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lunes, 8 de agosto de 2011

Soy un puto descreido

“…está demás decirte que a esta altura
no creo en predicadores ni en generales
ni en las nalgas de miss universo
ni en el arrepentimiento de los verdugos
ni en el catecismo del confort
ni en el flaco perdón de dios

a esta altura del partido
creo en los ojos y las manos del pueblo
en general
y en tus ojos y tus manos
en particular…”

M.B.


Tenía yo la edad en la que con esfuerzo has logrado pasar de agarrarte a la falda de tu madre a conseguir el cobijo de su mano cuando me vi con mi manita enganchada a su falda porque necesitaba sus manos para ir deslizando las cuentas del rosario. Estábamos en una multitud que desbordaba la calle (no te mueves que aquí si te pierdes no te voy a poder encontrar) y la primera vez que yo constaté que, por una extraña mutación a los castaños de Recoletos les habían crecido altavoces.
Tal concentración de gente se producía por la visita a aquella España de principios de los sesenta del reverendo padre Patrick Payton, un irlandés afincado en los Estados Unidos que había creado una cosa a que denominó cruzada del Rosario e iba por todo el mundo generando adeptos al este repetitivo rezo.



El ambiente, como diría un cronista de la época era de un inmenso “fervor popular” que yo no llegaba a compartir entre otras cosas porque me apretaban los zapatos Segarra que estrenaba para este evento. En nuestra generación las madres te hacía estrenar cosas que nadie en principio iba a ver, el colmo es que yo llevaba muda nueva. (sabido es que las madres una vez que atravesabas el portal de casa te querían limpio como para pasar con dignidad la visita a un hospital después de cualquier terrorífico percance).
Cuento esto porque aquel fue mi primer acto religioso de masas y creo que no dejó más huella en mi alma que el dolor de pies. Creo y me resulta duro de decir para alguien que llegó a ser novicio que nunca, nunca, nunca he logrado tener fe. Y durante muchos años esto me provocó un hueco de dolor como el que te generan esas malformaciones que te hacen diferente.



Todos estos recuerdos me vienen mientras se preparan los dispositivos para la visita de Benedicto XVI a Madrid. Independientemente del rechazo político que este fenómeno me produce (yo solo he respetado políticamente a un papa; Juan XXII, y ni siquiera a él logré rezar), lo que me sigue provocando admiración, rechazo, curiosidad, espanto, perplejidad es la reacción de mucha gente que viene a escuchar su palabra con las baterías repletas del único combustible que la naturaleza me ha negado: la fe.

Una vez entrevisté al que fue embajador en el Vaticano con el Gobierno Socialista, Gonzalo Puente Ojea, y que fue expulsado por divorciarse y casarse con otra mujer de la que se había enamorado (y Felipe González consintió su salida). Pues bien, en aquella entrevista este hombre de una cultura humanista y teológia excepcional que le había procurado el respeto y la estima de importantes figuras del colegio cardenalicio y de la curia, me confesó, mientras comíamos, casi con desolación: “No le des vueltas Mariano la gran mayoría de los cardenales no tienen fe”. Coño, pensé, si no hubiera sido tan pusilánime tal vez estaría viviendo como una marajá.

Pero aun compartiendo el diagnóstico de Puente Ojea, la fe existe y la encuentro en los ojos brillantes y perdidos de muchachos y muchachas que han empezado a aparecer en los días previos a la semana de la juventud. Tienen algo que yo nunca tuve: la confianza ciega en lo que no podía razonar. Y creedme que no lo estoy diciendo para descalificarles sino como ese hueco que yo nunca cubrí a pesar de acompañar la agonía de mi madre con una fe en Jesús de Nazaret a prueba de bomba.

Pero mi carencia de fe – y esto hará daño algunos- no acaba con la iglesia. Nunca me terminaron de admitir en un partido revolucionario porque hacia demasiadas preguntas y no observaba la conducta adecuada.

Y comprobé, años más tarde, que cuando en el partido que militaba se elaboraban profecías (solo sustentadas por la fe) y no análisis (sustentados por las coyunturas que se atravesaban y su desarrollo) y manifesté que nos estaban haciendo comulgar con ruedas de molino, se me miró y se nos miró no como a camaradas con los que había que debatir, sino como a gente que había perdido la fe –esa fe que asomaba por los ojos encendidos de los leales- o lo que todavía es peor que actuábamos por intereses bastardos.

Y cuando tuve el honor de acompañar a Miguel Núñez en una conferencia en la residencia de estudiantes y, tras colocar al fascismo y el nazismo en el lugar de escoria que la historia les tiene guardado, y comenzar un furibundo ataque al estalinismo, diciendo que mientras miles de camaradas daban sus vidas por el sueño socialista, “en el nombre de esos sueños se masacraba sin piedad” vi, aquella tarde noche, la mirada de desprecio que le lanzaron algunos hombres de fe, aquellos que todavía no se permiten mirar la historia a los ojos.

Creo, que solo he tenido fe, durante años de mi vida en las palabras de amor de las mujeres. No me arrepiento, aunque tenga el corazón como un queso de Gruyere. Y con Mario Benedetti, he tenido fe en ojos y manos del pueblo, cuando sencillamente te miran a la salida de una tienda de campaña en una acampada urbana.



He sido un puto descreído. No sé lo que es la fe, nunca se me concedió. Ni en la iglesia ni en doctrina alguna. Pero aunque haya una fe que respeto y desconozco, se también que se ha sustentado en los perros que vigilan los sueños. Los sueños de hombres y mujeres de fe, libres y generosos, los segaron los inquisidores. Y el tipo que viene de visita hizo de ello su vocación y oficio.

2 comentarios:

  1. El hombre siempre ha tenido la necesidad de creer en la inmortalidad, de la trascendencia más allá de esta vida. Se apoya en la fe para sobrevivir, para superar penas, dificultades, con la esperanza de que haya un Dios que les oiga y les alivie de todo pesar. Incluso se pensaba y se piensa hoy en día que todas las desgracias que le pasan a una persona es porque es voluntad de Dios, ese ser superior omnipresente que ha prefijado nuestro destino con el fin de alcanzar el cielo.Así a mayor sufrimiento, el Señor nos acogerá en su seno porque nos lo hemos merecido. De esto se valió la Iglesia durante siglos de tenernos a todos acojonados de no ofender a Dios porque su ira podría ser terrible. Desde pequeños nos inculcaron esa idea y a veces es difícil salir de ella porque el lavado de cerebro surtía efecto y aunque cuando vas alcanzando la madurez y te das cuenta de la hipocresía de la Iglesia, aun así, cuesta desprenderte de todo ese equipaje. No, yo no tengo fe en este Dios que nos han vendido pero sí me considero una persona espiritual y sensitiva de ahí que no sea atea pero sí agnóstica. No creo en una religión establecida pero sí en la mía propia, no tengo fe en que nadie me solucione mis problemas pero sí tengo fe en mí misma y en los que me rodean.
    Se sigue pensando que las personas que no son creyentes son peores personas que las demás, el tiempo nos demuestra que no es así. No me gustan los creyentes intolerantes, tampoco me gustan los que basándose en su no creencia atacan al resto. Mi religión es la tolerancia, la solidaridad y la fe en el ser humano que es capaz de lo peor pero también de lo mejor.
    Curioso mundo este de la fe.

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  2. Comparto al completo lo que dices Paloma. Y sobre todo la reflexión entre fe y espiritualidad. Tus lecturas de San Manuel bueno y martir de Unamuno aparecen como telón de fondo.

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