Allí cerca vivían mis suegros.
Paseaba, cuando era pequeño, a mi hijo mayor
cuando comenzaron las obras.
Había una humilde oficina para mostrar
planos y fotos de tan impertinentes edificios.
Nos amontonábamos los viejos, mi hijo y yo para llevarnos un pequeño tríptico
y contar a sus abuelos los prodigios cercanos.
Las torres crecieron
y mi hijo se levantó de la silla y me dio la mano.
Pasaron los años y el hedor de los edificios
tomo prestigio en las alcatarillas de los Estado.
Primero con KIO, ahora con Bankia.
En Kuwait pusieron precio a la cabeza
a un insecto de gabardina decían era amigo del rey.
Hubo una historia delictiva con un doble agente
que publicó su propia esquela.
Alí Babá pasó, cuentan, pero abandonó el edificio.
Volvió a la cueva por prejuicios morales.
Babel vivió en la Plaza de Castilla,
en su torre se confundió la lengua:
llamaron crecimiento al latrocinio.
Me acordaba de esta historia en estos días
cuando pensaba en mansiones malditas
y en una bruja amiga que hace limpiezas
espirituales a personas y habitáculos.
Me vino a la memoria entonces
la intuición de mi hijo
que a poco de conquistar el habla,
señalando con el dedo, dijo muy serio:
Esa casa está torcida.
Desde pequeño tuvo mucho olfato. Le tengo envidia.
© Mariano Crespo Martínez
Paseaba, cuando era pequeño, a mi hijo mayor
cuando comenzaron las obras.
Había una humilde oficina para mostrar
planos y fotos de tan impertinentes edificios.
Nos amontonábamos los viejos, mi hijo y yo para llevarnos un pequeño tríptico
y contar a sus abuelos los prodigios cercanos.
Las torres crecieron
y mi hijo se levantó de la silla y me dio la mano.
Pasaron los años y el hedor de los edificios
tomo prestigio en las alcatarillas de los Estado.
Primero con KIO, ahora con Bankia.
En Kuwait pusieron precio a la cabeza
a un insecto de gabardina decían era amigo del rey.
Hubo una historia delictiva con un doble agente
que publicó su propia esquela.
Alí Babá pasó, cuentan, pero abandonó el edificio.
Volvió a la cueva por prejuicios morales.
Babel vivió en la Plaza de Castilla,
en su torre se confundió la lengua:
llamaron crecimiento al latrocinio.
Me acordaba de esta historia en estos días
cuando pensaba en mansiones malditas
y en una bruja amiga que hace limpiezas
espirituales a personas y habitáculos.
Me vino a la memoria entonces
la intuición de mi hijo
que a poco de conquistar el habla,
señalando con el dedo, dijo muy serio:
Esa casa está torcida.
Desde pequeño tuvo mucho olfato. Le tengo envidia.
© Mariano Crespo Martínez
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