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lunes, 17 de septiembre de 2012

Fiesta por agonías


 
 
Cómo explicar el deseo.

Es una rebeldia del instinto
contra la caligrafía
de la pureza.

Sí, pero más húmedo.

Es un beso rural a la urbanidad
y sobre el urbanismo un grito volcánico.

Amor, no sé si has visto
esas raices y matojos
que levantan y comban las aceras
de los parques
o supuran sudor vegetal
por sus poros
como si el interior de la tierra
le oliera la fruta a las nubes en celo.

Algo así es el deseo.

Cuando el espíritu enterrado
se desborda
y emerge bello
destrozando previsiones
pronósticos
tablas periódicas
y cáuces con linaje
de carceleros.

El deseo
es tan vitalmente hermoso
que los muertos lo cubren por feo.

El deseo es esa luz
redonda en los ojos
que presagia a un tren
penetrando la noche
con estruendo metálico
y jadeos
como últimas voluntades
en el parto
de una fiesta por agonías.

El deseo es una excitación llamada tranvía.

El deseo es una pócima contra el tedio.

El deseo es una satisfacción muerta que el tiempo resucita.

El deseo es la llama seca con amenaza de incendio.


 © Mariano Crespo Martínez




                           
                  

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