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miércoles, 21 de noviembre de 2012

Pedagogía de suburbio



 Aprender duele.

Aunque el pacto era propinarnos tortazos con mano abierta
en el boxeo de la hora del recreo
dentro del ring de mi barrio no se repetaba reglamento.

Vivía en el territorio en el que solo lloran las nenas.


Desvalimiento se llamaba
el programa docente de la academia.

Mi madre me enseñó que la sangre no es lo primero.

Prestaba oídos con más atención en los conflictos
a los enemigos ajenos que a su propio hijo,
con una severa rectitud que no comparto
como no acepto que la justicia sea el amparo
que pueda suplir al calor de un abrazo.

No he olvidado la lección
pero años he penado por perdonar a la maestra.

Aun tengo secuelas.

Me cuesta asumir
el redentor alfabeto de la amnesia.

La letra no entra con sangre, sino que la condena.

No vendo humo .

Sabe mi biogafía aquello de lo que hablo
porque los libros acudieron al quite
de la posile delincuencia
o de la dependencia en cunetas
en la mísera diosa que habita en jeringas
con paraísos de poca gloria y alta factura.

Cobijo que no tuvieron algunos camaradas,
huérfanos de escuela.

Todavía hay calles de lágrimas regadas
por los senderos límite de una generación muerta.


Me reinserté en la razón conversando con un resinsertado.

No me utilicen como ejemplo
para alguna teoría académica.

En sentido común me gradué
observando la elegancia de un vecino,
carterista de oficio.
 
Y no creyendo en ningún dios
y partidario de la enseñanza pública,
de muchos frailes guardo un grato recuerdo
porque me iniciaron en la curiosidad lúdica
salvoconducto del conocimiento.

Al contrario de quien padeció
las disciplina cruel del clero,
a mí me zurraron laicos.
Aquellos maestros de falange
que enterraron el sueño docente
de la república en un baño
inmisericorde de destierro y sangre..

No me utilcen como ejemplo.

Gocé de un padre muy bueno
y si no he sido un bala perdida
es porque me requisaron el revólver en la sacristía.
Rincón en donde bebía el vino de misa
y me agencié mi primera revista
de señoras en picardías
que provocaban actos secretos,
con los que, amenazaban, se perdía vista.

No me utilicen como ejemplo.

 Soy la regla que justifica la excepción,
en una época negra,
en ese mi país triste en donde la excepción era la regla.

 

 © Mariano Crespo Martínez





               

2 comentarios:

  1. Es un poema duro, de esos que se sangran pero muy muy bueno, uno reconoce esa constante que se vivió en los barrios durante una larga época.

    Enhorabuena un beso

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  2. Tremendo y brutal como los recuerdos que alberga mi marido en ese oscuro hueco de la memoria que, inevitablemente, algunas veces ve la luz.

    Gracias, Mariano, como de costumbre.

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