Era más espiritual que espiritista.
No veneraba más dios que su caverna
ni más templo de adoración que ella y el alfa y omega de su entrepierna.
En noches de proclives lunas,
cuando de la ley de la gravedad el peso
sucumbe a la rebeldía elevada del deseo,
practicaba la güija.
Invocaba en la doble ojiva de su sexo,
sustituyendo el vaso por la enloquecida lengua,
las embriagadoras seis letras:
p
l
a
c
e
r
En la mitad de un estremecimiento
comparecía el gemido de Eva
de regreso al paraíso
con los ojos de sol poniente
y la boca llena de arena,
seca y caliente.
© Mariano Crespo Martínez
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