Entiendo
las noches que enseñan.
Me he vendido bajo la luna
por besos de una peseta.
Entiendo que ahora me leas y no me entiendas.
No tengo una verdad para prestarte.
Una certeza de alquiler
que te ampare esa fiebre sin más síntoma
que la necesidad de dormir en la nevera
o que no se olviden los geranios de regarte
la tierra abandonada por la Virgen de la Cueva.
El intempestivo vuelo del cóndor
tras la última cena.
Entiendo, amor,
la urgencia del musulmán por ir a la meca
y mi peregrinación a César Vallejo
con los pétalos de mis miedos en la biblioteca.
Entiendo esta quietud inquieta
porque, desde muy joven, me imaginé de viejo.
Era casi un niño cuando me acurruqué en César.
Mi llanto altiplano a orillas del Sena.
© Mariano Crespo
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