Ella le susurró al oído:
te quiero.
No me amenaces,
se le pudo entender a él,
mientras huía hacía
ese barrio llamado Soledad.
No es fácil la vida en las ciudades
cuando cae la noche
y brillan las navajas de los sentimientos.
Cuando la luna es una emboscada
y no hay guardaespaldas de emociones.
El acordeonista de la esquina
ponía la banda sonora
con una de esas perversas canciones de Adamo.
Esas que en tiempos más proclives se bailaban.
© Mariano Crespo
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