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miércoles, 8 de junio de 2011

El duende de mis sueños infantiles


Cuando yo vine al mundo mis padres regentaban una portería en una calle céntrica de Madrid. Mi padre compartía esa labor con el trabajo en una farmacia en la que entró como niño huérfano de posguerra y se mantuvo hasta la jubilación. Con el dinero ahorrado, cuando yo tenía ocho años, pudieron adquirir una vivienda en el barrio de Moratalaz que, en los tiempos que se narran, no era más que un conjunto de descampados y edificaciones dispersas.

Tengo pocos recuerdos de mis años de primera infancia que transcurrieron en aquella España que no había remontado de la pobreza (económica y moral) de la posguerra.

Pero en aquellos tiempos, la hermana de mi padre, mi tía Pilar, ennovió con un poeta que se convirtió en mi padrino de bautismo. Aquel hombre aparecía de vez en vez por el chiscón de la portería y la buhardilla que nos servía de vivienda, provisto de los regalos más exóticos y contando las historias más mágicas y fascinantes que alimentaban mi infancia que podría haber narrado Dickens.

Me mostraba fotografías de sus viajes y en una que guardo en mi memoria salía al lado de un elefante en un país exótico. Al regreso de uno de sus periplos me trajo unos juguetes en miniatura que colocó en los bordes de la barrera de mi cuna mientras me daba un beso de buenas noches. A mi madre le trajo un shari de la India que ella, en su sentido común, transformó en un mantel. Ese hombre cariñoso y extraño, fumador de pipa por lo que dekjaba una aire dulzón que me embriagaba a su paso, me enseñó a navegaar con la imaginación bogando a lugares que nada tenían que ver con el charco de mi realidad. Era el duende de mis sueños infantiles.

Algunas tardes de verano me llevaba al Café Gijón con sus compañeros de tertulia y me procuraba una horchata que yo me negaba a beber (siempre me lo recordó mi madre) mientras no me pusieran al lado la cerveza que tenían el resto de contertulios.

Pasaron muchos años y cuando la relación con mi tía hacía tiempos que había concluido fue cuando supe que “Juanito”, como yo le llamaba era Juan Pérez Creus, que había nacido en 1909 en La Carolina (Jaén) y que su amistad con el poeta salmantino Pedro Garfias le acercó a la poesía vanguardista de los años treinta, y a los diversos foros y cenáculos en los que hallaban cauce de expresión las variadas corrientes culturales que fluían en dicho período. Así, colaboró en la revista Frente Literario, fundada en Madrid en 1934, hermanando allí su firma con la de Rafael Cansinos-Assens, Alejandro Casona, Ernesto Giménez Caballero y Jorge Guillén.

Conocí también que intervino en la Guerra Civil como comisario político del gobierno republicano, cargo que le llevó al frente bélico en la provincia de Córdoba. Acabada la contienda fratricida, se instaló en Madrid, donde mantuvo el contacto con el mundo de las letras a través de algunas revistas literarias como la llamada Garcilaso. A lo largo de toda su vida literaria, se ocultó tras varios pseudónimos para publicar sátiras sociales en el diario Arriba (donde era "Maese Pérez"), y en los semanarios Interviú ("Satiricón"), Sábado Gráfico ("Pájaro Pinto") y Época ("El Diablo Cojuelo").

Como atinadamente ha recordado Meliano Peraile en el prólogo de los Versos perversos de Pérez Creus, el alcance de estas sátiras no se circunscribía a aspectos meramente literarios o morales, sino que llegaba a tocar a señalados próceres de la política franquista.

Su constante y agitada presencia en las tertulias poéticas de los años cuarenta basta para explicar que el grueso de su obra satírico-burlesca haya quedado disperso en servilletas de bar, facturas de consumiciones y otros papeles volanderos de naturaleza similar; de ahí que lo más agudo y mordaz de su original obra poética jocosa sólo permanezca en el recuerdo de algunos viejos amigos, compañeros de viaje en sus antiguas correrías literarias. Por fortuna, varios de estos amigos se han empeñado en conservar y difundir esta poesía humorística de Juan Pérez Creus. Así el Premio Nobel de Literatura Camilo José Cela recogió sus mejores sonetos erótico-burlescos, publicándolos en la revista Extramundi.

