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jueves, 18 de abril de 2013

Ars Amandi





Procedo del erotismo
de los que miraban de reojo
la pantorrilla negra
de las mujeres de negro velo.


 Me he dejado la vista
de costurero morboso
enhebrando agujeros.


Escrutando por las ventanas.


Atesorando bajo del lecho
un burdel de papel
con mujeres en blanco y negro
con tarifas a precio de imprenta,
servicio urgente
de unos gametos
clandestinos,
como unos genitales
de los servicios secretos
en donde uno evacua
la pasión,
junto a los excrementos.


Esa ignorancia deja culpa,lax

lastra el placer con un peso,
pero también genera un gusto
morboso por el misterio.


Los curas ignoran
que una playa nudista
es la tumba del sexo,
como una carnicería,
como la consulta de un ginecólogo,
como un pase de modelos
anoréxicas y pálidas
procedente del campo de exterminio,
cenizas del deseo.


A las mujeres
las visten modistos que se excitan
con hombres y crean
muñecas de cera
y recortables en pliego.
A veces las visten con corbata,
y un día las pondrán un bigote
de pega sobre los labios
de la cara
como lo dibujan
sobre los labios
húmedos y escondidos
del tesoro sin archipiélago.


Una mujer es una caja fuerte,
que cuando está abierta
no sustraes el dinero.
Adivinar la clave,
deshojar el misterio,
derrotar al desaliento,
encontrar la palabra adecuada
en prosa o en verso,
sostener miradas que deslumbran
eso es, para mí, el sexo.


Luego la culminación
es la parte animal,
una gimnasia de Venus,
necesaria como los finales felices,
pero triste porque los desenlaces
son previsibles.


Lo imprevisible, lo mágico,
es crear el argumento.


Leonard Cohen, Bukovski,
Nobokov, Romero de torres,
Lawrence, Aute,
Felllini, Berlanga,
Lewis Caroll,
Henry Miller,
Aristófanes,
Eduard Fuchs,
Bocaccio,
Daniel Defoe,
Pierre Louis,
Margarita de Valois,
Francisco Delicado,
Quevedo,
Henry Fielding
y, tantos otros,
comparten
estos pecados inconfesables,
aquellos vicios solitarios,
esos santos lugares.

© Mariano Crespo Martínez



                    
                          

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