La vida es una película.
Millones de ellas.
Somos protagonistas en secuencias
de historias ajenas.
Y en la nuestra,
en demasiados planos,figuramos de extras.
Ese tipo del sombrero
que pasea con un periódico abierto,
y no tiene texto
aunque sí un aire de desconcierto
arruinado y noble
entre Luis Escobar
y Manuel Alexandre.
Como todos los cineastas estamos
en manos de los accionistas
y del productor.
Un tipo al que no pongo rostro
pero sí un imponente habano
y una barriga como de cardenal
o de buda enfadado.
Bueno, sí, todos los productores
se parecen a Edward G. Robinson.
Para mi pelicula quiero un drama real
pero rodeado de la épica y los romances
de las grandes epopeyas.
Ya desde el título daría referencias:
"Lo que el banco se llevó".
Aunque no guardo similitud alguna
con el petulante de Clark Gable
mi partnaire si declamaría
con rabia y desaire:
"Juro por dios que nunca mas
volveré a pasar hambre".
Yo he escrito un final feliz para mi personaje
y cada día lo ensayo,
con la duda de si el tipo del puro
considerará si ese producto
satisface al mercado
y si las autoridades
lo consideran un alegato
en favor de la justicia poética
o del puro asesinato.
Porque para los finales soy un clásico.
Una vez asesinados los financieros,
quiero un largo beso con fundido en negro,
Bill Evans haciendo llorar al piano
y hasta a las impávidas palomitas
que tanto tienen visto
y tanta lágrima las ha empapado.
© Mariano Crespo Martínez
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