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miércoles, 9 de enero de 2013

El legado de las tinieblas




Un desconocido habita en mí. Agoniza y, para agonizar, utiliza mi corazón.

Poema.
Antonio Gamoneda


Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha.

Esa colección de cortinas negras en que me educaron.

La tiritona de la llama en la vela.

El candil para fabricar sombras en la escalera.

El murciélago de volar ebrio que me espiaba.

Los libros forrados con títulos de impostura.
Los autores proscritos
.
Las palabras impronunciables.

Los giros para decir lo mismo pero que no se notase.

Todos los caminos conducen a Roma.

Y Roma es Amor
a la inversa.


Todo aquello que fue un legado ruin, con telarañas,
me sirvió para conocer la insinuación,
la perversión con la que puedes lanzar mensajes
diferentes para los mismos lectores.


Una palabra que diga una verdad
y a la vez la esconda.
Una duda preñada de certeza.


Cual Galileo
poner en boca de herejes
lo que él piensa
para así difundir las propias ideas.


Un asentimiento que no se pronuncia,
una orden vestida con enaguas de sugerencia,
un te dije, no te dije, siempre negaré haberlo dicho.

Es un secreto a voces.
Lo que no se sabe y todos conocen.


El mensaje que te tragas
con sapos, con agua,
después de que su lectura
no la olvidarás nunca.


Un malentendido
porque usted escuchó lo que nunca salió de mi boca.


Esa manera de pensar coño
y escribir pozo humedo para abrevar el ansia,
cueva carnal en que se vierte la memoria de la Vía Láctea.


No lo pretendían
pero nos enseñaron que toda la belleza
quedará oculta para quien no sabe descifrarla.


La rebeldía era pensar
porque ellos querían que memorizáramos.


Un poema nunca es un catecismo
porque no dice una consigna, un mandato.

Dice miles de cosas
como fuegos de artificio.

Un poema tiene como patria el limbo.


Un color por lector.
Un estallido.
Un silencio.


Incluso a veces te haces trampas a ti mismo
como en los solitarios.


Incluso, no lo sabes, y eres un doble espía.


Dejas huellas para encontrarte
mientras dejas pistas falsas
para que se extravíen.


Pero siempre, hermano,
que no sepa tu mano izquierda lo que tu derecha hace.



© Mariano Crespo Martínez
© fotografía de Fran Lorente

© composición fotográfica de Mercedes de Rueda.







                  

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