No me llamó la curiosidad
al conocimiento aséptico
de los meteorólogos.
Nadie me enseñó a leer las nubes,
y me dejé seducir por los charcos.
Las huellas que deja la lluvia
cuando con nuestros asuntos
se infecta por contacto.
Distingo sin ayuda de satélites
en la barra nocturna de un sábado
cual de todos los borrachos
es el abandonado.
Detecto sin isobaras
porque párpados pasó la tormenta
y que corazones maltrató el rayo.
Mirando a los labios
presumo con un margen de error
de uno o dos desengaños
en que humedales
está ya seco el barro.
Solo necesito los mapas para perderme en tus brazos.
Del deshielo en el casquete polar
hablamos en privado.
Los pingüinos hacemos de la elegancia un alegato.
© Mariano Crespo
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