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jueves, 3 de enero de 2013

Las tribulaciones del rey Gaspar





Entre tanto Herodes

viéndose burlado por los Magos…”

(Evangelio según San Mateo 2,16)



-  Dicen desde antiguo que la verdad va a misa.

Mateo Quijano, conocido entre sus contertulios por San Mateo, dada su seguridad en tener la versión fidedigna de todos los acontecimientos sean de índole divina o humana, había puesto con su frase el colofón a la disputa diaria del café que, en este siete de enero a falta de mejor causa, tuvo como protagonista los titulares de prensa de un suceso del día anterior.

Al punto, el diverso grupo de amigos abandonó presurosamente el local en divertida algarabía, convencidos de que el abono de la consumición iba a caer en las ancianas manos de Inocencio Martín, funcionario jubilado de la Administración Tributaria, que había cometido la desfachatez de ausentarse en el retrete en el delicado momento en que se pasa la minuta.

El suceso del día anterior había conmocionado todos los rincones de la pequeña capital de provincias. Circulaba ya de boca en boca el nombre de Herodes Gil, un joven y brillante funcionario recientemente enviado como delegado del Gobierno desde Madrid, que había emprendido por su cuenta y riesgo una cruzada contra el trafico de drogas y que, sirviéndose de una confidencia no demasiado rigurosa, efectuó una redada el pasado 28 de diciembre en ambientes juveniles que, aparte de poner la ciudad patas arriba y la comisaría repleta de adolescentes, no había logrado descubrir el alijo “divino” que él esperaba y para el que trazó el dispositivo al que grandilocuentemente dio en llamar “Operación Mesías” y al que la prensa, mitad airada y mitad jocosamente, denominó la “matanza de los inocentes”.

Las criticas le llovieron entonces desde todos los sectores sociales -según ha trascendido fue llamado incluso a Madrid en donde el propio ministro del Interior se habría referido a él en círculos privados como “el memo mataniños” – pero el suceso del día anterior contribuiría a restaurar su imagen, que tanto se había esforzado en propagar, de joven promesa de la política y funcionario de contrastada eficacia.

El suceso del día anterior hizo funcionar el teléfono a temprana hora en la delegación del Gobierno:

- Enhorabuena Gil, ha sido un excelente trabajo.

- Gracias, señor ministro. Ya le dije que en esta ocasión tenía certezas y no los flacos indicios que pregonaban mis difamadores.

- Nunca lo puse en duda, Gil. En cualquier caso, no se olvide de remitirme a la mayor brevedad posible un informe detallado y específico del caso con todos sus pormenores.

- Esta misma mañana lo tendrá sobre la mesa, señor ministro.

- Para la mañana de hoy sólo necesito un resumen amplio para satisfacer la curiosidad de los buitres de la prensa. Pero para el informe completo tómese más tiempo porque lo quiero con todo lujo de detalles ya que lo utilizaré en mi comparecencia parlamentaria de la semana que viene y ya conoce lo tiquismiquis y tocacojones que son los diputados de la oposición en la comisión de Interior.

- No dejaré ni un resquicio por donde puedan sacar tajada, señor ministro.

- Tengo la certeza de ello, Gil. Ah y otra vez mi enhorabuena personal y, lo que sin duda será más importante para usted, la felicitación que se me ha indicado que le traslade desde Moncloa. Sepa usted que el presidente me ha preguntado sobre su trayectoria política esta mañana con mucho interés. Pero, por encima de todo, mi felicitación es porque,  a pesar de los dimes y diretes de los puristas de siempre, con su cantinela del respeto a los derechos de los ciudadanos, al final se ha salido usted con la suya. A ver qué dicen ahora esos listillos que parecen tener la patente de la democracia.

- Señor ministro, al final va la verdad va a misa.

El suceso del día anterior había postrado a Gaspar García, un joven profesor de instituto, en un estado de confusión y aturdimiento del que no lograba emerger. Nunca había estado detenido y todavía no lograba que le encajaran las oscuras piezas en las que se había convertido el puzzle de su vida en las últimas horas. Aun no podía entender ni dar un sentido lógico a ese conjunto de equívocos que habían propiciado su detención y la pesadilla kafkiana de la que había sido involuntario protagonista.

- Maldita Estrella, ¡hijaputa!

Como envuelto en una densa niebla le venía el recuerdo de aquel aciago día en que la conoció.

- Me llamo Estrella. Soy azafata de vuelo regular en Iberia.

