No perdono a los amigos que se fueron,
que no estén ahora conmigo.
Les necesito tanto.
No tan sólo para comentar
cuanto sucede y me produce espanto.
Es de más trascendencia
el hueco en el sofá a las once y cuarto.
He de decirles, para limpiar mi conciencia,
que les he traicionado.
Que no asesiné a gentes que juntos odiamos.
Y que, en el colmo del desacato,
llegue a entender su conducta
y perdonarlos.
Que he descreído de dioses
de músicos y banderas,
de primaveras absolutas
que fueron nuestras quimeras.
Quisiere mirarles a los ojos
y, tras narrarles mis deserciones,
me dijeran si la vida me ha hecho
más superviviente y mezquino
o más prudente y más sabio.
Estoy hablando con rencor a la muerte.
Me ha arrebatado con saña opiniones
que me condenan a vivir de alquiler en la duda,
porque uno tiende a culparse o se exonera
para poder dormir o para dar sentido a este viaje.
Lo que no puedo es leer el corazón de mis amados cadáveres.
© Mariano Crespo Martínez
Se parece mucho a lo que me gustaría tener capacidad de expresar en un momento de enfado emocio-sentimental absoluto.
ResponderEliminarEs el significado de la impotencia del que queda. Con sus grandezas y, sin duda, sus enormes penas de sofá vacío.
Muchas gracias por tu generosidad, Lucía.
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