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sábado, 25 de abril de 2015

Curiosidad


Los quince años, quizá. 
Un túnel en el que me venía corta la ropa 
y demasiado larga la vida.
Los dieciséis años, tal vez. 
Esa verbena en que llevaba un condón 
y medio frasco de agua de colonia 
si necesitaba cruzar un paso de cebra.
O puede ser que esta misma tarde
en que sobre la vida y de las mujeres 
preciso de chuleta o lugares comunes 
para explicar los sinónimos de dios sin blasfemar.
los antónimos de ti sin que las lágrimas me asomen. 
Vine con escaso bagaje 
y he aprendido lo imprescindible 
para no sonrojar a los cuestionarios
y saber la diferencia de matiz 
entre te amo y te quiero,
entre el amor y su precio. .
Soy de esa extraña tribu 
del siglo pasado 
que sobrevivió a varias iglesias 
y, en lugar de dinero, 
hizo un capital de dudas 
y de agujeros negros 
en la libreta de la Caja Postal de Ahorros. 
Los que nos preparamos para astronautas
en la academia nocturna de los deseos 
y acabamos ganándonos la esperanza
en la poética brigada del subsuelo.
Los sesenta años, puede ser, 
vendrán tras dos o tres catarros 
y sigo con la curiosidad del niño 
que se cayó de culo en primavera 
cuando sonó la trompeta 
que le regalaron los reyes magos. 
Puede que siga teniendo cinco años
y lo que quería venir a decir
es que por más que transcurra el tiempo
y aunque la búsqueda 
me haya mostrado frecuentemente 
la fría morada del desencuentro,
sigo poniendo la mano en el fuego 
por la curiosidad 
y su profeta el misterio.


© Mariano Crespo

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