El quiso aparecer como un tipo divertido:

- Casi todos los vuelos de Iberia son regulares, algunos son muy malos y prácticamente ninguno, bueno.

No era una frase que hubiera aceptado como propia Oscar Wilde pero, por una vez en su vida, su sentido del humor había tenido consecuencias prácticas y, tras una noche de disparates y guiños por los bares de la ciudad, le fue dado comprobar lo luminosa que era la desnudez de aquella Estrella entre las sabanas de una habitación de hotel.



-Maldita Estrella, en que hora te conocí, hija puta.

Durante largas e interminables horas unos energúmenos le habían acorralado con preguntas e insinuaciones sin darle un instante de respiro.

-   ¿Qué esperabas allí en el portal?

-   ¿Desde cuando conoces a Estrella?

- ¿Qué ocultabais en el piso de la plaza de Oriente?

-   ¿Qué hay detrás de la “noche de reyes”?

Y él que coños sabía. Que más quisiera que tener una certeza que iluminase esta pesadilla de la que no lograba despertar.

- Te lo advertimos por última vez: hacerte el tonto no es lo que más te conviene. Si  tienes algo de cariño a tu futuro más vale que empieces a contarnos lo que sabes.

El atribulado profesor tan sólo guardaba memoria de la luz pálida de aquel cuerpo entre las sábanas, aquella sensación de plenitud angelical.

Tan sólo lograba recordar con una cierta nitidez que a la mañana siguiente de aquella sobredosis de sexo, ella le la había invitado a acompañarla hasta un portal. Allí esperó impaciente mientras ella resolvía una gestión, de la que le dio una información imprecisa, en un piso que ignoraba. Lo que si recordaba con claridad es que era un edificio señorial de la plaza de Oriente  muy cercano al Palacio Real.

Todos los demás hechos oscuros de aquel aciago día se convertirían en parte del sumario de los suceso del día anterior.

- Maldita Estrella. En que hora te conocí, hija puta.

En las primeras horas de la mañana del nueve de enero, una eficiente secretaria completaba el informe, urgente y confidencial, con destino al Ministerio del Interior en Madrid. El concienzudo documento contenía un anexo en el que se explicaba el único punto negro de una brillante operación. Se detallaba, con una serie de consideraciones exculpatorias para evitar la presión de la opinión pública, la puesta en libertad sin cargos de Gaspar García, un ciudadano ajeno al asunto  que por un error inevitable se había confundido con otro individuo de idéntico nombre, considerado como uno de los tres reyes de tráfico internacional de narcóticos y con vinculaciones a la formación de sectas religiosas.

En la sobremesa del diez de enero, lo contertulios del café La Pascua prestaban oídos a la lectura del diario que, con voz débil y temblorosa, efectuaba Inocencio Martín, viejo funcionario de la Administración Tributaria, con incontinencia urinaria:

-“En torno al suceso del alijo de estupefacientes durante las pasadas festividades, este diario ha podido recabar de fuentes bien informadas que en el día de ayer fueron puestos a disposición judicial: Melchor Gutiérrez, relacionado con la puesta en circulación de oro en le mercado negro y con la mafia de la joyería, Baltasar N’kele, ciudadano de raza negra y nacionalidad guineana, adscrito como el anterior al denominado “Clan de los Magos”. Igualmente pasaron a disposición judicial, Estrella López, azafata de profesión,  y Jesús de Campos, alias “El Niño”, cuya captura ha sido calificada en medios judiciales, como “milagrosa” ya que el detenido se había zafado “como por arte de magia” de cercos policiales en diversos países a pesar de su comportamiento heterodoxo que a veces parece rozar la provocación, como lo prueba el hecho de hacerse acompañar últimamente por donde pasa por animales de trabajo agrícola. Su capacidad para esquivar la presión policial le ha valido el calificativo de “el hijo de dios” en los círculos de la Interpol”.

