No os sucede a vosotros
el añorar ese ardor volcánico
de aquellos veranos
en que paseamos nuestro desconcierto
junto a los apuntes de griego.
Aquellas muchachas a cuya ausencia
se hacia el amor por poderes en la siesta
y para justificar tanta suciedad luego se imaginaba uno felizmente casado con ellas.
¡Qué arrebato de culpabilidad tan lleno de inocencia!
Decenas de mujeres a las que no nos atrevimos
a dirigir una sola palabra.
Que fueron nuestras esposas
tras mancillarlas en el retrete
y que cambiamos por otra
en la playa
a la mañana siguiente.
Al final viene el otoño
y una mujer redentora
que al igual que las primera lluvias
nos sorprenden siempre a deshora.
el añorar ese ardor volcánico
de aquellos veranos
en que paseamos nuestro desconcierto
junto a los apuntes de griego.
Aquellas muchachas a cuya ausencia
se hacia el amor por poderes en la siesta
y para justificar tanta suciedad luego se imaginaba uno felizmente casado con ellas.
¡Qué arrebato de culpabilidad tan lleno de inocencia!
Decenas de mujeres a las que no nos atrevimos
a dirigir una sola palabra.
Que fueron nuestras esposas
tras mancillarlas en el retrete
y que cambiamos por otra
en la playa
a la mañana siguiente.
Al final viene el otoño
y una mujer redentora
que al igual que las primera lluvias
nos sorprenden siempre a deshora.
© Mariano Crespo Martínez
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