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miércoles, 10 de agosto de 2011

Elogio del pensamiento

Hace unos días alguien ponía a escurrir a un amigo mío por haber cambiado de opción política. Parece que la lealtad, al precio que sea, sigue siendo un valor que cotiza en despachos y partidos. Muchas personas incluso hacen alarde de que siempre pensaron lo mismo.

Una de las cosas que me parece más injusta es que se reproche a la izquierda es que su voto sea más inseguro que el de la derecha. Si bien politicamente tiene costes (a veces enormes) para mí es una de las cosas que más engrandece esa manera zurda de contemplar el mundo.

Creo que no habría peor epitafio para alguien que uno que dijera:
De pequeño le inculcaron dos ideas. Murió con las mismas. Yace con ellas.

Vivir, para mi criterio, es un lento encuentro del hombre consigo mismo pasando por los otros. Un aprender de la observación, de la historia y de la lectura de los maestros que esta nos regala. O lo que es lo mismo, saber que puñetas hace uno aquí, por que no se marcha, con quién se juega los cuartos...

Hay una tendencia fomentada por la telebasura, la radiodetritus y la prensamarrón que sostiene que el que dialoga y sinceramente escucha, poniendo sus argumentos en el tapete sin guardarse ningún as bajo la manga, es un veleta, un inseguro.

No seré yo tampoco quien critique la fidelidad a las ideas pero cada vez más me pone la inteligencia en actitud de "prevengan" el escuchar a muchos con orgullo declarar con voz altiva:
- Yo que siempre pensado..
- Yo que siempre he sostenido...
Parece que les dieron una mano de pintura en su juventud y no volvieron a repintar su cabeza.



No guarda sus ahorros debajo del ladrillo sino el que tiene miedo a perderlos. Guardar las ideas tacañamente, ser ruin o tramposo en su intercambio, amén de poco enriquecedor y productivo, revela en demasiadas ocasiones que las ideas son escasas y adquiridas en los saldos. Y lo que es peor, cuando en vez de exponerlas se arrojan como armas contundentes o se tratan de imponer, revelan, en el fondo, la mala maña, el poco arte, en el portador para defenderlas.

Este, por otro lado, es el principal error de los despachos: alejarse día a día del debate, rodearse de camarillas de leales, hacer del pensamiento consigna y ¡a mandar que son dos días!


Instalados en ese nivel es el momento en el que se está aun paso de sentirse perseguido por las críticas, de ver campañas orquestadas en simples cuestionamientos (porque a veces las hay de verdad), de sentirse incomprendido y calumniado (aunque el master en difamación es el más prestigioso en periodismo), de ser un mártir de culaquier causa.

Hay una frontera muy delgada entre la honesta intención de rodearse de gente en quien confiar y la insana y extendida costumbre de desconfiar de competentes profesionales por no hacer profesión en la misma fé, en idéntica doctrina. La historia demuestra, por otro lado, que la lealtad no está a salvo en un carné ni se garantiza con un juramento.

El miedo progresivo a la divergencia guarda una proporción directa con el aumento en la inseguridad en las propias certezas y hace buena aquell frase de Jacinto Benavente: "Solo temo a mis enemigos cuando empiezan a tener razón".

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