El resto del corpus poético de mi padrino jiennense -que se ha servido de la lírica sonoridad de la lengua gallega para componer un par de libros de poemas- lo constituyen los siguientes títulos: Poemas del Sur (1932), As canciós d´ise amor que se diz olvido (1951), Las coplas de Maese Pérez (1973), Los Cantos de Montenegro (1981), Molino de viento (Molino de recuerdos) (1984), Los hilos del recuerdo (1987), As derradeiras pombas da serán (1988), Romancerillo de la 92 brigada (1989) y Sonetario del desván (1991). Además, recopiló en El poeta también va al fútbol las crónicas deportivas que había publicado en el diario Informaciones.

Gran aficionado a los viajes, Juan Pérez Creus se desplazó hasta lugares tan alejados como la India y Birmania, en donde llegó a asentarse durante un largo período de tiempo. Las depuraciones llevadas a cabo durante la posguerra contribuyeron también a alejarle de España. Aprovechando algunos de estos recuerdos, publicó un libro con las noticias de sus desplazamientos por el continente africano (África, 1960).

Juán Pérez Creus, a la derecha de Fernán Goméz en un homenaje en 1951.

En aquellos años de bohemia hizo circular de manera anónima unos epigramas sobre Franco que una peculiar periodista de la época denunció que eran suyos. Aquella mujer que tenía como amante al dramaturgo Victor Ruiz Iriarte – un hombre de muy baja estatura- propagaba a quien quisiera oírla en el Café Gijón que cuando estaba en la cama con Víctor “no se si estoy follando o estoy de parto”.

De aquella enemistad surgió un soneto que me resulta imposible de defender en estos tiempos, por machista y misógino, pero que sitúo en aquella época y en su rencor a la delatora:

Eras ente en potencia, y ya el Destino,
crismando los testículos paternos,
puso una inmensa sucesión de cuernos
en quien contigo hiciera su camino.

No sabías leer y de contino
tu clítoris iban, sempiternos,
todos tus dedos, los primeros yernos
que dio a tu madre tu caliente sino.

Llamarte fresca pobre sonaría,
llamarte zorra no dará tu talla,
pues por puta te saben las personas.

Y llamarte putísima sería
como llamarle cerro al Himalaya,
como llamarle arroyo al Amazonas.

(Sólo digo aquí, lector,
sol al sol, luna a la luna.
Yo te juro por mi honor
que el soneto anterior
no hay hipérbole ninguna).


Una bestialidad que no contrasta nada con su obra lírica y con el hombre profundamente culto y humano que yo conocí. Conecté con él cuando me iba a casar pero su estado de salud le impidió acudir. Me hizo un esplendido regalo que, no obstante, no alcanzaba al que me había hecho durante años: llenarme de sueños la infancia.

Él vivía en un bajo con ascensor. Una mañana, a temprana hora, se encontró con un vecino cuando iba a subir en él. El vecino, extrañado, le demandó:

-¿Adónde va don Juan tan pronto?
- Dónde voy a ir, a suicidarme.

El vecino, conociendo su humor, se limitó a sonreír. Instantes más tarde el cuerpo de mi padrino caía como un ángel sin alas desde la azotea al poco piadoso suelo. Nunca tuve tiempo de agradecerle que me abriera las puertas de la ciudad prohibida. Creo que le debo un beso imposible cada vez que me siento a escribir. Allá donde esté se lo envío.

2 comentarios:

  1. Fue una suerte para ti, contar con alguien así en tu vida. Algunas veces la gente se enfada y dice cosas, en este caso escribe, bueno, forma parte de uno, la pone a caldo.
    Gracias por compartir etapas de tu vida.

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  2. No sé por qué pero no esperaba menos de un padrino tuyo. besito

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