Las diosas dan miedo.
Y el templo.
Y el tesoro
del jardín de Venus.
Por eso uno pierde tanto el tiempo
en prolegómenos,
asedio de pétalos
preludios,
vísperas de culto.
Luego, uno descubre,
sin necesidad de alquimia,
que el tiempo (perdido)
era oro.
El espacio efímero
en que buscamos El Dorado
ignorantes de que lo pisábamos.
Tuvimos bajo los pies
lo que añoraremos desde el telescopio.
© Mariano Crespo
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