Si no pretendes ofender,
la impertinencia
está en el oído que escucha
no en lo que pronuncias.
Lo que suscribe es la intención
y el tono que es la rúbrica.
Aunque hay ojo que no se inmuta
cuando blasfema o cuando reza,
el odio y el amor
no permiten mirada serena.
Mi abuela lo expresaba con más agudeza:
me fastidia el retintín, no que me llamen puta.
© Mariano Crespo
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