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jueves, 25 de abril de 2013

Poner por testigo



Uno de los asuntos que me fascinan
de las viejas costumbres del Derecho
es cómo la gente juraba decir la verdad,
toda y nada más que ella,
sobre un libro de leyendas.


Poner a un dios por testigo es una impertinencia.

Semeja una invitación al perjurio.


Los romanos,
más coherentes,
menos soberbios,
se agarraban los testículos.


Tengo por uso
desde este criterio pagano
dar más peso al juramento sereno
de una mujer por sus hijos,
fruto de su carne rota y partida,
que al apasionado de un guerrero
por dioses fruto de sus necesidades. 


© Mariano Crespo Martínez





                             
                               
                          

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