Acabo de llegar a esta casa
con cuya propiedad me engaño
y el único sitio en donde mi ausencia
me complace descubrir
en cada cuarto.
Deshago el equipaje
y saco la pipa
y el tabaco.
Aunque no la haya usado
me agrada que mi cómplice de sueños
viaje adonde yo viajo
para luego, entre humos,
rememorarlo.
Les diré que he visto el mismo mar
que descubrí hace 37 años
y con humildad acepto
que aun no he aprendido a contarlo.
También les confieso
que el me ha visto a mí.
Lo sé porque eso duele dentro
y profundo
como un espejo de espuma
o el vacío de un cuenco.
Por lo demás,
tierras de viñas y cante,
un lugar en donde bailan los caballos
los hombres huelen a sal
y las mujeres fueron cigarreras
antes que flores
y juncos cimbreando el atlántico.
Marinos y botánicos
liberales y cofrades
hedonistas paganos
en misa de doce
y algo en el aire
que no es aire ni algo.
Si han estado en América
tras escuchar un fandango
saben de qué hablo.
© Mariano Crespo
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