Hay oficios que propician reacciones mecánicas.
Él era cirujano y llegó al atardecer a casa.
Ella abandonaba el domicilio con una maleta roja,
un vestido negro y una mirada gris.
No era cirujana pero iba a extirpar un órgano.
Adiós, doctor.
No te llamo por tu nombre porque la confianza
ya te la perdí hace años.
La puerta se cerró como se clausura una época
o cae un telón sin público ni teatro.
El se derrumbó sobre el sillón.
Miró el reloj con suma atención
y dirigiéndose a nadie
susurró con voz teñida de desolación:
Hora de la muerte, 19,38.
© Mariano Crespo
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