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sábado, 5 de enero de 2013

Nadie es profeta en su tierra



Tenía un poder sobrenatural,
Eso nadie lo duda,
excepto el señor cura
y el enfermero de salud mental.


Incapaz de ver la lluvia contemplaba
con naturalidad y parsimonia
como el vapor del agua
creaba un mapamundi de nubes.


En el lado opuesto de la noria.
él ya bajaba cuando tu subes.

Coleccionaba augurios y alguna profecia.


Claro que, como el marmol y la madera,
que nunca desvelan la estatua que llevan dentro,
jamás dijo esta boca es mía.
Hermético como un buho y discreto como un espía.


En el hostal, frío sobre la aun templada cama,
le econtraron ahorcado.
Con una breve nota para el juez en un catón gastado:
Mi mamá me ama.


Más entonces, ante el pasmo colectivo,
aquel fiambre de ultramarinos,
tornó a su condición de ser vivo.


Tras un respingo se quitó
la soga y pidió una menestra.
Se colocó con parsimonia el sombrero
y demandó la cuenta.


En la comarca proclamaron que, a esa hora de tercia,
se oscureció el cielo y se rasgó el velo del templo.


Los cuartos del pregonero
convirtieron el runrún en silencio.


Se negó su poder verdadero
en la iglesia.
en la mezquita,
en la sinagoga.


Amigos, no pongan en solfa esta historia bendita
porque, si creen solo en lo posible, hay vacante una soga.



© Mariano Crespo Martínez





                     
                       

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