El mar de la Tranquilidad
es un paraje
de la luna
y una piel, mestiza de gladiolo y chirimoya en donde deposito simiente futuro y miel, cuando llega el tiempo tan caliente de la siembra.
El mar de la tranquilidad surgió de las
conjunciones de la inteligencia hembra con damas de corazones.
Soy tu gato de
nadie que vaga por el
tejado de las dudas al tiempo que un
beso escurre en la
comisura de los labios cuando menos esperas que comience a temblar la tierra.
A la hora precisa
en que el pianista abandona las teclas y toca sin partitura al sur de tus caderas.
Soy la nube en el ojo de la cerradura. El callo en el pie de foto. El tatuaje de la paloma en la mano de pintura.
El anillo de plata en el dedo corazón.
El sexo huérfano que malvive tras el mar muerto hasta el renacer de la pasión.
El sabor amargo de la boca tras el paso de la palabra adiós.
Eso y esa urgencia callada de tu cuerpo, con la paciencia embelesada del vigilante de un museo enamorado de la belleza custodiada.
Ese tipo del sombrero que te observa y acaricia con deseo la esfera húmeda del cómplice reloj.
Cuando te asalta una euforia
sin aparente causa
o se te inunda el suelo de agua salada
que semejan lágrimas.
Cuando hay una noche de bodas
en la alcoba,
un velatorio en el comedor
y un bautizo en la terraza.
Cuando las palomas que hubo en Cibeles
vienen a comer en la mano
de un niño que ves tras el cristal
de una habitación sin ventanas.
Y hay gemidos de parto
que se mezclan con carrera de triciclos
y un cónclave de monaguillos
para elegir al más borracho.
Cuando llevas el cerdito al banco,
sacas tu primer carné,
cuelgas al inocente diploma.
y te detiene el guarda de seguridad
cuando con nueve años
quisiste robar una pelota.
Cuando buscas entre la ropa
el pantalón corto
y el misalín de nácar
entre el alcanfor
y las señoras de papel sobado con las manchas húmedas de la soledad del pecado.
Y todas las mujeres difusas
tienen ya tus ojos y tu cara.
La foto de tus padres,
el parto de tus hijos
y el agujero que te aguarda.
Cuando termina de centrifugar el cerebro
te queda una seca y sola idea:
Qué breve fue todo.
Y te tiendes al sol
sujeto con las pinzas de las convicciones
que emana la supervivencia
y colgado de una loca cuerda.
Esta puta noche
es de esas de
confabulación
o de revuelta
en la que aparece
algún insecto que te inquiere si eres feliz o cualquiera de esa preguntas de los cuestionarios a las misses para las que nunca tuve respuesta.
No, no sé si estoy realizado. No, no tengo remota idea
de si mi vida merece la pena. En realidad, solo sé una o dos cosas.
Tengo la certeza de que hay hombres buenos y hay bazofia.
Estos últimos son los dueños del planeta.
Y los otros
son héroes anónimos, vulgares hombres y mujeres que salvan a diario el planeta despertando con besos a los niños abriendo las calles y las escuelas y cuidando de pájaros y rosas.
Los otros, ignoran estas minucias pero saben todos los índices de bolsa, el precio de todos los barriles y el cambio de bienes y monedas.
Así que si el insecto me vuelve a preguntar si soy feliz o si mi vida merece la pena no respondo ni de la acritud ni del desprecio de la respuesta.
No creas que es un tópico.
Si te asusta lo profundo
que es un océano
es que todavía no imaginas
el agujero que el olvido
te tiene reservado
si no siembras un vientre
o plantas un libro
o guardas en tu pecho un árbol.
Si cumples con las tres tareas
no será menor la desmemoria.
Pero llevándolas a cabo
uno se engaña
y se cree un dios menor escribiendo la historia.
Todos los planes perfectos
tienen un agujero,
un descuido,
una prenda arrojada
por el azar al suelo.
La vacuna contra la coartada el error en el anzuelo.
En la estrategia de
la codicia el enemigo está dentro.
La soga de la que unidos tiran
se la colocarán unos a otros
para abrasarles el cuello.
Paciencia. Inteligencia.
Llegará el día en que les veamos destruirse entre ellos.
Suele suceder en la historia cuando hay más ladrones que dinero.
Cuélgate de las
paredes de los museos. Píntate en los
muros de las calles. Comparece en las
visiones de los profetas. Grita tu nombre a las
muchedumbres. Deja caer tu retrato sobre calles repletas.
Sólo así guardarás tu secreto.
A la gente cuando se les invade con una imagen pierde la curiosidad por las ideas.
Qué fáciles son las
costumbres,
qué cómodo vivir en
ellas.
Las inclemencias no
son del clima, son de los hombres miserables
que ignoran el suelo hechizados por la cima.
Llover es devolver el agua a la tierra,
en la ruta de la noria con tesón. Estar mojándose a la intemperie, ser un sin techo, es inclemencia, falta de compasión. tener hielo bajo el pecho.
A la hora de la culpa, nos damos la absolución, y se la endosamos a los inocentes cielos o a la víctima que, para estar así, algo habrá
hecho.
Presiento que más veces de lo prudente me he instalado en
el sitio equivocado. He suscrito
manifiestos que ya no comparto, grité cosas que,
ahora, mi corazón no siente.
Confieso que he errado.
Mas veces que acerté tomé el camino equivocado.
No saldré limpio de esta vida, con lamparones, bien manchada llevaré mi biografía a la salida de mi todo, del infinito cero la entrada.
Pero no me arrepiento de casi nada. Tan solo de las veces que salí indemne por no dar la cara.
Aunque fuese una causa derrotada.
No me gustan esos tipos de conciencia limpia por mor de no usarla.