedad para conmigo y la admiración por las mariposas,
el peligro de las laderas y las dudas de noviembre,
las mentiras de los dioses y los comerciantes de perlas,
el pudor del sexo por mostrarse de mañana sincero,
la coartada del niño para robarte un beso,
las trampas de la selva en la humedad del vello,
el destino de los caballos cuando tienen sed o miedo,
la revancha del triunfador sobre las hormigas,
el temblor de la espina dorsal de los juncos en tu espalda,
el acicate que te empuja a vivir y perdonar a los insectos,
el rubor cuando se te aparece el firmamento bajo techo,
el desdén de las orugas por los reactores y los satélites,
la espuma del mar embotellada bajo el vientre satisfecho,
la eventualidad de lo que creíamos para siempre nuestro,
el deseo en calcetines de algodón comiendo caramelos,
el camino entre colinas para dejar correr el tiempo,
la sabiduría de los elefantes para nacer tan viejos,
la pausa cuando la ciudad arde y la fe no cree en ti
ni en tus asesinos ni en tus neutrales ni en tus maestros.
No tengo palabras para defenderme,
estoy implicado en el asunto de las mujeres
por eso no soy inocente
y lloro cuando estoy alegre.
© Mariano Crespo
por eso no soy inocente.
Casi todo lo que sé creo que lo he tomado en préstamo
a la mirada de las muchachas.
La piedad para conmigo y la admiración por las mariposas,
el peligro de las laderas y las dudas de noviembre,
las mentiras de los dioses y los comerciantes de perlas,
el pudor del sexo por mostrarse de mañana sincero,
la coartada del niño para robarte un beso,
las trampas de la selva en la humedad del vello,
el destino de los caballos cuando tienen sed o miedo,
la revancha del triunfador sobre las hormigas,
el temblor de la espina dorsal de los juncos en tu espalda,
el acicate que te empuja a vivir y perdonar a los insectos,
el rubor cuando se te aparece el firmamento bajo techo,
el desdén de las orugas por los reactores y los satélites,
la espuma del mar embotellada bajo el vientre satisfecho,
la eventualidad de lo que creíamos para siempre nuestro,
el deseo en calcetines de algodón comiendo caramelos,
el camino entre colinas para dejar correr el tiempo,
la sabiduría de los elefantes para nacer tan viejos,
la pausa cuando la ciudad arde y la fe no cree en ti
ni en tus asesinos ni en tus neutrales ni en tus maestros.
No tengo palabras para defenderme,
estoy implicado en el asunto de las mujeres
por eso no soy inocente
y lloro cuando estoy alegre.
© Mariano Crespo
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