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lunes, 27 de junio de 2011

Ese sentimiento bajo sospecha al que llamamos amor

PRELUDIO



Hacía frío. Creo que hizo frío todo el tiempo. Los primeros vientos de octubre nos habían trenzado un jersey de amarás a Dios sobre todas las cosas y no envanecer su nombre. Las uñas limpias, la raya en el pelo y los zapatos lustrados era santificar las fiestas. El siete en matemáticas era honrar a padre y madre. Matar era asunto de Gary Cooper en el cine del domingo.

Y esperabamos el sexto.

Con ayuda del diccionario sabiamos que puta era femenino y sinónimo de ramera. El Sopena de bolsillo satisfacía pocas más curiosidades. Así que se hizo el silencio en clase. El padre Robles tenía ante sí un atajo de morbosos, debutantes en bigote con risitas nervisosas de color ocre.

Fellini lo atisbaba todo. Fedérico venía de oyente de tarde en tarde y nadíe le preguntó nunca a qué venía.
Entre el denso perfume a sudor, se abordó el problema:

- Señores, el acto amoroso se compone de preludio, ludio y postludio.
No me solucionaban ninguna curiosidad, pero me gustaron esos tres términos.

Así que salí a la calle sin tener conciencia de que era un mero aspirante a preludios jugando a las canicas.

Hicimos reuniones de oficiales y, entre caballeros, vimos claro que con las chicas no se podía ir a ningún lado. Se estaban poniendo tontas y creídas y además no había quien las entendiese.

Ese pacto duro poco. Justo el tiempo en que Guillermo, que no había dado nunca la espalda a una batalla, comenzase a ir a misa de doce. Queria verla a ella a la salida y entregarle sus preludios en forma de carta, en la que pretendia que la Virgen de la Esperanza fuera una aliada.

La destinataria ya había aprendido el lenguaje del desdén y Guillermo se puso malo.

En su casa le dieron vitaminas. Tomaba aperitivos de calcio cuando los amigos íbamos a verle.
Un día, el médico, después de conminarle a que dijera 33, establecía el diagnóstico cruel e irremisible:
- Este chico esta enamorado.

La tropa bajamos las banderas y comprendimos que, en contra del Telediario, peor que el comunismo, el judaísmo y la masonería, eran las mujeres. La carcona minó nuestra gavilla de valientes y nada pudo impedir que a corto plazo casi todos tuvieran novia.

Así que me convertí en bandolero solitario y robé mi primera librería. Desde el botín resonó la voz de Baudelaire diciendo:
"Al igual que los mendigos viven de sus lacerías, nosotros nos nutrimos de los remordimientos.

En la calle llovía. Creo que había llovido todo el tiempo. Los últimos vientos de febrero me empezaban a trenzar una camiseta de primavera.

LUDIO



No llovía ni hacía frío.

Creo nunca había llovido y que la vida era una ausencia de frío. Y ella salió de la librería. A mi se me resbaló Baudelaire de las manos y ya no soñaba con robar libros. Soñaba con robarla a ella. Total que, como más de uno habrá imaginado, ella me hurtó a mí.

Me fui, por entonces, con un libro suyo, a aprender a desfilar en el ejercito. Me encontraba raro siendo un hombre robado con un libro pagado al contado. No sabía si tenía novia o tenía un lío.

El caso es que entre "teóricas" y cocinas di comienzo la lectura del libro que nunca ha dejado de viajar conmigo: "Amor mío, no te quiero por vos ni por mí, ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía , porque estás del otro lado, ahí donde me invitas a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de cuerpo, de tu risa, hay horas en que me atormenta que me ames...".

Ella se cansó de ser novia de soldado y me dejó divorciado de lío y, volviendo de la guerra, no pude reencontrarme con el amor.

De tal manera que no pudiendo conocerla a ella, decidí conocer a aquel Julio Cortazar que contaba en los libros cosas que yo empezaba a sentir. Quizá porque él las escribia. O porque el amor deja en todos los seres la misma estela de desencanto y de traición.

POSTLUDIO



Pasó algun tiempo. No sabría decir cuánto. Las estaciones se iban se iban sucediendo en un ritual lentamente elaborado desde siglos.

Pasó algún tiempo hasta aprender el duro abecedario del respeto. Del respeto a uno mismo. Las posguerras y los posamores son un duro ejercicio de respeto.

El vencedor y el vencido - si no son los dos vencidos- saben que todo ya está perdido, que son pasto de balances obsesivos, que el futuro es un hombro en el que apoyarse a gemir, o dela mano que da las falsas palmaditas en cuanto descuidas la espalda.

Siempre he distinguido a los grandes amantes, no por la pasión, sino por la dignidad en el momento del mutis y el olvido.

Reconstruir una paz consigo mismo es algo muy lejano a la autoconmiseración y muy distante del desprecio.

Pasó algún tiempo. No sabría decir cuanto. Hay, eso sí, unos datos objetivos. Al abrir un dia la ventana, vi que el sol, la lluvia y el viento eran mi sol, mi lluvia y mi viento.

Fui a hacer la maleta y vi que solo faltaba cerrarla, que estaba preparada desde hace tiempo. Empecé a caminar sin rumbo fijo presintiendo que eso que llamaban el futuro incierto era el único futuro, el futuro perfecto. Unas flores del mal, un ejemplar de "Rayuela" desgastado y un puñado de recuerdos.

Poner distancia a la distancia y estirar la mano para comprobar si, a un palmo de las narices, estaba esa sombra tan fugaz que nos devuelve el espejo.

Allá, en lo opaco del recuerdo, un niño travieso entre el frío del invierno escuchaba con curiosidad:
-Señores, el acto amoroso se compone de preludio, ludio y postludio.

Sigo sin entenderlo, pero me gustan tanto esos términos.

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