Qué decirles de mi
tío Celestino
que por cierta no le pudiera molestar.
En el pueblo fue la oposición de dios.
Nadie creía en él.
Todos los niños le buscábamos.
Paisanos jurarían que no dijo una sola verdad en su vida.
Yo prometo que nunca he visto unas mulas
tan felices como con las que iba a trabajar.
Al caer la tarde
me dejaba llevarlas
a abrevar al pilón.
El mismo
en el que, como con jefe de los solteros,
ponía a remojar
a los incautos forasteros
que no pagaran la patente
por llevarse una mujer del lugar.
Me hice mayor en una procesión de San Roque
en que los hombres llevaban por oración
si mi tío había catado hembra
o estaba a cala y cata como un melón.
No he dormido tan feliz
como en el camastro de la cuadra
cuando alguna vez le convencí.
Ha pasado el tiempo
y creo que la lección
que, sin pretenderlo,
me legó en herencia mi tío
es la convicción de que la gente
estudiamos para no ser feliz.
© Mariano Crespo
que por cierta no le pudiera molestar.
En el pueblo fue la oposición de dios.
Nadie creía en él.
Todos los niños le buscábamos.
Paisanos jurarían que no dijo una sola verdad en su vida.
Yo prometo que nunca he visto unas mulas
tan felices como con las que iba a trabajar.
Al caer la tarde
me dejaba llevarlas
a abrevar al pilón.
El mismo
en el que, como con jefe de los solteros,
ponía a remojar
a los incautos forasteros
que no pagaran la patente
por llevarse una mujer del lugar.
Me hice mayor en una procesión de San Roque
en que los hombres llevaban por oración
si mi tío había catado hembra
o estaba a cala y cata como un melón.
No he dormido tan feliz
como en el camastro de la cuadra
cuando alguna vez le convencí.
Ha pasado el tiempo
y creo que la lección
que, sin pretenderlo,
me legó en herencia mi tío
es la convicción de que la gente
estudiamos para no ser feliz.
© Mariano Crespo
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