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jueves, 7 de marzo de 2013

La genética y el aprendizaje





Cuando subes por una escalera que tiene la piedra gastada,
pulida, brillante, bajas a través del tiempo y cada peldaño
hacia arriba es un siglo de menos.


Cuando llegas al final - lo notas porque se toca el suelo-
estás en la cima, en el orígen del árbol
genealógico y te está esperando un antepasado
que se presenta para que sepas si es por parte de padre
o de madre y tener un tema para ir conversando,
tras tantos años de molesto silencio que justifica
diciendo que en los últimos milenios ha estado muy atareado.


Hablar con el primer miembro de la familia
y comer manzanas del árbol de la ciencia del bien y del mal
son los dos momentos más estúpidos en el mundo conocido
y la demostración palpable de que la curiosidad,
amén de pecado, es un vicio nefando
origen tanto de la desdicha
como del conocimiento.

Cada tribulación contiene un grano de orgasmo.


El que ambas fenómenos sean de idéntico desarrollo
ha llevado a muchos individuos a orar a desconocidos
para desgracia de sus rodillas y paz del espíritu.
Las articulaciones y el espíritu viven en mundos distintos.


En el trayecto de la escalera has descendido
desde el grito del punk
al aullido salvaje de las cavernas
y compruebas que la cultura tiene forma de círculo
y ojos de higo húmedo.


Cuando reconoces a tu primer pariente
se te despeja la duda de si el comportamiento
es de origen genético o fruto del aprendizaje.


Entre sudores, Gregor Johann Mendel, despierta
de su pesadilla y vuelve a ordenar metódicamente los guisantes.


Verdes, amarillos, rugosos, lisos.



Pater Noster qui est in caelis.



El prior le tiene advertido que ore más y pierda menos el oremus.



© Mariano Crespo Martínez







                                

1 comentario:

  1. Nunca puedo decir otra cosa. Me aburro a mí misma. Pero me resulta tan genial ...

    Gracias. Me conmueves.

    Un beso.

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