No he escalado ni posiciones sociales ni montañas.
He sido un intrépido espeleólogo
tumbado en la cama con los ojos cerrados
y las púpilas dilatadas y húmedas.
Me semejo a un búho curioso y desbordado.
Mi vocación,
no sé si elegida o por descarte,
ha sido la de paseante
y mirador
desde la atalaya del suelo
y los túneles
subterraneos.
Desde esa posición privilegiada
-peripatético con Aristóteles,
caminante con Machado,
acostado con Onetti-
retratada en verde en los semáforos
la vida me ha reprendido
cuando he arrollado a prójimos
con la arrogancia
de la diferencia de velocidades.
Algunos de mis aterrizajes
-los paseantes volamos,
no somos ajenos a los prodigios-
han sido de emergencia
y con daños personales
y heridos compañeros
y compañeras dañadas.
De igual manera que a mis colegas
me ha caido el cielo sobre el sombrero.
Jamás usé paraguas
ni en los casos de bombardeos
de ideas
o de explosivos.
Cuando llevo casco
es porque sostengo una opinión
que no es compartida
por los que me han dado alimento y cobijo
a cambio de mis escritos.
No cambio el tono ni el argumento
cuando me mudo de geografía
de arquitectura
o de patrón.
Me han educado bien
solo cago en casa
y allí rompo los platos.
En el capítulo de condecoraciones,
no tengo ninguna medalla.
Guardo los remordimientos
en mi sala de trofeos
que visito
como mi muro de las lamentaciones
o mi confesionario laico.
No tengo la conciencia limpia
porque la he utilizado.
Soy proletario de patrimonio.
No he escalado posiciones sociales ni montañas.
Para determinado caminos
hacia el éxito y la fortuna
no tengo vocación
o soy diletante,
vago.
El último paseo me gustaría ir cogido de tu mano.
© Mariano Crespo Martínez
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