Cuando niño me regalaron
un tren que descarrilaba
antes de cada estación.
Aprendí a montar sus vías
y el alfabeto de mi decepción.
Años más tarde
cuando un temblor
de vías se alojaba
en la estación del corazón,
irremisiblemente huía,
confundiendo el miedo
a los adioses,
antes de los holas,
con una libertad
vana y de ocasión.
Croe que algunas
de aquellas chicas
me recuerdan
como un fugado.
Alguna me lo ha perdonado.
Otras me guardan
en un lugar destacado
en el desván del rencor.
© Mariano Crespo Martínez
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