(Para Gloria Van Aerssen y Carmen Santonja , ahora juntas para siempre)
Hubo
tardes de candor
al que subía la fiebre
y miradas turbias,
los ángeles tenían sexo
y aunque aun no usaban lencería
estaba en llamas la ropa interior.
Tardes de humo dulce
y vello suave en las piernas
faldas de flores
y citas de Beauvoir
antes de un beso
que te convertía
al existencialismo
porque los otros
eran los rivales
y el infierno
Ella tomaba café y coñac
y jugaba al parchís
comiendo veinte
y contando una,
María, Paloma,
Adela y Chelo,
un póquer de damas
perdedor
para una mano
de mal agüero,
con un pájaro dentro.
La tragedia,
en francés,
de los náufragos adolescentes.
al que subía la fiebre
y miradas turbias,
los ángeles tenían sexo
y aunque aun no usaban lencería
estaba en llamas la ropa interior.
Tardes de humo dulce
y vello suave en las piernas
faldas de flores
y citas de Beauvoir
antes de un beso
que te convertía
al existencialismo
porque los otros
eran los rivales
y el infierno
Ella tomaba café y coñac
y jugaba al parchís
comiendo veinte
y contando una,
María, Paloma,
Adela y Chelo,
un póquer de damas
perdedor
para una mano
de mal agüero,
con un pájaro dentro.
La tragedia,
en francés,
de los náufragos adolescentes.
Todas
las canciones que me envenenaron
parecían, a simple vista, inocentes.
parecían, a simple vista, inocentes.
Y
no he levantado cabeza
desde el primer baile
cuando el primer izado
del mástil de la bandera blanca
creyendo que ibas al ataque.
desde el primer baile
cuando el primer izado
del mástil de la bandera blanca
creyendo que ibas al ataque.
Lo
repito y lo repetiré mil veces:
Todas las canciones que me envenenaron
parecían, a simple vista, inocentes.
Todas las canciones que me envenenaron
parecían, a simple vista, inocentes.
© Mariano Crespo
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