El mejor negocio que hicimos fue a enseñar a
leer a los hijos. Bajo a la calle, tomo café, compro con prevención los diarios, paseo para desear buen día a los pájaros, miro con disimulo muchachas y adelfas, subo a casa, entrego a mi hijo la prensa, le pregunto o me callo, se calla y me cuenta.
He llegado a una edad en que declararía al mundo culpable si no se me explica desde la inocencia.
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