Tenía un alma de estreno en Broadway,
una imaginación sin plagios,
la curiosidad de los cachorros
y la inseguridad de los funambulistas aficionados.
Creía que el mundo era transformable como un mecano.
Era defensor de oficio de todos los culpables.
Soñaba que lo que le crecía las noches primavera
era un cohete que le haría ver las estrellas.
Leía en los retretes más que en las bibliotecas.
Creía en todos los dioses y se dormía en la iglesia.
¿No llegaste a conocer a Charly?
Yo intimé con el hace muchos años.
Ahora casi ni me reconozco.
© Mariano Crespo Martínez
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