Inocencio Martín realizó una prolongada pausa para aliviar sus maltratados bronquios y prosiguió con una voz que pretendía engolada, consciente del interés y la curiosidad general:
     
“Aunque el sumario ha sido declarado secreto por el juez de la Audiencia Nacional, Pilatos Garzón, este diario ha podido conocer que Estrella López, sirviéndose de su condición de azafata, era la presumible enlace del plan, con el cometido de suministrar la información necesaria para el transporte de la mercancía desde Tailandia hasta el aeropuerto de Barajas.
La presunta “correo” fue localizada en Madrid, ciudad en donde entabló contacto, en un piso de la plaza de Oriente, con los referidos Melchor Gutiérrez y Baltasar N’kele, a los que supuestamente dio las instrucciones y proveyó de la documentación necesaria para llegar a nuestra ciudad. Concretamente, a un inmueble de planta baja, sito el número 1 de la calle de Belén, lugar en el que está ubicado el mesón “El Carpintero”, alquilado temporalmente a nombre de José Díaz, padre del ya reseñado Jesús de Campos, que era el destinatario final de la mercancía.

Esta redacción ha podido conocer, por testimonios vecinales, que el inmueble de vivienda, anexo al referido mesón, al disponer de salida trasera, había sido recientemente habilitado por Jesús de Campos como un almacén para la mercancía bajo la tapadera de convertirlo en una cuadra en la que albergaba, en estos momentos, un asno y un buey.

Las denuncias de los vecinos sobre las molestias ocasionadas por los referidos animales y la ilegalidad de su ubicación fue la que pudo poner a la policía en alerta sobre las actividades ilícitas que podrían estar desarrollándose en ese inmueble.”

-          “…la mercancía – proseguía con la voz cada vez más entrecortada y jadeante el anciano funcionario- iba a ser guardada en la calle de Belén hasta su distribución en la noche del cinco de enero por “los camellos” a las órdenes del “Clan de los Magos”. Esta operación de distribución, hemos conocido por una fuente policial, era denominada como “Noche de Reyes”. Esta misma fuente policial confirmó a un redactor de nuestro diario que se había dado orden de búsqueda y captura de un individuo, conocido con el sobrenombre de “Ángel Gabriel” del que se sospecha que fue utilizado como mensajero entre el origen y el destino de la mercancía…”.

-          “…Por último, cabe reseñar la sorpresa que ha causado en nuestra ciudad la detención y posterior puesta en libertad de un vecino de nuestra villa, Gaspar García, que a pesar de ser conducido por la procesada Estrella López hasta el lugar de los hechos, parece no guardar relación alguna con la operación y ser su detención fruto de un fatídico equívoco, al que ha contribuido su coincidencia en nombre y apellidos con uno de los cabecillas del “Clan de los Magos”.

Inocencio Martín puso fin a la lectura del diario y comenzó a plegarlo con el mimo del que hacen gala los burócratas acostumbrados a manejar documentación. Enfrascado estaba en esta labor, cuando comenzó a notar una sensación de humedad a la altura de su bragueta que ya tenía identificada. Suspiró lentamente consolándose con la idea de que, al menos, este desdichado accidente la ahorraría el paseo al retrete y, por ende, no se vería en la necesidad de cargar con el abono de la consumición de la mesa. Se encontraba en tan prácticos pensamientos cuando se oyó tronar la voz gruesa de Mateo Quijano, conocido entre sus contertulios como San Mateo, dada sus seguridad en tener la versión fidedigna de los acontecimientos, sean de índole divina o humana:

-          Dicen desde antiguo que la verdad va a misa.

Judas Flores, apodado “El bocas”, debido una antigua leyenda negra que pesa sobre él y que ha hecho girar comentarios en su entorno sobre un oscuro pasado de confidente policial, fue el primero en percibir olfativamente las humedades que adornaban las ingles del pobre Inocencio Martín, ya que se encontraba sentado justo a su izquierda, y comentó jocoso, con un guiño de complicidad hacia sus contertulios:

-          Dejaros de verdad ni leches. A mí esta historia, pensando en el pobre desgraciado de ese maestrillo, me hace gracia. La policía en estos tiempos no cuenta con fuentes solventes. Y vamos, la metedura de pata que han tenido con ese chico de aquí es para mearse de risa. ¿No les parece a ustedes?- concluyo mientras se pinzaba la nariz con los dedos índice y pulgar para alertar al resto del olor delator de su vecino-.

Inocencio Martín se sonrojó humillado y bajó la cabeza intentando en vano pasar desapercibido.

          Y nadie parecía prestar atención en el café La Pascua, tan concurrido en aquella hora, a un hombre de mediana edad, barba poblada y aspecto majestuoso que ocupaba una mesa solitaria al fondo de la sala.

El hombre con la mirada perdida y triste, mientras apuraba su carajillo, murmuraba entre dientes:

- Maldita Estrella. Será hija puta….    

        


© Mariano Crespo Martínez





                     
  

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