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miércoles, 29 de junio de 2011

El día en que la normalidad sustituya al orgullo

En el pueblo de mi padre vivía un primo mío que vino a cortarme el pelo una vez a casa de mis padres en Moratalaz. Tenía mucha pluma. Pero, cuando marchó, yo pensé en la inmensa soledad que tenía que tener aquel hombre en un medio rural.

Cuando llegué a Nueva York, una gran parte de la ciudad me la enseñó mi amigo Tom y su novio Philips. En el "Village", a finales de los 70, las parejas homosexuales paseaban cogidos de la mano desde la libreria "Oscar Wilde" a las tiendas unisex. La frontera peligrosa para ellos era el barrio italiano, en donde los niños de la catequesis parroquial se entretenían tirándoles piedras.

Cuando Tom y Philips vinieron a Moratalaz a devolverme la visita, la explicación que le di a mi madre sobre su diferencia entraría en la estética surrealista de algunos diálogos de Almodovar. Mi madre cambiaba las sábanas cada día con la celeridad de cuando mi hermana cogió la hepatitis. Y eso que el SIDA todavía no había dado señales de muerte.

Cuando en una ciudad de provincias compartí piso con un amigo homosexual, las anécdotas al respecto servirían para una película de Berlanga. Aquel chico tenía un novio inglés que, en un ataque de celos, me abofeteó, rompió la puerta de casa y me hizo vivir unos meses como en una telenovela casposa. Años más tarde cuando volví al sitio, el escritor inglés me pidió perdón y delante de una chica estupenda aclaró para reconciliarse con sus agarvios hacia mí, que yo era "macho de mujeres". Toma ya, la frase. Aquella noche, con aquella chica que por tanto tiempo había deseado, para estrenar mi título y acabar con mi falsa leyenda, di un gatillazo que debe tener todavía a la muchacha sumida en serias dudas sobre la veracidad de mi historia.

Un amigo me pidió un día que fueramos a recoger el apartamento de su cuñado que estaba ingresado en La Paz. La casa estaba llena de íconos gay, con el consabido cuadro sobre la muerte asaetada de ese santo tan posturero.
Charlé con aquel chaval, en su agonía de SIDA, y resulta que habíamos estado en el mismo internado en diferente época. Según él, se paso por la piedra a egregios profesores que yo había tenido. No tenía motivos para desconfiar de él pero, por primera vez en mi vida, comprendí que a veces transitaba por sitios y no me enteraba de nada. O que la misma realidad vivida por dos personas oculta dos realidades antagónicas.

Años más tarde realicé un reportaje en el mejor centro de Enfermedades de Transmisión Sexual de Madrid, y los médicos me explicaron que las estadísticas oficiales no cuadraban por ningún lado. Ellos revisaban a una gran parte de la población que ejercía la prositución y la prevalencia de VIH no era alta en ese grupo. Sin embargo, una gran parte de la gente que daba en la analítica que era portadora de anticuerpos lo achacaba a la prostitución. Su conclusión era clara: mcuhas personas preferían decir que mantenían relaciones con putas que reconocer que mantenían relaciones homosexuales.

En la izquierda en donde milité se admitía la homosexualidad pero no era la imagen deseable para ser elegible. Eran militantes para estar por casa pero no para mostrar abiertamente al electorado. Al menos proclamando esa situación. El PSOE, tengo que reconocer, fue el primer partido en dar el paso al colocar a un militante gay en la dirección. Y lo que han atizado a Pedro Zerolo desde entonces.

Luego supe que a Jaime Gil de Biedma se le denegó la entrada en el PCE por su declarada y pública homosexualidad.



Por eso hoy no me ha sorprendido el estudio recién publicado en el que, en porcentajes superiores al 50 por ciento, , hay españoles y españolas que no salen del armario. Que todavía tienen que vivir en el territorio sin papeles de la doble vida y la simulación.

Y la actitud de la iglesia no la voy a comentar porque la relación de la jerarquía eclesiastica con la sexualidad es tan mezquina como pensar en una secta que condena los paraguas porque vive protegido bajo la lluvia.

En diferentes redacciones y sitios en los que he estado los dossiers volaban, y analizar la vida política en nuestro país resulta un espantoso cuento de sobreentendidos y chistes de baja estofa.

En España no existe la tumba del "homosexual desconocido" porque aquí parece que se conoce a todos. A los que lo son y a los que se les supone. Y sin embargo que difícil es dejar vivir y practicar el respeto.

Me gusta la existencia del barrio de Chueca por lo que ha significado de protección y amparo, pero no dejo de tener la contradicción de que no me gustan los guetos. En una sociedad libre, los barrios tendrían que ser espacio de tolerancia entre todas las formas de entender la convivencia.

Y no digo más. Me sumo a la fiesta del orgullo gay, esperando que un día cercano no sea necesario. Como no celebramos ni el dia del orgullo heterosexual, ni el dia del orgullos miope.

La sexualidad, en cualquier forma que se práctique, no es motivo de orgullo, es motivo de normalidad. Todas y para todos.

Esperando el día en que la normalidad sustituya al orgullo.

1 comentario:

  1. Es buen relato, lastima que no llegue a mas publico. En alguna de sus partes relatadas, han pasado mas de treinta años, sin embargo en la doble moral que tenemos, parece que hables del presente.
    Gracias por seguir compartiendo para todos tu conocimiento.

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