Salió a la calle abrigado
como para un lunes de invierno.
Tropezó con un recuerdo.
Comenzaron a brillarle los ojos.
Después, todo fue raro.
Vinieron hombres y mujeres uniformados.
Le llevaron a un lugar muy iluminado.
Notó que esos locos le ponían una manta
y le daban café con azucar y compasión.
Lo único que le dolió
es que le quitarán el flotador
y las ilusiones de un mar
que le estaba esparando
con ojos de deseo
y sabor a sal en los besos.
Y que las sirenas de la ambulancia
no tenían ni cola
ni acogedores pechos.
© Mariano Crespo Martínez
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