Establezcamos
que te lanzo mi corazón a la cara
a una velocidad continua
de unas seis clausuras de párpados
y a la temperatura constante
de mi lava volcánica.
Observamos
que no solo no te agachas
sino que se te ilumina la sonrisa
con la esclarecedora luz del alba
en ausencia de duda o neblina.
Concluimos
que, todo parece indicar,
estás sufriendo una parálisis
de etiología no determinada,
o bien -¡no me lo puedo creer!-
he vuelto a caer en tu repetida emboscada.
© Mariano Crespo Martínez
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