Cuando en el mundo existían
libreros, reparadoras de medias
con su bombilla tan cinematográfica,
cuando los zapateros
cuando los ebanistas
y las chamarilerías
y el pipero que vendía tabaco suelto
conocía tu nombre y la salud de la abuela.
Cuando no había yonquis pero si practicantes
y el pulgar servía para viajar gratis
en coches con generosidad de arcén
En ese tiempo remoto
los departamentos de información informaban,
los de asistencia técnica y social asistían,
los de reclamación, escuchaban y ofrecían disculpas.
Ahora todo eso se han convertido en frontones
para que la pelota no golpee a los jefes
y te vuelva a ti la cara.
Ahora no te roba un carterista
llamado Mauricio
sino una agrupación de alias llamada mercado
que tiene muchos caras pero carece de rostro.
Hubo un tiempo que llamabas por teléfonos
y hablabas con mujeres amables
de carne y hueso que podrían llamarse Maribel
y no con componentes con el nombre en una etiqueta.
Hasta en la dictadura, en los tiempos del maestro armero,
había un mínimo resquicio para vivir,
hablar y hacer las reclamaciones.
Aunque sea estéril creo en el derecho al pataleo.
La cúspide de esta pirámide es la estupidez
que conduce a la destrucción
pero perfectamente estructurada.
En cualquier glorieta
erigirán una estatua al poder desconocido
y llevarán flores de plástico
en alguna triste fecha.
© Mariano Crespo
No hay comentarios:
Publicar un comentario