Hace años no estaba a mi alcance elevarme al conocimiento del respeto que los monjes guardan a la palabra con el voto de silencio.
Dudo que esa energía callada ese sagrado incienso purifique la cochambre de los pregoneros del amo, los nadie de alguien que invaden cada casa por la alcantarilla del cable.
Antes de que las naves se amotinen
y te quemen,
deberías considerar
que harto más
difícil es cerrar los mares, matar a quien resucitaste rimar en el lenguaje de los mimos conversar con los sordos por las calles.
Nunca podrás borrar los versos que escribiste.
El silencio grita páginas en blanco y cuando, por fin, te atreves a callar hablas más de lo que dices.
Que te quiten lo bailado y el vuelo de mil demonios de tus ángeles, debes valorar antes de poner tu nombre a esos versos que te presta el aire.
La creación es una cura de humildad tan insolente que los labios no pueden resultar ilesos ni inocentes serán los besos que te regatean las diosas hartas ya de laureles marchitos como las glorias de una sola cópula y todas las ausencias de Penélope cuando haces el Ulises o el idiota.
Intentar desvelar a la luna es el destino del contador de historias.
Yo la he visto dormir y se como escuece.
Llora, poeta, no te prives. El mar sabe a sal porque es un mar de lágrimas.
Aquí, en la desolación y la mugre,
que masculla su
desgracia
y no tiene
capitanes
ni brújula, ni religión ni profetas.
Aquí, el viento traidor levanta las faldas al sistema y descubrimos que está privado de sexo como sabíamos que carecía de ética.
Transitamos por un lugar intransitable y lo que va a ocurrir carece de presagios concluyentes como columnas o cabos para sostenerse o aferrarse a algo más sólido que un sueño e igual de bello. Un sitio en donde depositar nuestro postrero beso, Un paraje dotado, amor, de la elegancia sutil de tu cuello.
Va a suceder un gran suceso pero no alcanzamos aun a conocer si sacar la ropa de guerrero, la mortaja, o el traje de los domingos con manchas de vino que llevamos al tinte la víspera de nuestros contentos.
He vendido cursos
de inglés observando con pasmo que el
portero de la finca gusta de comprar lo mismo para su hijo que le hice tragar al médico del cuarto.
Para qué os voy a engañar, conozco el engaño.
Arrojé al olvido mujeres
a las que juré amor eterno de un rato.
Para qué os voy a engañar, conozco el engaño, he competido con más de cien - y a mí me lo han dado- por un puesto de trabajo.
Para qué os voy a engañar, conozco el engaño, nací en un pesebre y voy para 58 sin estar crucificado.
Para qué os voy a engañar, conozco el engaño y para tener consciencia y conciencia he tardado más siglos que años.
Ahora soy el único responsable de mis actos, sé cuando digo la verdad y cuando me ampara el engaño.
No soy inocente.
Para qué os voy a engañar, hace tiempo que no sé mentirme, ya no me apaño.
En la breve
juventud en que fui actor pedí dolor prestado
para mis máscaras.
En la breve
juventud en que fui poeta pedí dolor prestado para mis
quejas.
Cuando me llegó el tiempo de dolor ni lo representé ni hice poemas.
Escribimos de lo que no sabemos. Vivimos de experiencias ajenas.
Necesito este otoño para representar esta función de la vida y sentarme a escribir encima de mi maleta. La tinta, la sangre, ya es de mis propias venas.
Hasta que una mujer te desemboca en su mar y sabes que es estación término, que te has salido de cauce que concluyó la escuela y que a ese amor le huele a sal el aliento
y el pájaro de tu deseo sobrevuela el delta.
Y hay una felicidad triste como la plenitud vacía que sientes al tocar un sueño.
Siempre es
sospechoso el poeta, carece de aval y
presunción de inocencia.
Busca en
los contenedores de basura los añicos de las grandes certezas y sostiene la mirada a las
serpientes
o las besa dos veces en su bífida lengua, mientras se encamina erguido a la alcoba con vistas a la luna que habita bajo los puentes.
Quién se fía de alguien que llora con el latido de su cerebro y guarda el corazón para un solo nombre que embriaga de rojo pasión con su riego.
Quién se fía del que paga con palabras las cuentas pendientes que a la noche adeuda.
Siempre es sospechoso el poeta como siempre lo son todos los conversos, -con versos, perdón- a una muerte aun sin fecha.
Siempre es sospechoso el poeta. Aunque quién confía en alguien libre de toda
sospecha.
Precavido,
antes de que lleguen los hielos,
he colocado tu retrato
en donde, en sueños, tengo una chimenea
y despierto tu hueco perfumado.
Cuando caiga la escarcha ya protegerás un rincón cálido, a la vera de la luz tenue del invierno, junto a Charlie y los libros.
Ese sitio de músicos negros
y poetas blancos.
De húmedos labios y secos lirios.
Luego, como sucede todos los años cuando te brillan los ojos, la primavera parpadea
y se maquilla de verde el prado. Y nos libamos los pétalos
para inaugurar el nuevo milagro.
Mientras dure la fiesta,
mientras no presientan los amos
y el eje cansado del planeta
lo que abrazados tramamos.
Aprendí a volar con aves carroñeras
y gracias a este
magisterio,
nunca gratuito,
desarrollé un raro
instinto para detectar la presencia cercana de un cadáver aunque fuera clandestino.
He visto difuntos en miradas de muchachas en cansinos vuelos de cigüeñas en etiquetas de claveles en botellas de mala uva en ujieres de museos y en cloacas de cinco estrellas.
Aprendí a volar con aves carroñeras el día que me libraron del muerto parásito que me amarraba a la tierra.
Si hospedas un muerto dentro no detectas muertos fuera.
En mi barrio no había cines de estreno
ni mujeres con paso
a nivel con barreras
pasados los
dieciséis años.
En mi barrio nosotros y los
perros, en los mismos descampados,
desflorábamos amapolas,
aliviábamos el celo.
Antes de extrañarme fui monaguillo en bodas de penalti y comencé a beber escondidas sangre de dios en garrafa cuando aún era tan solo vino y mi vida una absurda estafa
a la espera de asesino.
En mi barrio solíamos estar en pecado porque no era bien visto ser confidente ni confesor ni pasarse de listo ni hacerse el tonto ni tener buen olor ni llegar tarde ni volver pronto
ni que asomara el dolor.
En el primer año de academia aprendí a hacer novillos, aguantar la tos al fumar, levantar la falda a las muchachas y cuando te calientan la cara apretar los dientes sin llorar.
En mi barrio el nivel no lo daba el mar. Lo daba un coche siempre manchado en el asiento de atrás.