Los quince años, quizá.
Un túnel en el que me venía corta la ropa
y demasiado larga la vida.
Los dieciséis años, tal vez.
Esa verbena en que llevaba un condón
y medio frasco de agua de colonia
si necesitaba cruzar un paso de cebra.
O puede ser que esta misma tarde
en que sobre la vida y de las mujeres
preciso de chuleta o lugares comunes
para explicar los sinónimos de dios sin blasfemar.
los antónimos de ti sin que las lágrimas me asomen.
Vine con escaso bagaje
y he aprendido lo imprescindible
para no sonrojar a los cuestionarios
y saber la diferencia de matiz
entre te amo y te quiero,
entre el amor y su precio. .
Soy de esa extraña tribu
del siglo pasado
que sobrevivió a varias iglesias
y, en lugar de dinero,
hizo un capital de dudas
y de agujeros negros
en la libreta de la Caja Postal de Ahorros.
Los que nos preparamos para astronautas
en la academia nocturna de los deseos
y acabamos ganándonos la esperanza
en la poética brigada del subsuelo.
Los sesenta años, puede ser,
vendrán tras dos o tres catarros
y sigo con la curiosidad del niño
que se cayó de culo en primavera
cuando sonó la trompeta
que le regalaron los reyes magos.
Puede que siga teniendo cinco años
y lo que quería venir a decir
es que por más que transcurra el tiempo
y aunque la búsqueda
me haya mostrado frecuentemente
la fría morada del desencuentro,
sigo poniendo la mano en el fuego
por la curiosidad
y su profeta el misterio.
Un túnel en el que me venía corta la ropa
y demasiado larga la vida.
Los dieciséis años, tal vez.
Esa verbena en que llevaba un condón
y medio frasco de agua de colonia
si necesitaba cruzar un paso de cebra.
O puede ser que esta misma tarde
en que sobre la vida y de las mujeres
preciso de chuleta o lugares comunes
para explicar los sinónimos de dios sin blasfemar.
los antónimos de ti sin que las lágrimas me asomen.
Vine con escaso bagaje
y he aprendido lo imprescindible
para no sonrojar a los cuestionarios
y saber la diferencia de matiz
entre te amo y te quiero,
entre el amor y su precio. .
Soy de esa extraña tribu
del siglo pasado
que sobrevivió a varias iglesias
y, en lugar de dinero,
hizo un capital de dudas
y de agujeros negros
en la libreta de la Caja Postal de Ahorros.
Los que nos preparamos para astronautas
en la academia nocturna de los deseos
y acabamos ganándonos la esperanza
en la poética brigada del subsuelo.
Los sesenta años, puede ser,
vendrán tras dos o tres catarros
y sigo con la curiosidad del niño
que se cayó de culo en primavera
cuando sonó la trompeta
que le regalaron los reyes magos.
Puede que siga teniendo cinco años
y lo que quería venir a decir
es que por más que transcurra el tiempo
y aunque la búsqueda
me haya mostrado frecuentemente
la fría morada del desencuentro,
sigo poniendo la mano en el fuego
por la curiosidad
y su profeta el misterio.
© Mariano Crespo
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