El hombre, en su versión más aceptable,
semeja un rehén en la partida entre la razón y los dioses.
Somos tan improbables
que retirar el pasaporte a la magia
quizá fue una decisión precipitada.
Los siglos de las luces dejan enormes sombras.
Hemos errado en muchas direcciones.
Detenerse no es una opción
pues somos la huida de una derrota segura.
El asunto es indagar en otros lugares
o repasar los instantes
en que se nos escaparon los pequeños detalles.
En nombre del hombre,
como en divinas lealtades,
el factor humano devino en una rémora.
¿Habrá llegado la hora
en que los hijos enseñen a leer a los padres?
© Mariano Crespo Martínez
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